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¿Marchar o no marchar?

Estamos entrando en la recta final de otro evento que polariza el país: la famosa marcha contra la corrupción. Muchos dudan en caminarle a la convocatoria.

Poly Martínez, Poly Martínez
29 de marzo de 2017

Una amiga me preguntó por la marcha del próximo primero de abril. En este caso –le dije– voy con el no. Y entonces me hizo este comentario: “Yo no quiero salir a apoyar a Uribe o al Centro Democrático, pero tampoco quiero que si me quedo en mi casa, eso se entienda como apoyo a este gobierno. Entonces, ¿qué salida tenemos los que queremos protestar, asqueados por la corrupción?”

Esa es la pregunta. Y ahí mismo está la respuesta: la marcha convocada por el Centro Democrático, por el exprocurador Ordóñez y líderes de esa misma línea es ante todo una marcha electoral, oportunista y manipuladora del creciente rechazo a la corrupción.

Como no es realmente una marcha “contra la corrupción”, nuevamente utilizan el hábil esquema de meter de todo en el mismo saco: corrupción, aprobación del gobierno Santos, la Jurisdicción Especial para la Paz (JEP), cuestionamiento a la política económica y la reforma fiscal e inclusive –atención, como lo dijo hace pocos días el propio Ordóñez al diario El País (Madrid)–, la defensa del modelo de familia que consideran se debe imponer a nuestra sociedad. Invocan a un acto de fe… ¡pero en ellos!, tratando de apuntalar su cuestionada credibilidad con las creencias religiosas de los colombianos.

La lucha contra la corrupción no es un acto de fe. Esto no es de la "Colombia creyente” ni de la “gente de bien”, discurso con el que buscan polarizar y dividir. No hay que ser religioso para estar hastiado de la corrupción y trabajar por el cambio, y la “gente de bien” está en muchas partes (como el dios que manosea Ordóñez), tanto en las filas del Centro Democrático como entre quienes comparten los principios de la izquierda, del liberalismo o los que se declaran conservadores; entre los que aún apoyan al gobierno de Santos, como entre los miles que lo rajan.

¿Marcha contra la corrupción? ¡Para nada! Por eso necesitan adornarla de otras cosas, porque si de verdad fuera contra la corrupción, muchos tendrían que quedarse en la casa. ¿Una provocación? ¿El lanzamiento efectista de la campaña de la derecha criolla? Los colombianos ya pasamos un tremendo guayabo tras la borrachera de mentiras del plebiscito. Ahora dicen “cambiaremos el rumbo” del país y para eso piden un cheque en blanco.
Entonces, ¿cuál es la salida para los que quieren actuar o hacer sentir su voz contra todos los corruptos, públicos y privados, laicos y religiosos, civiles o militares, santistas, uribistas, petristas, liberales, conservadores o de dónde sean? La verdadera marcha contra la corrupción no va a suceder este primero de abril.

La que se necesita es una donde los colombianos le exijamos a Ordóñez una respuesta clara de por qué engavetó el tema de Odebrecht, cómo manipuló su reelección y la forma discrecional con la que ejerció el cargo; una concentración masiva frente a la cual el fiscal Martínez hable de su conflicto de intereses en los casos Navelena-Odebrecht.

La marcha ideal y urgente es una en la que millones de colombianos exijan a los candidatos en trance y a las cabezas de partidos y movimientos que expliquen cómo dieron tantos avales podridos, qué va a pasar con los responsables y cómo es la jugada de alianzas y adhesiones que andan maquinando para el 2018.

Que sea una concentración impresionante, que convoque también a los 20 millones de colombianos que poco participan, por comodidad o desencanto, para oír el cuento de los cristianos sobre cómo invierten los dineros del diezmo y así discriminen sus cuentas bancarias y no a la gente. Y que a ese escenario suban también los funcionarios y amigos de este gobierno y del anterior vinculados a procesos por corrupción, para que el presidente Santos y el senador Uribe se enteren de una vez por todas de lo que sí ha sucedido, pongan la cara y asuman su arte y su parte.

Las marchas contra la corrupción convocadas con intereses electorales terminan generando más frustración, mayor polarización y menor información. Sirve mucho más conocer las declaraciones de renta y patrimonio de candidatos y funcionarios, contar con reportes públicos sobre conflictos de interés y pasar de los códigos de ética de las empresas a exigir trasparencia en sueldos, ganancias, sociedades; es más útil que el sector privado denuncie cuando le piden coimas a que las siga dando, como lo reconoce más del 92 % de los encuestados por Transparencia por Colombia y el Externado.

El riesgo de la lucha contra la corrupción como bandera electoral, bordada con consignas efectistas y petardos digitales para acaparar titulares, es que se queda en el aire: no avanzan acciones concretas contra los corruptos, estén donde estén. Los politiqueros de siempre cobrarán un triunfo mientras los indignados regresarán a sus casas desahogados y hasta contentos con dejar el cuidado del queso en manos de los astutos ratones que se lo vienen comiendo desde hace años. Muchas expectativas creadas, pero nadie que se haga cargo. Y se repite el ciclo.

¿Vamos a marcharle a una manipulación? Esa es la otra pregunta que hay que pensar, con cabeza fría y sin emberracarse, antes de salir a protestar porque las marchas contra la corrupción, cuando son convocadas para mover intereses particulares, terminan siendo un robo.


@Polymarti

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