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María Ángela, la Policía y la afrenta de los burdeles para israelíes

Un hombre con publicitado pasado criminal creó desde Taganga un imperio de narcoturismo y turismo sexual para soldados de la FDI y tras siete años de impunidad, las autoridades colombianas resolvieron expulsarlo y no judicializarlo

Germán Manga, Germán Manga
29 de noviembre de 2017

Una vergüenza monumental y una deplorable manifestación de indolencia e ineptitud para la canciller María Ángela Holguín, para la Policía, para la Fiscalía y para las autoridades locales de Santa Marta, Cartagena, Medellín y Bogotá es el caso de Assi Moosh o Ben Mush, un ciudadano israelí de 44 años de edad, capturado el pasado sábado en Santa Marta, quien pese a tener un amplio prontuario internacional por narcotráfico y otros delitos, logró establecer residencia en Colombia donde creó y explotó durante 10 años, con total impunidad, una red de narcoturismo y prostitución, incluida prostitución infantil.

Según habitantes de la región, Moosh ejercía una autoridad drástica y fuerte de su imperio desde el pintoresco balneario de Taganga, cerca de Santa Marta, donde le decían “el intocable” porque desde que se estableció allí y convirtió la zona en un gran burdel a cielo abierto, ninguna autoridad logró intimidarlo ni controlarlo.

Tras su primera visita en el año 2006 compró tierras en el cerro con vistas a la bahía y hace siete años puso en funcionamiento el Hotel Benjamín, una fortaleza que según las autoridades ofrece a través de internet planes “todo incluido” que por el equivalente a 800 dólares dan acceso a orgías, sexo, licor y droga. El Benjamín funciona a ocupación plena durante todo el año y sus clientes son en su mayoría, militares en vacaciones o exmilitares recién retirados e indemnizados por las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI).

El acceso al Benjamín está restringido a nacionales colombianos y entre los requisitos para ser admitido está la recomendación de un huésped anterior. Sin embargo, las constantes bacanales que se desarrollan allí y en el conjunto de falsos clubes sociales -bares, discotecas y otros establecimientos- que funcionan en la zona aledaña, han sido denunciadas con frecuencia por la población de Taganga debido a los constantes y graves desórdenes y desmanes protagonizados por extranjeros drogados o alicorados. Y porque, según revela la prensa local, paralelo con el Benjamín hay una fundación “que captaba jóvenes de bajos recursos bajo la promesa de ayudas y estudios, pero que terminaban siendo sometidas a la prostitución”.

Los lugareños le tienen terror a Assi Moosh por su carácter fuerte y su largo historial de conflictos y porque siempre iba acompañado por 15 o más hombres armados que lo custodiaban. La Policía y Migración Colombia tuvieron que montar un ardid para cazarlo. Lo citaron bajo el pretexto de llenar documentación para la nacionalidad colombiana que había solicitado.

Los cuestionamientos a la Cancillería y a la Policía comienzan por cómo pudo obtener visa y residencia en Colombia un hombre como Moosh con tan publicitado pasado criminal. Una información publicada el 4 de diciembre de 2003 por el diario israelí Haaretz reporta su captura en Holanda por dirigir una red de narcotráfico integrada con 14 compatriotas suyos que enviaban pastillas de éxtasis desde Israel hacia el lejano oriente y cocaína de América del Sur a Europa. Según el diario, Moosh tenía su base en Japón -donde comenzó su actividad criminal vendiendo joyas y otros bienes robados a turistas-, pero tras un conflicto con la yakuza -mafia japonesa-, se trasladó a España. ¿Por qué pasaron por debajo del radar de nuestras autoridades de inmigración esos antecedentes? ¿Quiénes y con qué fundamento legal le permitieron la residencia en Colombia?

Aún más difícil de entender es que hubiera podido surgir y progresar, a la vista de las autoridades -Policía, Fiscalía, Cancillería- una organización dedicada al narcoturismo y al turismo sexual para militares de Israel con establecimientos y el mismo modus operandi en Bogotá (barrio La Candelaria), Medellín, Cartagena y sede principal en Taganga.

La unidad Investigativa del diario El Tiempo denunció en 2012 que los israelíes se adueñaron de locales de rumba en Taganga, que estaban infringiendo normas en materia de pago de impuestos y de permisos y que estarían permitiendo la venta de droga y de explotación sexual infantil. "…Se creen los intocables. Ellos deciden hasta en dónde se ubican los vendedores ambulantes, son los capataces", dicen líderes comunales. Y agregan que "mandan más que el comando de Policía en donde hay registradas decenas de llamadas sobre su conducta, que nadie atendió…".

En Cartagena, Bogotá y Medellín también son frecuentes y desatendidas las denuncias. El 16 de junio de 2016 asesinaron en el barrio Las Acacias de Medellín a Shay Azran de 37 años, vinculado con el narcotráfico y el turismo sexual.

¿Por qué pasa por debajo del radar de las autoridades de inmigración, de la Policía y la Fiscalía, ese tráfico constante de ‘turistas‘ militares de Israel y sus actividades en nuestro país? ¿Por qué la inoperancia de la Policía y de la Fiscalía contra los dueños y gestores del negocio? ¿Por qué la incapacidad de enfrentar la maraña de testaferros y el constante cambio de razón social y de propietarios con los que han burlado sistemáticamente los operativos en su contra? ¿Hay denuncias, reclamos o solicitudes de cooperación de nuestro gobierno al de Israel sobre el tema?

El colofón perfecto de las decisiones inexplicables y absurdas es que Migración Colombia, “…actuando en ejercicio de la soberanía nacional que le ha sido confiada...”, haya optado por expulsar a Assi Moosh del país y no por detenerlo y judicializarlo, si, como reporta la Policía metropolitana de Santa Marta, se dedicaba en Colombia a “la trata de personas, la extorsión, el microtráfico y a la prostitución infantil”. Y que a estas alturas el imperio que creó siga en funcionamiento. La pregunta obligada es ¿con qué tipo de protección nacional o internacional cuentan Moosh y sus cómplices? Cualquier tentativa de respuesta resulta aterradora.

@germanmanga

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