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María Emma huele bien

Lo que necesitamos los bogotanos de un alcalde es que, como en estos tres años Enrique Peñalosa, haga cosas, cobre impuestos y los gaste.

Antonio Caballero
6 de noviembre de 2000

Enrique Peñalosa, el muy odiado, ha sido sin duda el mejor alcalde que ha tenido Bogotá en toda su historia. Es verdad que pudo serlo gracias a que uno de sus antecesores, el bastante odiado Jaime Castro, había conseguido en su año obrar el milagro de que los bogotanos pagáramos impuestos. No queríamos, y con razón: no nos daban nada a cambio. El propio Castro sólo nos dio impuestos.

Su sucesor Antanas Mockus sólo nos dio payasadas, aunque tuvo el mérito de que no se robó ni dejó que se robaran los impuestos que había cobrado Castro. Pero ese mérito, aunque muy notable en Colombia, no es suficiente: un gobernante, local o regional o nacional, no se justifica por el mero hecho de que no explote ni oprima a sus gobernados, de que ni los robe, ni los mate. Reconozco que la cosa impresiona, por insólita: pero no es suficiente.

(Pero, claro, es que antes tuvimos en Bogotá a Andrés Pastrana de alcalde. ¿Se acuerdan? La criminal Troncal de la Caracas, la planta asfáltica aquella que nos costó tantos miles de millones y no nos sirvió (al menos a nosotros) para nada, el puente asesino de la 92, que sigue cobrando víctimas y derrumbándose de cuando en cuando. Aunque ya sé que no, que no se acuerdan. No hubieran elegido presidente de la República a ese mismo inepto y pernicioso Andrés Pastrana, si se acordaran de algo).

Venía diciendo que cobrar impuestos, como Castro, no es suficiente. Y que no robárselos, como Mockus, tampoco es suficiente. Pero Peñalosa, que los ha cobrado, no se los ha robado, y por añadidura se los ha gastado, tampoco ha sido suficiente. En primer lugar, claro, porque ningún alcalde de Bogotá puede solucionarle a la ciudad los descomunales problemas que año tras año le traslada el resto del país: refugiados, desplazados, violentos. En segundo lugar porque no lo dejaron: desde los concejales hasta los ex alcaldes (incluyendo al que ahora es presidente). En tercer lugar porque su propio talante imperioso y desdeñoso le ha complicado la tarea, al multiplicarle los enemigos. Por todas esas razones Peñalosa ha dejado de hacer cosas buenas (resolver del todo lo del transporte público), y ha hecho cosas malas (la tala irresponsable de los árboles). Pero, a la vez, y a pesar de todo eso, ha hecho cosas excelentes, como no las había hecho nunca ningún alcalde en Bogotá: desde el cupo escolar hasta el agua, desde la salud hasta la red vial, desde la seguridad hasta el medio ambiente. Sin olvidar la hazaña, sin precedentes, de resolver (aunque sólo en parte) lo del transporte público.

Peñalosa ha hecho infinidad de cosas, y antes nadie había hecho nada. Pero no ha sido suficiente. Y como no es posible volverlo a elegir alcalde, que sería lo mejor, hay que escoger ahora entre los dos que pueden serlo: Antanas Mockus y María Emma Mejía.

Mockus tiene, ya digo, la virtud insólita en Colombia (hablo de Bogotá, donde vive la quinta parte de los colombianos) de que no robó. Pero su pasado es sólo ese. No hizo esto, no hizo aquello, no hizo lo de más allá. Sólo gestos: mostró el culo en la universidad, se casó montado en un elefante, le tiró un vaso de agua en la cara a no sé quién, se disfrazó de esto, de aquello y de lo otro. Un payaso.

Pero así como nadie se acuerda del pasado de Mockus, porque no lo tiene (no ha hecho nada), todo el mundo ha decidido ahora recordar el de María Emma Mejía. Pero no para decir que tampoco ella ha robado, sino para insistir en que fue funcionaria del nefasto presidente Ernesto Samper. Sí, lo fue: como lo fue también de los igualmente nefastos presidentes (pero es que ya no se acuerdan) Gaviria y Barco y creo que incluso Betancur (el que ahora, porque nadie se acuerda de nada en este país, es simplemente el novio de Dalita, tan divino). Pero, de entre los muchos funcionarios que tuvieron todos esos sucesivos y nefastos presidentes, María Emma es uno de los pocos que no robó: ni con Samper, ni con Gaviria, ni con Barco, ni con Betancur. Y, además, uno de los pocos que fue eficaz: con Samper, como ministra de Educación y como embajadora en España (no la voy a defender como ministra de Relaciones Exteriores, por supuesto); con Gaviria, y muy notablemente, como asesora en las comunas salvajes de Medellín; con Barco (o con Betancur) con Focine. En todos esos cargos ha hecho cosas, a diferencia de gestos, o de frases. Y lo que necesitamos los bogotanos de un alcalde es que, como en estos tres años Enrique Peñalosa, haga cosas. Y cobre impuestos. Y no se los robe. Y los gaste.

Una última razón para votar por María Emma, y no por Antanas, es la que me decía hace unas semanas un excelente, aunque confuso, analista político: que María Emma huele bien. No hay frivolidad en eso: el olor es uno de los signos externos que más informan sobre la calidad, tanto de las personas como de las cosas. Y en cambio Antanas tiene un olor a cosa rancia.

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