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El miedo a la paz

En el fondo, la indignación no es porque se mezcle la política con las armas, cosa que al establecimiento de este país le tiene sin cuidado. Lo que inquieta es que las Farc se suban a las tarimas a echar discursos.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
27 de febrero de 2016

No deja de ser absurdo que sea el mismo país, y el mismo departamento, que permitió la elección de gobernadores como Kiko Gómez –quien pudo llegar al poder gracias a que combinó sin ningún pudor la política con las armas–, el que hoy esté indignado por la presencia de Iván Márquez en una escuela de Conejo en La Guajira, a donde llegó rodeado de guerrilleros armados y cometió el error de convertir lo que debía ser una reunión pedagógica con sus bases guerrilleras en un acto político armado.

No hay duda de que Iván Márquez protagonizó un acto político y no un encuentro pedagógico y es verdad también que en Conejo se mezcló la política con las armas, en un hecho repudiable. Pero si nos vamos a indignar, hagámoslo de veras y no a medias. La realidad es que el proselitismo armado no es solo una práctica de las Farc. También se da silvestre en la política tradicional colombiana, la cual, a diferencia de las Farc, debe hacerse dentro de la ley y el orden y bajo un Estado de derecho. Pero, además, esta combinación de las formas de lucha que se da en la política legal no causa ninguna indignación en las altas esferas, ni mucho menos el rechazo del Consejo Gremial, como sí sucedió con el episodio de Conejo. (Ver comunicado)

La mezcla de política con armas ha catapultado al poder a personas como Kiko Gómez en La Guajira, quien incluso desde la cárcel sigue manteniendo el poder e imponiendo a su sucesora; pese a las denuncias, Cambio Radical lo avaló y nadie del notablato, que yo recuerde, salió a denunciar que Kiko Gómez fuera una afrenta para la democracia, pese a que todos los periodistas que lo denunciaron fueron amenazados de muerte. Otro tanto pasó con el actual gobernador de Antioquia, Luis Pérez, cuestionado por varios periodistas de tener vínculos con organizaciones armadas al margen de la ley. Los periodistas fueron amenazados de muerte, pero el gobernador ganó las elecciones con el aval del Partido Liberal y de Cambio Radical. Para no hablar del poder que ha encumbrado a figuras como Yair Acuña en Sucre o a las mafias que se han tomado las alcaldías del norte del Valle del Cauca o el proselitismo armado que imponen los Úsuga en Chocó y en Urabá.  

Si nada de eso indigna, ni produce salidas de ropa de los miembros de la Unidad Nacional, ni de los industriales, ¿por qué sí les indigna que lo hagan las Farc?

La respuesta es simple: porque en el fondo, la indignación no es porque se mezcle la política con las armas, cosa que al Establecimiento de este país le tiene sin cuidado. Lo que les inquieta es que las Farc se metan en la política y se suban a las tarimas a echar discursos. Lo que inquieta es que se abra la posibilidad de tenerlos en alcaldías o en el Congreso en un futuro no muy lejano. Hay una parte de este país que los prefiere en la selva, echando bala, sembrando minas antipersonal y extorsionando a la población civil. Hay una parte de este país que quisiera que Santos se envalentonara y rompiera de una vez por todas el proceso de paz con las Farc para que volviéramos a la guerra de siempre por que, como bien lo anotó Marta Ruiz en un análisis para Semana.com, “más que los fusiles lo que muchos repudian es la posibilidad de que los guerrilleros y sus ideas socialistas estén en la política, aun sin armas”.

Dice el presidente Santos que él no cree que a las Farc les vaya bien en las urnas porque son muy mamertas. Puede que tenga razón. Pero también es cierto que este país cada día está más descontento con sus elites políticas.

Si este proceso de paz no nos sirve para cambiar los paradigmas políticos y culturales, si no nos convierte en una sociedad más incluyente, más democrática, donde se recompongan las elites y se hagan las reformas que nos deben, el acuerdo de La Habana será una paz de escritorio.

Increíble que en este país haya quienes por temerle a la paz, prefieran la guerra.