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Caja de pandora

Los más optimistas creen que si esta declaración de independencia de Cataluña se abre paso, no solo se estaría poniendo en peligro la unidad de España, sino la de la Unión Europea.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
28 de octubre de 2017

La proclamación de la independencia de Cataluña me cogió en un ruidoso café de Logroño, la señorial capital de La Rioja, mientras remataba un almuerzo con varios periodistas españoles.

Sus rostros reflejaban no solo tristeza, sino incertidumbre. Los vi cómo siguieron paso a paso todos los pormenores de lo que acontecía en el Parlamento catalán, como si estuvieran viendo una película de ciencia ficción. “Se ha abierto una caja de Pandora”, me dijo uno de ellos con cara compungida.

La sensación de que están empezando a transitar por el abismo es lo que más parece inquietarlos. Si en Barcelona las familias se han fracturado y las reglas de convivencia entre los independentistas y los que no lo son se vuelven cada día más finas, en Logroño y en Madrid el clima también se ha ido enrareciendo. De unos meses para acá, los balcones de los edificios están llenos de banderas españolas que cuelgan de día y de noche, como si de pronto lo sucedido en Cataluña hubiera despertado el monstruo del nacionalismo. Esa ruta se sabe dónde comienza, pero no dónde termina.

En todas las tertulias se percibe el temor de que estos últimos 40 años de democracia se han empezado a resquebrajar, y que si el presidente de España, Mariano Rajoy, no logra conjurar la crisis y restablecer el orden en Cataluña, otras autonomías como la vasca, que también han abrazado la independencia de España, puedan seguir el ejemplo de Puigdemont. De pronto, se ha hecho evidente que la Constitución que los devolvió a la democracia ha entrado en crisis y que la receta para salir de esta crisis todavía no la encuentran.

Los más pesimistas creen que si esta declaración de independencia de Cataluña se abre paso, no solo se estaría poniendo en peligro la unidad de España, sino la de la Unión Europea. Lo cierto es que todos los países europeos salieron a cerrar filas de manera apresurada en favor de Rajoy. Ha quedado claro que ninguna de esas naciones quiere terminar cercenada por la espada del independentismo, que hoy ha partido de manera irremediable a la sociedad catalana.
“No sabemos qué va a pasar ni cómo va a hacer el gobierno de Rajoy para restablecer el orden constitucional”, me confiesa otro de los periodistas que están sentados conmigo, en el café de La Rioja.

Hace 40 años, cuando se hizo la Constitución española y se establecieron las autonomías, nunca se pensó que se iba a llegar al extremo de utilizar el artículo 155, que le permite al gobierno de Madrid intervenir en las autonomías cuando estas se alejan del orden constitucional. Por el contrario, se pensaba que este sistema de autonomías iba a permitir la coexistencia de las diferencias culturales en una España democrática y republicana. Esa certeza ya tampoco la tienen.

Lo que sucedió en Cataluña demuestra que Madrid se durmió en sus laureles, y que fue torpe al no ponerles la debida atención a las peticiones que hizo Cataluña en su momento para que se reformaran las condiciones de su autonomía, sobre todo en materia fiscal.
Esa incapacidad de Madrid por entender lo que sucedía en Barcelona, sumada al proceso de adoctrinamiento cultural que fue impulsado a lo largo de los 30 años que duró el partido de Jordi Pujol en el poder, han creado hoy la peor crisis que haya enfrentado la democracia española desde el intento de golpe del 23F.

Como nunca se ha aplicado el 155, no se sabe cuáles son los efectos políticos y sociales que pueden derivar de la aplicación de estas medidas. No se sabe cómo va a reaccionar la sociedad catalana ya fuertemente dividida, ni qué va a pasar con esa generación de jóvenes independentistas que fueron criados pensando que Cataluña era una nación y no una autonomía; que no aprendieron historia de España, sino historia catalana; y que hablan mejor el inglés que el español. De los nacionalismos nunca ha salido nada bueno.

Se avecinan momentos difíciles en España. Todo indica que se ha abierto una caja de Pandora.

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