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Sin derecho a enfermarse

Lo más grave no son las basuras, ni la falta de carretera, sino el hecho indigno de que los pobladores de Barú no tienen agua potable.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
7 de enero de 2017

La isla de Barú es hoy el nuevo polo de desarrollo turístico de Cartagena, pero sus cerca de 20.000 habitantes viven de espaldas al desarrollo: no tienen agua potable, no saben qué hacer con las basuras y su servicio de salud es tan malo que no tienen derecho a enfermarse.

El centro de salud del pueblo de Barú no tiene ni una camilla. Cuando alguno de sus 3.500 habitantes tiene un problema de salud el paciente debe ser remitido a Santa Ana, el único pueblo de la isla de Barú que cuenta con suministro de agua potable -aunque carece de alcantarillado-. Su centro de salud está mejor dotado, pero si la urgencia es grave hay que enviar al paciente a Cartagena en lancha y el viaje puede costar fácilmente un millón de pesos. Por tierra -la opción más barata- es muy arriesgado, ya que la carretera a Cartagena tiene partes intransitables, sobre todo el trayecto de la Playeta en el que el paso de los carros está supeditado a que la marea esté baja. “Por esa razón nosotros decimos que en el pueblo de Barú tenemos prohibido enfermarnos”, dice Ivonne Vargas, miembro de la junta del consejo comunitario de Barú.

Pero no solo tienen prohibido enfermarse. Tampoco saben qué hacer con la basura. La compañía de aseo de Cartagena no llega hasta allí pese a que esta isla es parte del Distrito de Cartagena. La falta de una carretera hace imposible que entren los carros de la basura. Hay dos personas encargadas de hacer el aseo del pueblo, pero no tienen los implementos, por lo que no se puede acopiar. En Playa Blanca el turismo mal planificado está llenando de basura la isla. Allá sí hay canecas, pero el servicio de aseo es intermitente por lo que es normal ver la carretera atestada de basura. Si Barú va a ser el nuevo polo de desarrollo turístico de Cartagena, hay que solucionar primero el tema de la basura y enseñarles a los hoteles, a los turistas y a sus habitantes a reciclar, pero sobre todo hay que exigirle a la empresa de aseo de Cartagena más eficiencia.
Lo más grave no son las basuras, ni la falta de carretera, sino el hecho indigno de que no tienen agua potable. Los pobladores de Barú han visto el avance vertiginoso del desarrollo turístico: cómo se construyen nuevos puertos, hoteles, clubes privados, casas de recreo, pero ellos siguen sin agua potable, estacionados en el subdesarrollo.

Cansados de esperar, los 20 miembros del consejo comunitario de Barú, creado bajo el amparo de la Ley 70, decidieron pasar a la acción y dejar de esperar a que el Estado les llegara. Sobre todo les preocupaba la construcción de un puerto, la de Puerto Bahía, por sus posibles impactos en el ecosistema de la isla. Decidieron presentar una tutela en la que se le exigía a la empresa concertar con la comunidad a través de una consulta previa el impacto de la obra. La tutela se falló a su favor. La consulta previa se realizó y, producto de la concertación, el consejo comunitario de Barú recibió unos dineros que deberían ser destinados para mitigar el impacto de las obras. Con ese billete, el consejo encontró una solución transitoria a la falta de agua: acondicionó un aljibe y estableció un sistema de bombeo para que el agua pudiera llegar al pueblo, y el propio consejo decidió comprar el agua en Cartagena para traerla al pueblo y así evitar los intermediarios. Antes de que existiera esta fórmula, el galón de agua se vendía en el pueblo a más de 2.000 pesos. Desde hace un año, que se instaló el aljibe, el galón cuesta 700 pesos, y, aunque todos saben que no es sino una medida transitoria, la gente en Barú siente que ganó una batalla, así no pueda todavía cantar victoria. Antes les tocaba andar detrás de los bongos por todo Barú a ver si les vendían un galón o dos de agua potable y si no los encontraban les tocaba comprar hielo para derretirlo. No obstante, como lo afirma Leonard Ballesilla, miembro del consejo comunitario, ellos siguen esperando que se cumpla el plan maestro de Cartagena y que se inviertan los 25.000 millones de pesos, que es lo que cuesta traer el agua hasta el pueblo de Barú.

Los 20 miembros de esa junta del consejo comunitario decidieron en las pasadas elecciones presidenciales no votar y el pueblo entero los acompañó en señal de protesta. Fue el único pueblo de Colombia que protestó de esa forma. Tampoco votaron en el plebiscito. Hasta que no les cumplan con la carretera y hasta que no les traigan el agua han decidido que no votarán por ningún político. Es el colmo que en el siglo XXI, mientras el país quiere entrar al club de las buenas prácticas de la Ocde, haya pueblos como el de Brú que no tienen ni agua. Más claro no canta un gallo.

DESCUBRIMIENTO:

Si hay en Barú un turismo bien enfocado, que busca preservar el hábitat, que recicla la basura y que además ofrece la oportunidad de ver de cerca a la majestuosa águila arpía, al cóndor de los Andes, a las corocoras, a los hermosos flamingos, además de tucanes y paujiles, es el Aviario Nacional, situado a media hora de Playa Blanca. No solo la puesta en escena es imponente, sino que se ha convertido en un laboratorio para reproducir especies en extinción. Debería ser una visita obligada para todos los turistas que pasan por Cartagena. Este Aviario Nacional está a la altura de los mejores del mundo. No se lo pueden perder.