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La catarsis

Tengo la convicción de que este debate, lejos de polarizarnos, nos abrió un camino para que entre todos empecemos a restablecer el diálogo perdido y podamos salir de esta intemperancia.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
20 de septiembre de 2014

Un empresario se me acercó la noche del debate que impulsó el senador Iván Cepeda contra Álvaro Uribe por sus presuntos nexos con el narcoparamilitarismo en el Congreso y me confesó que luego de horas de haber estado pegado a la televisión, había llegado a la conclusión de que ese tipo de debates no le servían al país. “Muestran a un país polarizado, atravesado por el odio y los señalamientos”, me dijo. 

Esa percepción la comparte también Humberto de la Calle, vocero máximo del gobierno en la Mesa de La Habana. Eso lo dejó claro en sus declaraciones a los medios al afirmar que el clima de polarización existente en el país,  –reflejado muy bien en el debate–, era “preocupante, porque podría hacer inviable la paz”.

Discrepo totalmente de esas dos apreciaciones.  Yo sí creo que estos debates le sirven al país, así en opinión de muchos colombianos el debate del miércoles hubiese sido una vergonzosa e innecesaria sacada de trapos. Y fue importante porque rompió un silencio de décadas sobre hechos de nuestra historia reciente que de manera violenta nos cambiaron la vida a miles de colombianos. La violencia del narcotráfico, y su alianza con los paramilitares y con ciertos agentes del Estado, así como la violencia guerrillera, son hechos dramáticos que la Justicia colombiana no ha podido aclarar. Al expresidente Uribe las Farc le asesinaron a su padre y la Justicia nunca pudo encontrar a los responsables. Lo mismo le sucedió a los Galán con su padre, a Rodrigo Lara y a Juan Fernando Cristo con los suyos.

Esa ausencia de la verdad nos ha conminando a las víctimas de este país a aprender de nuevo a respirar y a criar a nuestros hijos, llevando a cuestas el pesado manto que nos ha impuesto la impunidad. Y así, sometidos a vivir en la oscuridad y en el silencio, hemos ido enconando odios, hemos aprendido a vivir de los señalamientos y hemos hecho de la intolerancia el hábitat en el que hemos ido construyendo esta sociedad polarizada en la que hoy vivimos; una sociedad degradada por años de violencia y que se nutre como las sanguijuelas, de la sangre y de las pasiones más bajas de la condición humana. 

Este debate tiene el mérito de que por primera vez, rompe esos silencios apresados y desentierra todos esos odios guardados. Para mí lo que hubo el miércoles fue una catarsis; un ejercicio doloroso pero sanador que estábamos en mora de hacer como sociedad. Prueba de ello es que tuvo un rating de telenovela y hasta los jóvenes en las universidades pararon sus actividades para verlo. 

Tengo la convicción de que este debate lejos de polarizarnos, nos abrió un camino para que entre nosotros empecemos a restablecer el diálogo perdido y podamos salir de esta intemperancia.   

Y en ese sentido hay que reconocerle al expresidente Uribe su cuota de sacrificio. Debo confesar que a mí me sorprendió verlo ahí sentado, con su cara enfurecida, respondiendo a los serios cuestionamientos sobre su pasado, los mismos que siempre había rehuido responder en público. Y aunque sus respuestas no fueron todo lo satisfactorias que uno hubiera querido, reconozco que no debió haber sido fácil para el senador dar ese primer paso.  Siempre he creído que el expresidente Uribe le debe al país muchas explicaciones sobre su pasado y esta es la primera vez que hay un intento de su parte para responderlas. Yo como víctima de esa época de Pablo Escobar y de la alianza del narcotráfico con el paramilitarismo, se lo agradezco, así me queden todavía muchas preguntas sin responder. Quedó claro también que la muerte de su padre a manos de la guerrilla y el hecho de que estos grupos armados lo han convertido en su objetivo militar más preciado, es una amenaza que lo ha ido transformando como ser humano y como político. La guerra nos cambia y no siempre para bien. 

Ojalá el presidente Santos sepa leer este momento y no responda los agravios y señalamientos que el expresidente Uribe le hizo a él y a su gobierno y sea capaz –frase que él mismo ha puesto de moda–, de contenerse y dar ejemplo de templanza.  

Me gustó también la sinceridad con que habló el representante Rodrigo Lara, cuyo padre fue asesinado por el cartel de Medellín. Su intención al sacarse del alma todos esos silencios no era la de atizar el fuego sino la de decirle al propio Uribe y a sus huestes que había que pasar esa página de dolor y de odio. Y que la única forma de hacerlo era precisamente mirándose a los ojos y diciéndose las verdades, pero sobre todo respondiendo los cuestionamientos sin rehuirlos. 

Esta sociedad está polarizada porque nunca nos hemos dicho las verdades, mucho menos en el Congreso. Por eso me parece sano que el uribismo haga el debate de la farcpolítica y por primera vez se aborde el tema tabú de la combinación de las formas de lucha que siempre ha practicado la guerrilla. 
Si no aprovechamos este momento de la catarsis y nos volvemos al silencio y a la oscuridad, y por ende a las venganzas, las posibilidades de que el país pueda construir una paz verdadera son muy pocas.  

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