Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Las elites y el ‘statu quo’

Menospreciar este momento comprando argumentos burdos de una propaganda política que no propone nada sino que busca destruir todo, sería el peor error de las élites políticas y económicas.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
4 de junio de 2016

En su última columna en El Tiempo, Carlos Caballero Argáez se refiere a la responsabilidad que le compete a las elites norteamericanas en el surgimiento de un frankenstein como Donald Trump, y se pregunta si las colombianas con su miopía no son acaso las causantes directas de la tremenda polarización que vive el país. Unas elites que, según él, no han servido para mitigar los ánimos ni para establecer puentes, sino para echarle más leña al fuego y agudizar la polarización.

De esa pregunta yo salto a otra más concreta: ¿será que nuestras plácidas elites colombianas están conscientes de lo que les puede suceder si actúan con la miopía de siempre, y deciden apostarle al statu quo en lugar de reaccionar a la altura que exige este momento histórico? Ah, porque esa es la otra. Por cuenta de la propaganda política de quienes se oponen a cualquier pacto producto de la negociación política con las Farc, se ha querido menospreciar este momento histórico. Ante la evidencia de que el acuerdo entre el gobierno y las Farc ya no tiene marcha atrás, los pregoneros del desastre, que se oponen a todo lo que tenga que ver con el proceso de paz, se han apresurado a socavar los efectos que tendría este acuerdo que, repito, ya es una realidad irreversible. Para estos pregoneros del apocalipsis este acuerdo es una trampa que no nos va a traer la paz –los neoparamilitares y el ELN seguirán alentando la guerra–, pero en cambio sí supone un acto inadmisible de entrega del Estado a las Farc, al terrorismo y, por esa vía, al castro-chavismo.

Menospreciar este momento comprando argumentos burdos de una propaganda política que no propone nada, sino que busca destruir todo, sería el peor error que pueden cometer las elites políticas y económicas. ¿Cómo van a oponerse a que los niños menores de 15 años se salgan de la guerra? ¿Cómo le van a explicar al país que ellos están en contra de un proceso que ha logrado silenciar fusiles? ¿Cómo explicar que sigan oponiéndose a unos acuerdos en los que las Farc se comprometieron a dejar el secuestro y la extorsión? ¿Será mejor que los niños regresen a la guerra y que los que no secuestran hoy lo vuelvan a hacer? Pactar la paz con una guerrilla que ha estado combatiendo 60 años, que representa un poder armado que sometió a poblaciones enteras, no puede ser inocuo.

El proceso de desprestigio de las elites en Estados Unidos, hoy aceptado por tirios y troyanos, se dio sin que estas lo notaran. Su arrogancia les impidió ver lo que se les venía y hoy se sienten sorprendidos de que un multimillonario ignorante como Trump esté desplazando a las tradicionales elites republicanas. Nunca pensaron que iban a tener que rendir cuentas. Sobrevivieron al escándalo de Wall Street y las elites republicanas salieron bien libradas luego del farragoso conteo electoral que le quitó en la Florida la presidencia a Al Gore. Confiadas en su suerte, se dedicaron durante ocho años a destruir el gobierno Obama y su principal obra, el Obamacare. ¿Y cuál fue su resultado? Que paralizaron al gobierno en perjuicio de los ciudadanos. Y sí, es cierto, lograron deslegitimar a su opositor político, pero al desatar esa guerra sin cuartel también perdieron ellos. Sin darse cuenta, crearon el caldo de cultivo para el ascenso de Donald Trump quien ha centrado su discurso en el desprestigio de las elites tradicionales con un éxito político inesperado.

Sería un error histórico que nuestras elites optaran por el statu quo por culpa de su miopía y de su arrogancia. Hasta ahora han salido indemnes de todos sus entuertos. Lograron frenar los efectos de la gran reforma del 36 concebida por Alfonso López Pumarejo, impulsando una contrarreforma que dio al traste con la reforma agraria, hecho que nos retrasó en la historia unos 60 años. Décadas más tarde, lograron sepultar la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo en el Pacto de Chicoral, que también nos devolvió aún más en la historia. Cooptaron a un outsider como Álvaro Uribe, pero cuando este quiso quedarse en el poder movieron sus cuerdas para sacarlo a gorrazos, como lo hicieron años atrás con el general Rojas.

Activar el freno de las reformas –de hecho ya lo están haciendo ciertas elites regionales con la Ley de Restitución de Tierras– atizaría la polarización que vive el país y podría socavar la legitimidad del gobierno de Santos, ya hoy suficientemente averiada. Pero que quede claro: en esa guerra sin cuartel que desatarían, las elites también llevan las de perder. Al no ser conscientes de su desprestigio, su miopía les impide ver que están creando el caldo de cultivo para el surgimiento de un frankenstein colombiano, que podría resultar siendo tan imparable como hoy lo es Donald Trump.