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¿Y si se pierde el plebiscito?

Santos no parece haberse dado cuenta de que la mayoría de los sufragantes van a ir a las urnas sin la información necesaria.

María Jimena Duzán, María Jimena Duzán
2 de julio de 2016

El presidente Santos debería aprender las lecciones de lo sucedido en el referendo que acaban de hacer los británicos y que perdió de manera estrepitosa su amigo el primer ministro David Cameron. Su inesperada derrota no fue solo culpa de la ultraderecha xenófoba. Según el periodista inglés John Carlin, Cameron se equivocó desde el comienzo al convocar un referendo que el país no estaba pidiendo. “Ese referendo no respondió a un clamor popular como sí lo tuvo el de Escocia o el de Cataluña, sino que respondió a una necesidad de resolver una división interna de su Partido Conservador”, advirtió.

Cameron no se dio cuenta de que la mayoría de los votantes de a pie fueron a las urnas sin tener los conocimientos económicos ni políticos, y depositaron su voto sin estar bien informados. Tampoco pudo impedir que los populistas y demagogos de la ultraderecha británica, quienes apelaron a la mentira, al resentimiento y a viejos prejuicios como el de la xenofobia latente en muchos ingleses, ganaran y se impusieran. Ahora, tras este resultado, Cameron tiene a un país desconcertado, preso del miedo. Lo que demuestra que los mecanismos de refrendación popular no sirven solo para robustecer democracias, sino también para recortarlas y empequeñecerlas.

Aquí en Colombia parece que estamos recorriendo el mismo camino. El plebiscito que vamos a tener que realizar, para refrendar o no lo pactado en La Habana, no responde a ningún clamor popular. Nadie, ni siquiera la oposición uribista lo ha pedido. Mi olfato me indica que el presidente Santos lo convocó no para que el pueblo aprobara lo acordado, sino para resolver una división interna entre las elites políticas –y económicas– que votaron por él, pero que o no comulgan con el proceso de paz o tienen serias dudas de que lo pactado sirva a sus intereses, encabezadas por su vicepresidente German Vargas Lleras, el candidato presidencial más opcionado de su coalición para sucederlo.

Pero esa no es la única similitud. El presidente Santos está tan confiado de que va a ganar como Cameron lo estaba. No parece haberse dado cuenta de que la mayoría de los potenciales sufragantes van a ir a las urnas sin tener la información necesaria para hacerlo a conciencia. Si en una democracia como la británica, muchos de los votantes fueron a las urnas sin saber realmente qué era la Unión Europea, no me imagino cuál es la información que puede tener un jefe de cobranzas de una empresa en Colombia para que pueda votar a conciencia sobre unos acuerdos de paz que solo se van a conocer un mes antes de que se haga el referendo. Si alguna paradoja ha marcado a este proceso de paz es que sus históricos avances no son registrados por el colombiano de a pie, que siempre lo ha sentido como algo muy lejano.

En esas condiciones la posibilidad de que se pierda el plebiscito es más alta de lo que nos imaginamos. Hoy quienes llevan la delantera son los defensores del statu quo que se oponen al proceso de paz y que –como sucedió en el Reino Unido– están apelando a los más bajos instintos de la política para conseguir adeptos.

Nadie en el gobierno de Cameron pensó que una mentira tan gorda, como la de que el Reino Unido enviaba 350 millones de libras cada semana a la Unión Europea, se hubiese terminado creyendo. Tampoco nadie creyó que los votantes iban a creer la mentira de que Turquía –cuyas posibilidades para entrar a la Unión Europea son nulas– iba a hacerlo, y que el temor infundado de que millones de turcos vendrían a Gran Bretaña a quitarles su trabajo iba a movilizar a los británicos de más de 65 años.

Aquí andamos en la misma barca. Ninguno de los estrategas del presidente Santos cree que las mentiras del uribismo estén haciendo carrera, pero ahí van abriéndose camino aprovechándose de la poca educación e información que tienen los votantes colombianos. Dentro del rosario de mentiras que el uribismo ha fabricado hay una especialmente exitosa: la de que el gobierno pactó con las Farc en La Habana, a espaldas de los colombianos de bien, un pago mensual de 1.800.000 pesos mensuales para cada excombatiente. Aunque no hay ninguna prueba de ello, el uribismo hábilmente ha seguido insistiendo en esa mentira y hoy hasta senadores del Centro Democrático como Everth Bustamante salen a denunciar este pacto inexistente como si fuera una verdad de a puño. Otro tanto sucede con otra mentira que nadie pensó que calaría: la de que estos acuerdos de paz en La Habana protocolizan la entrega del Estado de derecho al terrorismo y marcan la hoja de ruta hacia el castro-chavismo. Nadie pensó que el país pudiera creer que Santos, un político de centroderecha, pudiera terminar siendo señalado de semejante absurdo. Pero hoy me encuentro con muchos empresarios que se han vuelto uribistas, pensando que si el proceso de paz se implementa se va a acabar la seguridad jurídica y la propiedad privada porque las Farc van a ganar las elecciones de 2018 y van a imponer el régimen castro-chavista. Si estas mentiras han calado en empresarios que se presume han estudiado en las mejores universidades privadas, no me imagino qué puede pensar un colombiano de la clase media que se informa por RCN y Caracol y que trabaja todo el día a sabiendas de que el sueldo no le alcanza.

Ojo pues con ese triunfalismo, porque nos puede pasar lo del brexit.

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