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Un apretón de manos

¿Por qué diablos hemos bañado de sangre a este país? Pareció tan fácil el apretón, y todos se veían tan contentos, que la resaca después de la fiesta, es fuerte.

Marta Ruiz, Marta Ruiz
27 de septiembre de 2015

Claro que yo también estoy feliz con el apretón de manos entre Timochenko y Santos. Ese gesto, sin duda un presagio del futuro que podemos construir, contrasta con la pesada imagen del pasado: Uribe, y el sartal de mentiras mal intencionadas que salió a decir en la televisión, tan dispuesta siempre a hacerle eco.

El gesto del apretón me pareció de valientes. Santos, por fin sacó a relucir sus credenciales de tahúr y jugó sus cartas de manera rápida, para atajar al enemigo mayor que tiene el proceso de paz: el tiempo. Amarrada a una propuesta de justicia realista, había unas fechas de final del conflicto y comienzo del desarme que le pusieron un horizonte nítido al proceso de paz. Timochenko por su parte, con buen tino, se mostró abierto y cercano. Habló de reconocer responsabilidades, y de convertir a las Farc en movimiento político. Obviamente se ve mejor en guayabera blanca, hablando pausado y sonriente, que enfundado en su camuflado, y vociferando.

Todos tuvimos la certeza de que la paz es posible y mejor aún, que está cerca y seguramente, es imparable.
Pero cuando a uno le pasa la euforia y vuelve a ver mil veces la foto y el video del apretón de manos, y a Santos reconociendo la voluntad de paz de las Farc, y a Timochenko hablando de abandonar los odios, entonces uno se pregunta ¿Cómo fue que comenzó esto? ¿Por qué diablos hemos bañado de sangre a este país? Pareció tan fácil el apretón, y todos se veían tan contentos, que la resaca después de la fiesta, es fuerte.

El apretón de manos sería algo menos dramático si ocurriera entre adversarios que se insultan, como ocurre con Maduro. Pero entre estos dos hay una historia de impiedad. Las Farc, en nombre de la revolución, han despreciado la vida, la libertad y la dignidad humanas al tope. El Estado no lo ha hecho mejor. Las cientos de condenas e investigaciones que hay en materia de derechos humanos lo atestiguan. Son sencillamente iguales, y como iguales se han sentado en la mesa en Cuba a admitir que tendrá que haber justicia, reconocimiento del daño que han hecho y reparación. El miércoles por eso hubo simetría. Son igualmente responsables, igualmente culpables y tiene igual obligación de recoger sus pasos, y dar la cara.

Por supuesto que los signos de que la guerra llegará a su fin son evidentes y nos hacen felices. Pero ese apretón de manos se vio tan bien, tan fácil, tan decente, que uno se pregunta ¿Será así todo hacia adelante?

Perdón por aguar la fiesta. Sé que la paz evitará nuevas víctimas y que el apretón de manos lleva implícita la titánica tarea de la no repetición. De controlar el tánatos eterno de un Estado que no tolera la disidencia, de una guerrilla intolerante con la diferencia. Pero ¿a dónde va a parar el pasado? ¿Las 200 mil personas que fallecieron por una campaña tan insensata y larga?

En ellos pensé luego de que las imágenes y los flashes reventaran mis ojos. En los miles de muertos que han costado este apretón de manos, que por la magia de la TV, parece tan espontáneo. Que bajo la sonrisa pícara de Raúl Castro, se sintió como algo natural. Pensé en Alfonso Cano, muerto, según dicen, fuera de combate. Y en el Mono Jojoy aniquilado bajo una descarga descomunal de bombas. Pensé en los soldados sacrificados. En los guerrilleros que todavía esperan en cementerios anónimos una madre que los llore. En los cuerpos disfrazados con uniformes que han sido presentados como bajas para ganar un puñado de beneficios. En los desplazados que nunca volverán a sus tierras, cuyas vidas ya nunca serán las mismas. En los niños cuya infancia se enredó entre fusiles, y en la gente mutilada que arrastra sus heridas por la calle. En los desaparecidos que nunca podrán ser rescatados de las turbulentas aguas de los ríos. En la juventud que dejaron enterrada los secuestrados en la selva.
 
Una voz interior me recuerda que tras ese apretón de manos hay mucho dolor. Mucha sangre. Y que si ha ocurrido, es porque como dice Santos, solo los imbéciles no cambian de opinión. Esa tarde, se daban la mano dos hombres inteligentes, tercos y virulentos, que han cambiado de opinión. Sobre ellos mismos, sobre sus enemigos, sobre la violencia.

Todas las guerras son inútiles. La de Colombia no tiene porqué ser la excepción. El apretón de manos solo nos demuestra que hay un propósito de enmienda. Pero el pasado será un fardo difícil de superar, por lo absurdo que es. Porque tardaremos en darle sentido, sea en un tribunal o en una comisión de la verdad, a una guerra que no condujo a nada. Que no nos dejó más que desolación y mezquindad. La paz no será fácil. No será sólo un apretón de manos. Aunque éste sí sea el primer atisbo de ella.

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