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Más allá de una goleada

El periodista Eduardo Arias analiza las consecuencias de 9-0 contra Brasil y la profunda crisis del fútbol colombiano.

Semana
28 de febrero de 2000

El 5 de septiembre de 1993 Colombia le ganó 5-0 a Argentina. El mal manejo que se le dio a ese resultado se pagó muy caro: fracaso rotundo en el mundial de Estados Unidos y cuatro años perdidos con Hernán Darío ‘El Bolillo’ Gómez, en los que Colombia clasificó sin convencer a nadie al Mundial de Francia más por la inercia de un pasado glorioso que por los méritos del estratega.

Ahora es al revés. Brasil le gana a Colombia 9-0 un juego que, en principio, era de simple trámite, y que terminó en pesadilla. Si el mal manejo de un triunfo histórico trajo consecuencias tan funestas, ¿qué pensar de semejante goleada?

Hasta ahora el país sólo se ha centrado en consideraciones inmediatas. “¿Alvarez sí era el hombre?”. “Que se vayan los dirigentes”. “Que el Chiqui García odia a los antioqueños”. Pero poco o nada se ha dicho de las consecuencias que pueda traer en el mediano plazo semejante revés, más si se tiene en cuenta que el fútbol colombiano navega desde hace varios años en aguas turbulentas.

Una derrota de esta magnitud puede traer consecuencias funestas, mucho más graves que la salida de un técnico o un par de dirigentes. Por bastante menos que un 9-0 el fútbol peruano se vio sumido en una crisis de casi 20 años de la que apenas hasta ahora medio comienza a salir a flote. En el mundial de España de 1982 bastaron poco más de 20 minutos en el estadio de Vigo, en los que Polonia les hizo cinco goles a los Cubillas, Uribes y compañía, para que uno de los mejores equipos del mundo de aquel momento regresara a casa por la puerta de atrás. Desde entonces Perú no ha vuelto a la Copa del Mundo. Ni hablar de los 20 años de frustraciones y complejos que le trajo a Argentina la goleada 6-1 que sufrió ante Checoslovaquia en el mundial de Suecia de 1958.

Más allá de debatir si Pepe Portocarrero debe ser titular o suplente, o de preguntarse si Alvaro Fina debe seguir al frente de la Federación Colombiana de Fútbol, es necesario mirar los verdaderos males que aquejan al fútbol colombiano.

Uno de ellos es la crisis económica. En tiempos de Francisco Maturana, por la razón que sea, al menos Nacional y América eran equipos grandes. El primero, porque era la columna vertebral de la selección Colombia. El segundo, por su constelación de estrellas extranjeras. A Maturana, que trabajaba ante todo con los jugadores del Nacional, se lo acusaba de tener su ‘rosca paisa’. Pero eso le permitía trabajar con tiempo su sistema de juego y más cuando ejerció de manera simultánea como técnico del Nacional y de la Selección.

Hoy día es a otro precio. La columna vertebral de la Selección Colombia está a varios miles de kilómetros de distancia, más exactamente en La Bombonera, atendiendo las órdenes del técnico de Boca Juniors. Los otros titulares andan desperdigados por Italia, España e Inglaterra. Muy pocos juegan en el país y más temprano que tarde éstos terminan en el exterior, como acaba de suceder con el ‘Totono’ Grisales, nueva contratación del San Lorenzo de Almagro. Los poco planificados partidos de preparación (vicio endémico y pandémico de la Federación Colombiana de Fútbol) se atienden con formaciones de emergencia que a duras penas se reúnen un par de días para trabajar. Resultado, Colombia pierde con Trinidad Tobago (y eso que esa vez los trinitarios nos dieron la ñapa de no alinear al goleador del Manchester United Dwight Yorke), Brasil nos vuelve a ganar 9-0 como en los remotos tiempos de los Suramericanos de Guayaquil, cuando Di Stefano era una joven promesa del fútbol argentino y no existía el profesionalismo en Colombia.

Pero la crisis económica va más allá. Como los equipos ya no tienen figuras cada vez menos gente va a los estadios. Esto obliga a los equipos a vender jugadores para sobrevivir. Como el mercado nacional es casi nulo la única salvación es el mercado internacional. Resultado, la Selección Colombia se vuelve una vitrina y los técnicos de turno reciben toda suerte de presiones para que convoquen a este u otro jugador.

Casos se han visto. Víctor Hugo Aristizábal, contra el “clamor del pueblo colombiano” que tanto cita ahora Alvaro Fina, era llevado una y otra vez a la Selección Colombia a pesar de su inoperancia. Una vez vendido al fútbol brasileño, vaya coincidencia, nadie volvió siquiera a mencionarlo cuando se hablaba del tema del onceno nacional.

Otro tema muy complejo es el del periodismo deportivo, que sabe muy bien que las audiencias de sintonía (y por ende la pauta publicitaria) llega más fácil cuando se manejan sentimientos exaltados, cuando se exagera en la gloria y en la desgracia. El análisis reposado, la reflexión, el debate con contexto, eso no atrae audiencia, eso no trae pauta, por esa razón se desecha.

Por ese motivo lo que menos necesita el país en este momento es el oportunismo de los periodistas deportivos que piden cabezas y culpables 48 horas después de haber alabado a Colombia como el mejor equipo del torneo preolímpico. Lo que menos necesita el país es el cinismo de dirigentes que, para cuidar sus puestos, siguen hablando “del progreso del fútbol colombiano que clasificó a tres mundiales” y minimizan el 9-0.

Si lo que de verdad interesa es el futuro del fútbol colombiano lo que el país necesita, sin pérdida de tiempo, es que los dirigentes, técnicos, jugadores, periodistas e hinchas tomen conciencia del inminente peligro que se cierne sobre él y dejen para ocasiones menos delicadas el discurso regionalista y las diatribas que se redactan con el hígado y no con el cerebro y el corazón.

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