Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Pólvora blanca

La masacre de Tumaco evidencia que cuando se trata de coca la violencia es terca y no sabe de treguas, de uniformes, ni de siglas.

Ana María Ruiz Perea, Ana María Ruiz Perea
9 de octubre de 2017

Una masacre es lo último que, pensábamos, podía suceder estando las Farc desarmadas y en proceso de convertirse en movimiento político, el ELN en cese bilateral del fuego y el Clan del Golfo aparentemente interesado en desmovilizarse. Pero sucedió. La masacre de Tumaco evidencia que cuando se trata de coca la violencia es terca y no sabe de treguas, de uniformes, ni de siglas.

Aunque a muchos colombianos no les guste reconocerlo y los sonroje ante los ojos del mundo, este es el país donde hace ya más de tres décadas un grupo de emprendedores encontró la fórmula para llenarse los bolsillos inundando al mundo con polvo blanco. Cuando sonaron las primeras trompetas de la guerra que se avecinaba, quién iba a creer que 30 años después seguiríamos contando muertos en la guerra sin fin de la coca.

Ahora, muchos años después de aquellos carteles, pareciera como si quisiéramos creer que el narcotráfico es un mal sueno del pasado y reducirlo a una serie de televisión, unos capos violentos y extravagantes bañándose en billete. Para nadie es fácil reconocer la irrigación del dinero de la coca en la sociedad, en la operación estable de los movimientos financieros, en la construcción, en la prestación de servicios, en la importación de millones de baratijas chinas. En estas décadas la cadena de operación del narco no solamente ha enriquecido a unos sino que le ha dado ingresos a millones de trabajadores anónimos dentro de la cadena del negocio, desde lavaperros hasta asistentes contables, desde campesinos que siembran hasta guardaespaldas que matan.

Hay que descorrer el velo que hace del narcotráfico un mito ochentero, y entender que es una realidad que nos ocupa aquí y ahora. En todos estos años el fenómeno narco jamás murió, ni se debilitó a pesar de los capos acribillados, los extraditados y los encanados: el negocio pasó de mano en mano, a otros capos, a otros patrones, a otras máquinas de lavado que en estos años se han diversificado y sofisticado aun más, han aprendido el arte de untar sin dejar huella, así en la tierra como en las nubes.

Es inútil y errático seguir explicando el fenómeno del narcotráfico como un asunto de buenos y malos. Ese es el lenguaje del embajador gringo hablando de las hectáreas que deberíamos fumigar, o el de tantas personas que opinan que se trata de arrancar una mata y perseguir, atacar, neutralizar y detener a un fulano hampón. La coca es el combustible blanco, la pólvora que convierte en guerra todo conflicto.

La masacre de Tumaco el jueves 5 de octubre es parte de la otra cara de la guerra del narco. Este es el municipio colombiano que tiene más hoja de coca sembrada (23.000 hectáreas, el 16 por ciento del total sembrado en todo el país), así que con un cálculo rápido queda claro que no todo lo que ahí está sembrado corresponde a pequeños campesinos que subsisten con la venta de la hoja. Una parte lo es, pero otra parte no.

Una gran cantidad de esa coca corresponde a siembras extensivas. Es decir, el escalón próspero en la cadena del negocio, el de los grandes sembradores de hoja que luego, en esas mismas selvas, cocinan y transportan río abajo hasta las playas desde donde embarcan la mercancía rumbo al norte.

Según conocedores de la situación de Tumaco, 11 grupos y un gran narco se disputan el poder territorial que quedó libre con la salida de las Farc. Toda la población vive de este negocio y ya se había movilizado en abril pasado, en oposición a la política de erradicación forzada, pidiendo la implementación del 4º punto de los acuerdos, la sustitución voluntaria de cultivos.

Esta última protesta de cocaleros deja hasta el momento 6 personas muertas y 21 heridas, una masacre con todas sus letras. Para explicar lo que pasó se habló de disidencia de las Farc, de grupo guerrillero de nuevo cuño, de traqueto en ejercicio, de alguna bacrim, de tatucos y pipetas bomba, de hechos confusos y circunstancias inciertas.

Según se puede entender del reporte de la Defensoría del Pueblo, y otros, la Policía Antinarcóticos está disparando contra todo el que se acerque a determinado lugar. Campesinos, ejército, defensores de derechos humanos, reciben bala por igual. La situación es demencial.

El del narcotráfico es un problema que atraviesa todos los conflictos políticos y sociales de Colombia. Mientras la coca siga siendo la pólvora que enciende la guerra, no importa cuántos acuerdos de paz se firmen, ni con quienes, seguiremos viendo año tras año cómo se reproducen las nuevas formas de la misma guerra del narco.

@anaruizpe

Noticias Destacadas