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Matanzas: fotos, palabras

Fidel Castro y Álvaro Uribe tienen en común que detestan los informes de Amnistía Internacional sobre violaciones a los derechos humanos

Semana
20 de junio de 2004

La foto en la primera página de El Tiempo es mucho más elocuente que las palabras de los que hablan (o que el silencio de los que callan). Todo, en esa foto, habla y conmueve: en una capilla, tirados en el suelo, alcanzan a distinguirse una docena de cuerpos con el torso descubierto, los pantalones arremangados hasta formar una especie de taparrabos y las cabezas inertes que

se desmadejan hacia un lado. Al fondo, un crucifijo casi idéntico a las víctimas: torso y piernas desnudos, taparrabos, hilos de sangre sobre el cuerpo y la cabeza inerte.

Se trata de las víctimas de esta nueva masacre en La Gabarra (no es la primera), depositadas en una capilla cerca de Tibú. Los cuerpos de los masacrados eran muchos más, 34, pero como ya no cabían en la capilla, a las otras víctimas tuvieron que llevárselas al cementerio. Los autores de esta espantosa carnicería, según denuncian las autoridades, fueron guerrilleros del frente 33 de las Farc, y este grupo lo reconoce implícitamente en su página web.

Esta foto es un gran documento periodístico porque hace que la muerte de esos campesinos nos duela. En cambio las palabras de quienes comentan esas muertes (o el silencio de quienes no las repudian), o las justifican, o las enmascaran, producen rabia. Los periódicos sostienen que los muertos eran "raspachines de coca", y como raspachín tiene una connotación y hasta un sonido infamante, los muertos van perdiendo categoría, como si empezaran a merecerse su muerte. La página web de las Farc sostiene que los muertos eran "paramilitares dedicados al cultivo de coca", como si esto pudiera justificar la matanza. El presidente Uribe aprovecha la noticia para señalar que Amnistía Internacional calla sobre esta masacre, y llama a las víctimas "campesinos de la patria". Se usa la muerte de 34 personas para echarle el agua sucia a algún enemigo ideológico.

La Gabarra no debería ser un nombre nuevo en nuestra memoria, si tuviéramos memoria. Hace apenas cuatro años, en ese mismo sitio, se cometieron otras matanzas, en esa ocasión por mano de los paramilitares. En agosto de 1999, cuando las AUC llegaron a tomarse los territorios coqueros del Catatumbo, masacraron a 38 campesinos. En abril de 2000 también las AUC asesinaron a 21 desplazados de esa misma zona, en Tibú. Porque para analizar este caso, tampoco el nombre de Tibú debería resultarnos extraño. Esta es una población rica, que sin embargo vive en la miseria. Está situada sobre un lago de petróleo, pero sus pobladores no cuentan ni siquiera con acueducto y alcantarillado. Uno puede hablar de "patria" cuando la patria se porta de verdad como un territorio paterno que brinda oportunidades, trabajo, una vida digna. Pero el Catatumbo es una región hostil, corrupta, disputada por narcoguerrillas y narcodefensas, donde el Estado no les da una vida digna a los ciudadanos. Tiene tan poca dignidad su vida, que los habitantes se ven obligados a cultivar coca, para uno u otro grupo, por falta de oportunidades.

Así que eso de "campesinos de la patria" es un comodín. Además, no debería importar si los asesinados son de esta patria o de la patria de al lado. Son seres humanos, simplemente. No importa si recogían coca para los guerrilleros o para los paramilitares, si eran muy o muy poco patriotas. Lo que interesa es que eran seres humanos. Así, a secas, y por eso su asesinato a sangre fría es detestable, sea quien sea quien lo haya cometido. Fue asqueroso antes, cuando lo cometieron las autodefensas, y es asqueroso ahora, cuando lo comete la guerrilla, sin ningún doble rasero. Crímenes, esos y este, de lesa humanidad, como lo ha denunciado con prontitud y justicia la ONU y su delegado en Colombia.

Hay una cosa en la que se parecen Álvaro Uribe y Fidel Castro: ambos detestan los informes y las denuncias de Amnistía Internacional sobre violaciones a los derechos humanos. Califican de "chismes" a las denuncias serias que hay sobre los abusos cometidos por integrantes de los dos gobiernos. Aquí, desde hace meses, el gobierno se ha empeñado en una campaña de desprestigio contra las ONG que defienden los derechos humanos. Nos quieren convencer de que todo aquel que critique al gobierno es un aliado de la guerrilla. No soportan a quienes denuncian con igual fuerza a guerrillas, a paramilitares o a miembros de las Fuerzas Armadas cuando se portan como delincuentes.

Les propongo una apuesta para definir si Amnistía es una institución seria o sesgada: si en una semana Amnistía Internacional no ha denunciado a la guerrilla por esta masacre de La Gabarra, yo pierdo, y prometo escribir una columna denunciando a AI por parcial y por sesgada. Pero si el gobierno pierde la apuesta, y Amnistía denuncia a la guerrilla por esta masacre, tendría que haber alguien dentro del aparato capaz de hacer una declaración pública disculpándose por las palabras infamantes del Presidente contra una institución muy respetable a la que el mundo entero le debe muchísimo en la protección de la dignidad de los seres humanos.

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