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Columna de opinión Marc Eichmann

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Melquíades o Don Quijote

Nos encontramos peleando contra los gigantes molinos del cambio climático y emprendiendo reformas a los sistemas de pensiones y de salud con la practicidad de los inventos de Melquíades.

31 de enero de 2023

En Cien Años de Soledad, Melquíades visita Macondo con nuevos inventos científicos que no pasan desapercibidos para José Arcadio Buendía, quién no duda en desprenderse de los ahorros de la familia para adquirirlos. Entre ellos están el imán, el catalejo, la lupa, la dentadura, el laboratorio de alquimia y el hielo. Es una persona inteligente y aventurera que ha adquirido una gran sabiduría a lo largo de sus diferentes viajes, como conocer el otro lado de las cosas. En cada uno de sus regresos, Melquíades lleva la nueva ciencia a Macondo.

Úrsula Iguarán, la esposa sensata de José Arcadio Buendía, se cansa con el tiempo de las inversiones de su marido en las diferentes empresas que realiza cada vez que aparece un nuevo instrumento y que lo llevan hasta la locura. Cada novedoso instrumento traído por Melquíades era un nuevo emprendimiento para José Arcadio, que termina ocasionando desgracias a la familia Buendía, ya que de una forma u otra demuestra su inutilidad en el día a día. Melquíades llega al punto de escribir el devenir de la familia Buendía en unos pergaminos en sánscrito, idioma que los ciudadanos de Macondo no manejaban. Si bien el hielo, el catalejo y el imán son impresionantes y resuenan en la mente de la gente, son inútiles para generar bienestar en Macondo, aparte del espectáculo y los gestos de admiración que generan.

Gustavo Petro es el Melquíades en la Colombia de hoy. Impresiona con su discurso de avanzada sobre el cambio climático y la transición energética, sobre cómo se debe reformar el sistema de salud y el de pensiones, pero ni su hielo, ni su compás, ni su catalejo tienen aplicación práctica; sin duda da un golpe de opinión con ellos, pero no son compatibles ni han sido pensados para llevar bienestar a la gente y al contrario, nos dirigen directamente al destino de Cien Años de Soledad.

Melquíades podría haber llegado al poder en Macondo con las variaciones populistas del discurso de Petro, de haberle sacado lustre al invento del hielo, prometiendo la tierra prometida a sus adeptos, sobre todo aquellos con menos criterio hubiesen votado por él. Eso sí, como gobernante, sin la capacidad de administrar el pueblo con base en sus invenciones, hubiese sido un fracaso.

El caso de Melquíades no es único. Don Quijote recorrió España persiguiendo una Dulcinea inexistente y peleando contra gigantes imaginarios que en realidad eran molinos. El hidalgo manchego se imaginó un mundo ideal y caballeresco, y lo hizo con tal convencimiento de que, cuando los que le rodean quisieron sacarlo de él, los acusó de ser malignos, encantadores y envidiosos.

El poder de la imaginación, la fantasía y los sueños del ser humano ha sido estudiado constantemente a través de la historia, brindando a quién acude a ellos una escapatoria que hace su mundo mejor. Este es un gran recurso cuando se trata de los sueños de un individuo y para un individuo, pero no en el caso del Quijote, que pretende imponerlos masivamente a los demás, el resultado es deprimente.

Los colombianos nos encontramos peleando contra los gigantes molinos del cambio climático, emprendiendo reformas a los sistemas de pensiones y de salud con la practicidad de los inventos de Melquíades y buscando una paz total escrita en sánscrito que no aborda ni siquiera las causas de la violencia, enquistadas en medio del dinero fácil del narcotráfico y la minería ilegal.

Entre Melquíades y Don Quijote me quedo con los dos, pero exclusivamente en dos de los mejores libros de la historia. Porque a quién le tocaría vivir el final de las novelas, en la burla al personaje de Cervantes o la guerra y la desidia del gitano de García Márquez, será al pueblo colombiano.

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