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Memoria negada

Miriam de las Victorias Tello elabora una crítica de ‘Prohibido olvidar’, uno de los libros de 2006.

Semana
23 de diciembre de 2006

Maureén Maya y Gustavo Petro actualizan el monstruoso pasado vivido por los colombianos entre el 6 y 7 de noviembre de 1985. A través de 458 páginas del libro, Prohibido olvidar, se oyen las voces intercaladas de los dos autores analizando las motivaciones y consecuencias de la toma del Palacio de Justicia. En la primera parte del libro, enmarcan dentro de un contexto político-social los aciertos y los desaciertos del movimiento guerrillero M-19: desde sus orígenes, en la Anapo, hasta “sus últimas batallas por la democracia. El Palacio desde lo militar, fue una de ellas; la Constituyente desde lo político fue la última”. Y, pregunta Petro: “¿Vencimos? ¿Finalmente nos destruyeron? La historia está por escribirse.” La segunda parte del libro está dedicada a presentar declaraciones de sobrevivientes, de testigos de los hechos. Quedan muchos interrogantes sobre ¿quién, o quiénes fueron los responsables de una de las más terribles masacres sufridas por los colombianos en los últimos años?

Transcurre el tiempo pasado vuelto presente. Nada, o casi nada, ha cambiado en cerca de 50 años, desde mediados del siglo XX hasta hoy. La historia de la violencia no se acaba, más bien se agrava. Pareciera que la riña por el poder y el botín del Estado pusieran el yugo al cuello de los pobladores colombianos. Tras algunos procesos históricos, económicos y sociales, se enmascara todo tipo de represión, un fenómeno bastante común y decisivo en Colombia, puesto en escena a través de las páginas del libro. Retoman, pues, los autores desde la época de los ‘pájaros’ y los ‘chulavitas’, pasando por el gobierno de Turbay Ayala, quien implantó “el Estatuto de Seguridad como una clara medida de represión”; siendo el mismo Turbay quien “derogó el estado de sitio, y puso fin al represivo estatuto de seguridad” y aceptó el diálogo con los guerrilleros, cuando éstos se tomaron la embajada dominicana, para buscar una salida democrática “sin perdedores, sin ganadores”; “hoy se ha olvidado, que es posible un diálogo fructífero entre las partes que se confrontan y que primero es la vida de los inocentes”, comenta Petro. Entre 1982 y 1986 gobierna Belisario Betancur; ¿Uno de los principales responsables de la masacre del Palacio? “¿Cuál es la verdad no contada que Betancur guarda para revelar cuando estrene su tumba?”.

Un motivo contundente para que los autores saquen a la luz Prohibido olvidar parece ser la necesidad de demostrar que el M-19 no tuvo ningún vínculo con la mafia en los hechos del Palacio. Dice Maya: “Se entiende que para Petro, quien empuñó las armas contra el Estado, quiera desligar su antiguo movimiento de toda asociación o responsabilidad con los narcos, y que este esfuerzo argumental lo sustente en la masacre continuada que produjeron los narcos en unión con corrientes extremistas y corruptas de las Fuerzas Públicas contra guerrilleros y dirigentes políticos de izquierda durante más de una década. La lógica es impecable.
 
"La historia del país está atravesada por la relación entre la mafia y el poder político, particularmente, desde el gobierno de Turbay, quien favoreció el ascenso de esa “clase emergente” que incursionaba dentro del Partido Liberal, señalado por los autores: “Hoy estamos seguros que hubo un poder de la mafia de tipo ideológico que tenía vínculos con el Estado”. Además Petro dice que los narcos “junto con las Fuerzas Militares se empeñaron en destruir todo aquello que comportara ideas o actitudes cercanas al “comunismo”. La mafia se ensañó en la persecución contra el M-19, cuando el M-19 decidió “retener, como diríamos nosotros –el gobierno diría secuestrar y tiene toda la razón– a Marta Nieves Ochoa”, una de las hijas de Fabio Ochoa; golpe que el autor justifica por el “romanticismo” de los guerrilleros. Petro formula preguntas: ¿cómo era que los mafiosos “tenían la capacidad de destruirnos cuando no había podido el Ejército? ¿Cómo era su relación con el Ejército? ¿Qué era lo que se movía detrás de la mafia?”
 
Los autores acusan a las Fuerzas Armadas de estar implicadas con los narcos. Entre estos dos, Ejército y mafia, “exterminaron a los miembros de la UP”. Admite Petro: “los generales de la República, torturadores y asesinos, saben entonces, que su principal enemigo es la Corte Suprema de Justicia. Los dirigentes del M-19 deciden buscar un diálogo nacional de paz con los magistrados de la Corte. Y esto es fundamental para entender el trágico desenlace de la toma del Palacio de Justicia”. El autor se refiere a la democracia y se queja de “que la vida haya perdido su valor, que el diálogo se subestime y se imponga el poder de las armas”. Por supuesto, esto va en contravía del golpe de los miembros del M-19: Fayad, Pizarro y Boris, en un gesto de arrogancia, por no ser oídos y haber sido traicionados durante el “proceso de paz” por Betancur, toman las armas y “producen, en el acto violento de entrar, la muerte de seis personas: dos escoltas en fuego cruzado…”.
 
Lo que está en juego ahí es el contrasentido del M-19, cuyos orígenes en la Anapo revelan su inclinación por las reglas democráticas del Estado; pero al mismo tiempo, toman las armas y devienen beligerantes en guerra contra el Estado. Petro declara: “En política el abandono de las armas demuestra que éstas no sólo destruyen, sino que además autodestruyen”. De hecho, el M-19 se metió en un atolladero, en una sin-salida, y cuando perdió su capacidad de transformarse, sin querer queriendo, resolvió la Toma del Palacio de Justicia como una forma de autoabolición. Los hechos del Palacio pusieron punto final a la búsqueda del ‘Eme’ de la construcción del diálogo nacional como fórmula para acabar la guerra.

Desde ese entonces, “sin duda, pasó algo que nos endureció el corazón, que nos adormeció de emociones ante el homicidio”. Petro cree que lo sucedido en el Palacio es suficiente para encontrar las respuestas a todas las preguntas “sobre nuestra barbarie institucional”. Tramando un olvido, se edificó un nuevo Palacio sobre los escombros de la desgracia del antiguo Palacio de Justicia. Pareciera que el intenso dolor ha anestesiado, ha acallado, de alguna manera, a la población colombiana, para soportar la pesadilla. ¿Será que la memoria y el olvido se alian en algún punto, coexisten juntos?

El libro está poblado de erratas que interrumpen su mejor lectura, a saber: “Y Feliza Burztyn, una gran pintura (sic) y escultura” (sic, pág. 33); etc., etc.

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