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Memorias de un ex verde

El Presidente ha conseguido sorprendentes logros: reanudó la diplomacia, dio importancia a las víctimas y logró sacar de la televisión a José Gabriel Ortiz.

Daniel Samper Ospina
20 de noviembre de 2010

Pocas cosas me han decepcionado tanto como el gobierno del presidente Santos. Fui férreo crítico suyo durante la campaña; suponía que si ganaba representaría la continuidad de Álvaro Uribe, y ya lo veía metiéndose en calzoncillos a los ríos de las provincias para mostrar el pecho lampiño y presidiendo un consejo de ministros mientras consentía sobre los muslos al 'Pincher' Arias, como lo hacía su antecesor.

Pero miren qué decepción: en menos de 100 días, Santos ha hecho todo lo contrario. Se está volviendo imposible no aplaudirlo: ¿cómo no apoyar a alguien que se hace detestar por Fernando Londoño? ¿Hay mayor honor que ser criticado por Fernando Londoño en una de sus tediosas columnas?

Padecí como pocos el desinfle de la ola verde, que se midió con los actores de las últimas propagandas que invitaban a votar por Mockus. Nadie los conocía. No habían salido ni siquiera en Padres e hijos.

Pero soporté la derrota con dignidad, pese a que nunca pude sentirme cómodo del todo en el partido: la verdad es que todos los militantes verdes parecían creativos publicitarios, diseñadores gráficos. Pertenecer a la ola verde no era tanto una actitud política como una manera de ver la moda, de relacionarse con el baño. ¿A quién quería engañar? Siempre me faltó valentía para ponerme unos jeans rotos con unos tenis Converse, para usar solamente la parte de arriba de la sudadera y dejarme de bañar por tres días. Solo fui capaz de llevar una barba dispareja, parecida a la de Patricia Lara, y sacarme la camisa de los jeans. Con esa pinta aguanté con dolor los resultados.

Pero, por otro lado, descansé: pertenecer a la ola verde me estaba matando. Corregía a mis hijas como le oí decir en una entrevista a Adriana Córdoba que hacía Mockus con las suyas:

-Es muy bonito porque, cuando hacen algo mal, Antanas les advierte que si ellas no se autorregulan, alguien debe regularlas desde afuera, e inmediatamente lo comprenden -dijo aquella vez.

Justo después encontré a mi hija menor con un compás en la mano mientras miraba con los ojos brillantes el sofá de cuero.

-Autorregúlate -le dije-. Si no, alguien debe regularte desde afuera.

La niña me miró desafiante, miró el compás, miró el sofá. Y acto seguido, lo rasgó de un lado al otro, como Uribe a la Constitución, y en un instante dejó el cuero hecho jirones, inservible aun para hacerle un injerto facial a Fernando Araújo.

No sirve para nada tanta teoría, tanta belleza. ¿Qué habría sido del pobre profesor Mockus al frente de las llamas de este infierno? ¿Cómo habría manejado a Chávez sin que medio país se le viniera encima? ¿Cómo habría alzado a Edward Santos sin que se le cayera de las rodillas? Y sobre todo: ¿cómo habría logrado -en aras de recomponer la dignidad nacional- la renuncia de un señor que se llama Harlan? Una lástima que Harlan haya salido así de turbio. Dañó el nombre. Ya no le pondré Harlan a mi hijo.

Para gobernar a Colombia, tenían razón, se necesitan grandes dosis de picardía. Y nadie puede negar que, gracias a sus mañas, el Presidente ha conseguido sorprendentes logros en poco tiempo: reanudó la diplomacia, restableció el respeto por las instituciones, dio importancia a las víctimas y consiguió sacar de la televisión a José Gabriel Ortiz.

No me gustaba Santos porque era una persona traidora y desleal, capaz de volteársele a quien fuera para lograr sus objetivos. Pero ahora me gusta Santos porque es una persona traidora y desleal, capaz de volteársele a quien sea para lograr sus objetivos. ¿Qué iba a saber yo que le daría la espalda a Uribe y todos los que lo ayudaron a subir? La mejor manera de acabar con el hampa política era usarla. En menos de tres meses, Santos ya no le pasa al teléfono a José Obdulio, con quien solía cenar en la campaña. Y digo cenar, porque el doctor José Obdulio cena, no come, toda vez que es un hombre culto y elegante.

Me duele por el ex presidente Uribe, a quien quiero y admiro porque hizo muchas cosas por el país, o al menos por Valerie Domínguez, que no es poco. Pero esta versión fría y práctica de Santos me tiene gratamente sorprendido. Subió apoyado por los conservadores, pero gobernando recuerda a líderes liberales como Virgilio Barco. No solo por el leve gagueo, sino porque desde el 86 no se veía a un mandatario enfundado en una maillot amarilla tres tallas menor que la suya, como la que Santos se puso hace poco para saludar a un ciclista.

En cambio, en estos 100 días, el golpe de opinión más grande que han dado los verdes fue anunciar que Sergio Fajardo hace parte del partido y que van a trabajar por la ecología: ¿esas eran las nuevas noticias? ¿Cuál otra gran novedad les faltó por anunciar? ¿Que Mockus se dejó la barba, como yo, como Patricia Lara?

También se inventaron un aval oficial, 'el sello verde', que darán a sus candidatos, con excepción de Luchito, a quien le seguirán dando el Sello Negro.

Lo digo porque quiero; a mí no me pagaron. Echo de menos al Santos que me inspiraba, al Santos que se ponía sombrero aguadeño para parecerse a Uribe. Pero este Santos es un reformador. Es mi profesor, mi Presidente. Por eso, le pido ahora que dirija el Partido Verde, para que nos ayude a recuperarlo.

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