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Mi nuevo líder político

Solo creo en Devia, que se parece a Rafael Pardo en que los dos se mueren de hambre como candidatos presidenciales

Daniel Samper Ospina
3 de julio de 2010

Después de ser testigo de la cascada de adhesiones que ha recibido Juan Manuel Santos en estos días, y de ver que quienes antes lo criticaban ahora no ahorran elogios para congraciarse con él, llegué a la conclusión de que el único político honorable que tiene este país es Róbinson Devia, el candidato presidencial que hizo la huelga de hambre que menos ha importado en la historia de Colombia: ¿alguien sabe en qué terminó? ¿Sigue encadenado en la Plaza de Bolívar? ¿Se murió? ¿Dónde puedo encontrarlo, para adherir a él?
 
Salvo Devia, digo, todos los demás se han ido entregando al nuevo gobierno sin pudor alguno. Rafael Pardo pasó de atacar la corrupción del uribismo a elegir a Armandito Benedetti, que no sabe conjugar con enclíticos pero será Presidente del Senado. Y no me extrañaría que los verdes acepten algún cargo que encaje con el semblante de sus líderes, y que Mockus termine en el Ministerio de Educación; Peñalosa, en el de Vivienda; Fajardo en Coldeportes, y Luchito en la licorera de Cundinamarca.
 
Pero el caso más lamentable de todos es el de Petro. Yo creía que Petro era un político tan brillante como los blazers con que se viste. Pero es igual a todos, y ya comenzó a acomodarse al poder con la excusa de sacar adelante la gran revolución del agua.
 
Aclaro que estoy de acuerdo en llevarles agua a los colombianos que más la necesitan: a Cabas, por ejemplo. Hay que bañar a Cabas por el bien nacional. Pero me gustaría saber si Petro está actuando a nombre propio o a nombre de Venus Albeiro, su testículo enfermo. Parto de la base de que ni Petro habla a nombre del Polo, ni Venus Albeiro habla a nombre de Petro, y por eso cruzo los dedos para que todo se trate de un malentendido.
 
Yo, por mi parte, permaneceré en la oposición, aunque soy capaz de reconocer los aciertos del nuevo Presidente: hasta ahora, hay que decir que el perfil de los nuevos ministros es casi tan impresionante como el perfil de Juan Lozano. El de Transporte al menos no vive en un monasterio. El de Hacienda no tiene cara de retorcijón, como el que está ahorita, y eso va a tranquilizar los mercados. Y de Sandra Bessudo no sólo hay que destacar su amor por los animales, lo cual le permitirá entenderse con los congresistas costeños de La U, sino el talante de Jean Claude, su padre, un hombre que siempre se ha preocupado por los asuntos sociales del país, tales como las frijoladas y los cocteles.
 
Con quien tengo reparos es con la nueva canciller, María Ángela Holguín: nunca perdonaré que por culpa suya Name Jr. no haya seguido en el consulado de Nueva York y lo tengamos que soportar acá, en Colombia. Si al pobre Name le hubieran permitido quedarse en Estados Unidos en representación de su papá, quizás habría aprendido inglés. Y eso habría sido muy útil, porque el español no es lo suyo, como lo demostró cuando escribió la palabra “hambiente” en Twitter. José David: no importa que, a diferencia de la doctora Martha Lucía Ramírez, la hache sea muda; es una letra muy valiosa, que no pertenece al servicio exterior de Uribe, y ni tú ni tu papá la pueden ubicar donde quieran.
 
Pero de la nueva canciller me gusta que tiene el pelo más corto que el actual -a quien en las grabaciones de Palacio llamaban “La mechuda”-, y mejor cuidado, como con más brillo, pese a que ambos van a la misma peluquería. Allá harán el empalme.
 
Ahora bien: también admito que Santos es un hombre con experiencia administrativa, que ha trajinado casi tantas carteras como Tutina un sábado cualquiera. Pero no se me olvida que subió al poder con ayuda de políticos tradicionales como Germán Olano, un representante santista a quien la semana pasada agarraron en una comprometedora conversación de sobornos.
 
He tratado de imitar a Juan Manuel y, en lugar de satanizar al político criollo, de fijarme solamente en sus virtudes. Lo intenté con el mismo Olano, y al comienzo funcionó: aparentemente, el congresista sacó un pedazo de lo que le correspondía para dárselo a su cómplice y cumplir con su palabra, y eso ya no lo hace nadie. He ahí un buen amigo; un hombre decente.
 
Pero al rato me sentí asqueado. Y desde entonces tengo clara mi posición frente al Presidente electo: y es que por muchos aciertos que pueda mostrar en los nombramientos, del próximo gobierno sólo me cae bien Angelina, la hija de Angelino, porque no se descompuso en pleno acto de celebración cuando Santos la llamo así, Angelina. No sé cuál sea su verdadero nombre, pero para mí siempre será Angelina. Y es a la única que valoro.
 
Por lo demás, no creo en nadie. Sólo en Devia, que se parece a Rafael Pardo en que los dos se mueren de hambre como candidatos presidenciales. Sino que Devia lo hace con grandeza, a través de una huelga que le impide aceptar las tajadas de la torta que Santos ya empezó a repartir en nombre de la unidad nacional.
 
Salgo, pues, a buscar lo que de Róbinson Devia hayan dejado las palomas de la plaza de Bolívar; a espantar los chulos que lo picotean. Voy a descolgarlo y a limpiarlo; voy a traerlo a la casa y guardarlo en el depósito. Y estaré firme con él hasta la muerte. Hasta la suya, quiero decir. Es decir, hasta este instante.

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