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Mi peor pesadilla (parte II): El Gran Colombiano

Supuse que a cambio del voto en History espectadores de Teleantioquia podían reclamar un tamal en canal Gourmet.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
29 de junio de 2013

Mi pesadilla iba en que, como en el cuento de Monterroso –aquel minirrelato fabuloso que Simón Gaviria suspendió en la mitad, y que ojalá alguna vez termine-, cuando desperté, el procurador todavía seguía allí.

Pobre país en manos de la ultraderecha, pensé mientras me desperezaba y prendía la televisión: solo falta que en el concurso de History Channel  nombren a Uribe como el Gran Colombiano de la historia.
No acababa de pensarlo cuando dieron la noticia. Efectivamente, por encima de ilustres personajes como García Márquez, Fernando Botero o el mismísimo Marlon Becerra, el expresidente era honrado con el título, ahora célebre.

Comencé a sudar. “Seguramente sigo sumido en la pesadilla” razoné. “Debo tener paciencia: en cualquier momento despierto”, intenté consolarme. Pero me pellizcaba, y abría y cerraba los ojos con fuerza, y no conseguía regresar a la conciencia. La situación era disparatada, pero todo parecía tan real, y se veía todo tan auténtico, que por un instante pensé que de verdad estaba sucediendo. 

Qué nombramiento tan absurdo, me quejé: yo sé que Uribe es bueno para echar cuentos, pero, en ese caso, ¿no era más digno que ganara García Márquez? En otros países triunfaron personajes como Winston Churchill, como Benito Juárez: ¿significa eso que Uribe es nuestro Churchill? ¿Que ese es el tamaño de nuestros próceres? 

Acá hay gato encerrado, pensé: es imposible que, por solicitud del expresidente, tantos televidentes hayan alcanzado a votar por él antes de que los metieran presos. Supuse que, con la ayuda de Valencia Cossio, Uribe había enviado buses repletos de espectadores desde Teleantioquia al History Channel, con la promesa de que a cambio del voto podían reclamar un tamal en el canal Gourmet. 

Tenía que ser una pesadilla porque a nadie parecía importarle el nombramiento, pese a que sentaba precedentes muy graves. Para empezar, Fujimori quedaba ad portas de ser elegido como el Gran Peruano; Pachito Santos, de obtener el título del Pequeño Colombianito de Discovery Kids. Y el rating del canal de historia se desplomaría en Carimagua, Soacha y otras regiones del país. 

Trataba de despertar pero me hundía en la pesadilla como en un pantano. Conociendo a Uribe, sabía que se apropiaría de la parrilla de programación, como antes del Estado de derecho, y que expandiría su reino desde el History Channel hacia los demás canales, incluyendo el canal de Panamá: precedido por avisos que advertían lenguaje inadecuado y escenas de violencia en cada programa, podía imaginar al expresidente gritando improperios a unos indígenas a través de un megáfono en National Geographic; conversando animadamente con Rito Alejo del Río en Criminal Minds; revelando coordenadas de operaciones militares en Nat Geo; presentando la prueba del tinto sobre el caballo en Colombia tiene talento; sanando las escamas del senador Barreras en un capítulo de Roy´s anatomy; disciplinando al Pincher Arias en El encantador de perros; interceptando teléfonos con la Coneja Hurtado en Animal Planet; repartiendo subsidios como monito animado en Padre de familias en acción. Y hasta postergando el gustico en  Venus, el canal porno. 

Así iba a ser, de eso estaba seguro: aparecería en todas partes, inevitable y omnipotente, como siempre, dispuesto a convertir la programación en una miedosa expansión de su doctrina. Las consecuencias serían trágicas. El uribismo reviviría en los monitores. Campesinos de diversos canales –desde el profesor Yarumo hasta los participantes de La granja– serían desplazados a Señal Colombia para que nadie los viera. Sabas Pretelt ofrecería notarías en el canal de Televentas. 

José Obdulio reemplazaría al fallecido Tony Soprano. Tomás y Jerónimo adivinarían el valor de unos lotes de la zona franca en El precio es correcto. En Cinemax repetirían Goodfellas con Jorge Noguera y el general Santoyo en el papel de buenos muchachos. Hollman Morris se exiliaría del Canal Capital y pediría refugio en un especial sobre La Habana del Discovery Travel. Y Santiago Uribe se convertiría oficialmente en el Gran Hermano, pero de manera arbitraria saltaría al canal religioso para participar en un documental sobre los doce apóstoles. 

Posteriormente, Uribe enlazaría todas las cadenas para emitir una alocución presidencial en la que instauraría desde la pantalla su tercer periodo; anunciaría una alianza con los ganadores de otros concursos de TV; asignaría ministerios a Jáider Villa y al doble de Rafael Orozco. E idiotizaría al pueblo una vez más hasta dominarlo del todo, en un sometimiento hipnótico y generalizado idéntico al de sus gobiernos anteriores.

Ay de la caja idiota, me lamentaba, más idiota que nunca: ¿quién me rescatará de esta pesadilla?; ¿dónde está Miguel Gómez para revocar a Uribe como Gran Colombiano? ¿Acaso solo le resulta buen negocio tumbar a Petro?

Me fui a dormir con la esperanza de despertar en la vida real: aquel remanso de conciencia en que las cosas obedecen un orden, un procurador como Ordóñez no es tomado en serio y Álvaro Uribe jamás sería elegido como el Gran Colombiano. Y acá sigo esperando sin perder la paciencia.