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Mi voto por el Concejo

“Con Borja no habrá serrucho... Y si hay, ¡No es mucho!”. He ahí mi candidato

Daniel Samper Ospina
15 de octubre de 2011

Busqué candidato para el Concejo, pero en Bogotá no encontré ninguno. Tuve que trasladarme a La Gloria, Cesar, para dar con uno de mi gusto, pero de eso hablaré al final. Por ahora, digo que en Bogotá no encontré ninguno porque la política bogotana parece un acuario: está llena de delfines.

Aspiran el hijo de Serpa, el nieto de Turbay, la hija de Name. Por la Alcaldía, Galán, el hijo de Galán,y Luna, el hijo de Herman Munster. El único aspirante sin herencias soy yo, que desde que rompí no soy un delfín sino una ballena.

El hecho es que podría quedarme rumiando un resentimiento malsano mientras veo que en Colombia nunca cambian los apellidos de los políticos, y deseando con todas mis fuerzas que a todos esos delfines los degluta el registrador. Pero soy un hombre práctico. No peleo contra el sistema. Al revés: prefiero eternizarlo. Por eso, quise inscribir a mis hijas como candidatas al Concejo, no solo para continuar la bonita vocación de servicio público de mi familia, sino también para que nunca les falte su carro blindado. Y lleno de gasolina.

Lanzar a mis hijas al Concejo no era una mala idea. Han hecho los mismos méritos que Simoncito Gaviria, si vamos a eso. Y en caso de que necesiten un discurso, pueden repetir lo único que sabe decir David Luna: que ellas son la nueva generación. La mayor ya tiene 4 años, la misma edad de Pachito, y, salvo las del babero, no tiene mancha alguna, cosa que no pueden decir los miembros de La U.

Y la menor ya habla como el senador Cristo: pronuncia bien las vocales pero le faltan algunas consonantes, como la ere, y, a diferencia de Belisario, ya no usa pañales.

El primer entrenamiento para sumergirlas en la política nacional consistió en leer el periódico con ellas.

-¿Por qué sale Nemo en esta foto?

- me preguntó la menor.

-Es el registrador -le expliqué-: se llama Carlos Ariel.

-¿Ariel? ¿Como la sirenita? -intervino, emocionada, la mayor.

-Sí -le dije-, y a su manera, él también es una sirenita, también es mitad pez: ¿le ves los labios?

-¡Sí, divino! -dijo la chiquita- . ¿Y quién es el señor que se ríe al lado del vaquero de Toy Story?

-Ningún vaquero, es el presidente Uribe -la corregí-. Y el que ríe es Luchito Garzón -expliqué.

-¿Y él es bueno?

-¡Claro! -respondí-, es como Aladino, el genio de la botella: tú frotas una botella y él aparece.

-¡Yo quiero que aparezca! -se entusiasmó la menor.

-¡Mira! -interrumpió la grande, emocionada- . ¡Piolín!

-Es la doctora Elsa Noguera -intervine-, la futura alcaldesa de Barranquilla.

-¡Y también sale Kiko! -señaló la menor.

-Es Juan Manuel Galán -le expliqué-. Traten de no burlarse de él. No sean malas.

Las llevé a almorzar a McDonald's, porque con la cajita feliz daban una colección de animales prehistóricos: un tiranosaurio, un brontosaurio. A mi hija menor le salió Enrique Gómez. A la mayor, el procurador. Llegamos a la casa a jugar con todos ellos: el brontosaurio y el procurador se aliaban y daban al traste con el Estado laico. Enrique Gómez mordía al tiranosaurio y luego decía su frase ya histórica:

-Es imposible probar que una mujer ha sido violada.

Jugamos un rato más y oramos por todos los niños gringos que, gracias al TLC, podrán reclamar a partir de este mes un muñequito de Suso el Paspi en el menú infantil de McDonald's. Por la noche, las dormí contándoles la versión política de las leyendas populares: les hablé de la Patasola y de la forma en que terminó de gobernador de Nariño; del Mohán, cuyo hermano recibía cuatrimotos de la mafia, y de la Llorona, que daba serenatas con una tuna y terminó presa.

Al otro día ya estaban listas para aspirar al Concejo. Pero, pese a que tienen seamonkeys, se impresionaron cuando vieron a Angelino en el noticiero, y desde entonces no quieren saber nada de política.

Sin embargo, dios sabe cómo hace sus cosas: al tiempo que me quedaba sin candidato para apoyar, conocí la publicidad de Ángel María Borja, aspirante al Concejo de La Gloria, Cesar, cuyo eslogan es: 'Con Borja no habrá serrucho... Y si hay, ¡no es mucho!' (Ver eslogan).

He ahí mi candidato. El turbayismo está vivo en las regiones. Y en sus justas proporciones. La aspiración de Borja deja sin piso la del joven Miguel Uribe Turbay y de paso recoge el legado del samuelismo, que era de esa misma escuela: durante su alcaldía, recordémoslo, los funcionarios no pedían el 10 por ciento sino el 6 por ciento. Es decir, no mucho.

Me declaro borjista. A diferencia de Petro, Borja lanza promesas que sí puede cumplir, y estoy seguro de que honrará su palabra: lo imagino pidiendo comisiones con gran responsabilidad, para sacar adelante su programa de gobierno. Aunque no muchas.

Ahora bien, sus electores no perdonaríamos que nos incumpla y pase por el Concejo sin robar: montaremos un plantón frente a su casa en caso de que no se tumbe un solo peso. O de que se tumbe muchos.

Los invito, pues, a que ustedes también se unan a Borja. Trasladen sus cédulas a La Gloria, Cesar. Y voten, maldita sea: súbanse a esos buses, cómanse esos tamales. Recen para que Borja sea el delfín de Wilson Borja. También para que triunfen los delfines bogotanos, qué más da: son muchachos de mérito, que consiguieron todo a pulso y merecen una curul. Aunque no mucho.

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