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MIERCOLES DE CENIZA PARLAMENTARIO

Semana
15 de diciembre de 1986


El episodio vivido el miércoles en el Congreso entre el ministro de Gobierno y los conservadores, pareció sospechosamente inspirado en un guión de telenovela venezolana.

El, rudo, violento, cruel, insinuó que el hijo que ella lleva en las entrañas es de otro hombre. Ella, tierna, frágil, humillada, siente que eso ya es demasiado y se marcha, después de darle una bofetada. El no se lo impide. Sabe que ella regresará tarde o temprano.

O este otro: ella, poderosa, rica, encopetada, insinúa que la empleada tiene amores con su marido. La empleada, pobre, indefensa e inocente, se siente incapaz de soportar esa calumnia.
Empaca las maletas y se marcha, sin que la dueña de casa la detenga. Esta sabe que regresará tarde o temprano.

O más bien así: ellos, maltratados, derrotados y vulnerables, acusan al ministro de "farsante, mentiroso y carente de tono moral". El, napoleónico, omnipotente pero sensible, resuelve que ha sido insultado y advierte a los parlamentarios conservadores que ahora él no los escuchará más. Ellos se marchan vociferantes y él no los detiene. Sabe que regresarán tarde o temprano.

Y eso que las cosas más graves que se escucharon de algunos miembros del conservatismo no están entre las que hasta ahora se han publicado. Hubo uno que comparó al gobierno con "una mujer borracha que se despierta sin saber con quién fue que durmió".

Este comportamiento de los conservadores en la Cámara, fue irrespetuoso para el Parlamento y para el país. Dizque se trataba, como algún "Honorable" lo expresó en declaraciones a los medios de comunicación, de pedirle "tono moral" al gobierno.
Por fortuna no rige aún la disposición que ordena transmitir en vivo por televisión y radio las sesiones del Congreso, porque se habría caido otro director de Inravisión "por falta de censura".

Nada de lo que el conservatismo dijo el miércoles en el Congreso tiene presentación ante el país. Ni el lenguaje "cantinesco" que utilizó en el recinto parlamentario, ni su posterior actitud de abandonar el Parlamento por una seria diferencia con el ministro de Gobierno.

El Parlamento está ahí para que sea en él donde se ventilen esas diferencias políticas, como una garantía democrática. Pero ahora han resuelto castigarlo cada vez que un grupo político se siente vulnerado en sus intereses.

Si atentan villanamente contra uno de los miembros de la UP, este movimiento decide retirarse en patota, y en lugar de aferrarse más fuertemente que nunca a la garantía democrática de un Parlamento abierto, prefiere cerrar tras de sí la principal puerta de protesta legítima que le concede la Constitución.

Y si el conservatismo siente que el ministro de Gobierno lo ha privado de la garantía política del uso de la palabra, también se retira en masa del recinto parlamentario, renunciando unilateralmente a representar a aquellas considerables partes del electorado que los eligió para que hicieran valer sus derechos en el Congreso en lugar de abandonarlos. Ahora sólo falta que comiencen a retirarse los grupos políticos cuando no prospere el proyecto de ley que promueven.

En medio de toda la ramplonería que caracterizó la sesión parlamentaria del miércoles, creo que el episodio terminará ganándolo el ministro de Gobierno ante la opinión pública. Pero eso no significa que el ministro de Gobierno se hubiera portado a la altura de las circunstancias. Tuvo razón en sentirse irrespetado por el lenguaje utilizado en el recinto parlamentario, porque no se acostumbra que a los ministros les "nombren la madre", como normalmente sucede al ritmo de una rocola entre los clientes de una cantina cualquiera, cuando se ha superado algún nivel de alicoramiento.

Pero a mí, tímidamente, como ciudadana del montón, se me ocurre que los honorables padres de la patria son el más fiel reflejo del país político. Gústennos o no, aprobemos o no su ramplonería, nos sintamos o no bien representados, retratan fielmente la realidad nacional, y para cambiarlos habría que cambiar primero al país.

Hasta donde yo tengo entendido, la función del ministro de Gobierno es la de lidiar con el país político y como tal, no puede darse el lujo de declararse disgustado con la realidad de ese país político, y simplemente renunciar a su función de manejarlo. El ministro de Gobierno es un relacionista público de la política. Un mediador. Y a pesar de que el episodio del miércoles tuvo un manejo de cafres, la actitud de la bancada conservadora está inspirada en la sensación de que hay un rompimiento voluntario del gobierno con el conservatismo y una falta de disposición al diálogo. Y ese es, exactamente, el tipo de problema político que incumbe a la esfera de funciones del ministro de Gobierno. Al doctor Cepeda no lo nombraron ahí para que rompiera relaciones con el Partido Conservador sino para que las abriera.

A pesar de que el conservatismo puso el precedente, negándose a conceder interpelaciones al liberalismo, la dignidad del ministro de Gobierno está por encima de esta cuestionable táctica parlamentaria. No lo demostró así el doctor Cepeda cuando decidió cometer la pequeñez política de igualar a los conservadores, afirmando que sólo concedería interpelaciones a la bancada liberal, porque eso no solamente es inaceptable en su dignidad ministerial sino que además constituye una actitud antidemocrática que él, menos que nadie, puede legítimamente asumir.

Pero creo, además, que el doctor Cepeda cometió otro error con su actitud. El de haber registrado tácitamente, con ella, que recibió los insultos e improperios que se le dirigieron a él y al gobierno.

Si el primero, el de haber renunciado al manejo del país político, fue un error técnico, el segundo fue una falla humana cuyas consecuencias son muy claras: al ministro de Gobierno trataron de faltarle al respeto en el Congreso, y él se dejó.

Eso significa que le sobró orgullo, pero le faltaron horas de vuelo.

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