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Turismo y minería en territorio wayuu

Este es un llamado para que el próximo Gobierno nacional y las empresas que extraen la riqueza para exportación, tengan en cuenta la dinámica actual de construcción del turismo wayuu, apoyen e incentiven a las comunidades a mejorarlo, respetando la autonomía y el carácter cultural que lo hace único en el mundo.

Margarita Pacheco M., Margarita Pacheco M.
13 de abril de 2018

La visita de la primera ministra de Noruega a Colombia contribuyó a reforzar la atención nacional sobre la problemática ambiental de la Amazonia y exponer las soluciones en curso. El debate regional con candidatos presidenciales en Buenaventura, volcó la mirada nacional hacia el litoral Pacífico, sus necesidades y propuestas acordadas por los Consejos Comunitarios y Resguardos Indígenas. Estas culturas conviven aún con el conflicto que generan delincuentes de la minería de oro y narcotraficantes que siguen amedrentando poblaciones locales.

Es hora de llamar la atención del Gobierno nacional sobre el territorio ancestral wayuu, donde conviven, de manera pacífica la minería y el turismo. La Guajira, con fronteras marinas y pesqueras con República Dominicana, Haití, Jamaica, Bajos Alicia, Bajo Nuevo y Serranía, Honduras, Nicaragua, Costa Rica y Panamá, tiene una posición estratégica en el continente. La Baja, Media y Alta Guajira se distinguen por climas distintos de desierto, bosques secos, Serranías de la Macuira y del Perijá, donde existe una frontera invisible con el Pueblo wayuu de Venezuela.  Al sur, más verde, comparte territorios con koguis, wiwas y arhuacos, padres de la herencia indígena de la Sierra Nevada de Santa Marta.

La Península wayuu, como el Amazonas y el Litoral Pacífico, es otro ecosistema único en el mundo. Rico en biodiversidad, en yacimientos y en cultura. Precisamente por ser tan único, el próximo Gobierno nacional debería respetar los Acuerdos Comunitarios de Tolerancia y Convivencia, apoyar en materia energética, el uso masivo de paneles solares y en materia educativa, estimular e informar al turismo para que los expedicionarios alijunas (turistas) hagan turismo de naturaleza, comunitario y cultural, respetando, en silencio, los lugares sagrados del territorio ancestral.  

El impulso al turismo wayuu implica una política que incentive la captación y manejo del agua lluvia en los pocos meses de “invierno”, aumente los jagueyes o reservorios de agua dulce, diseñe y aplique una política de residuos sólidos adaptada al clima y a las condiciones bilingües. Allí sí que se aplicaría la prohibición de bolsas plásticas y de envases reciclados para el comercio ilegal de gasolina venezolana. Hoy pululan las bolsas como flores de plástico al viento en las ramas de los trupillos, al borde de vías y trochas.    

El respeto al ecosistema que protegen las castas wayuu, aplica también para las industrias extractivas, explotación de carbón, de gas y energía eólica que obtienen grandes ganancias por las riqueza del suelo, subsuelo, de la radiación solar de la península, de los vientos del nordeste y del capital social de bajo costo contratado por las empresas. De los beneficios de las regalías y beneficios de las multinacionales, las rancherías aún no perciben el bienestar esperado en materia de acceso al agua potable, de una educación bilingüe de calidad, de energías limpias en sus viviendas, ni de un sistema de movilidad y de comunicaciones que faciliten la conectividad.

Preocupan las construcciones en arquitectura foránea que delata el ingreso de testigos de Jehová, evangélicos y otras creencias que modifican la cosmología wayuu y su relación con la espiritualidad del territorio. Distinta es la concentración de comerciantes musulmanes de origen de Medio Oriente, asentados en Maicao desde hace más de cuatro generaciones, donde la práctica religiosa en la Mezquita de Maicao se mantiene como un lugar de cohesión cultural de emigrantes del Líbano, Siria, Turquía y Armenia, sin permear ni transformar la cultura wayuu.

Con la reciente ratificación del Consejo de Estado de poder decidir sobre los usos del suelo y el tipo de desarrollo económico, la competencia constitucional de los municipios faculta a las autoridades locales de restringir la actividad minera e hidrocarburos en su territorio, y adelantar consultas populares, con carácter vinculante. Esta ratificación que levanta ampolla en ciertos sectores, es una gran oportunidad para los wayuu de fortalecer los beneficios que podrían negociarse con las empresas transnacionales en beneficio de la región. Uribia, capital indígena de Colombia podrá ser el lugar para re-negociar posibles beneficios sociales y ambientales con las empresas radicadas en su territorio.

Por ejemplo, sorprende que el tren que va de la mina del Cerrejón en Albania, hasta Puerto Bolívar, no tenga un vagón para llevar pasajeros.  La riqueza carbonífera extraída del territorio wayuu debería justificar el eslogan de “minería responsable” de las compañías BHP Billiton, Glencore y Anglo American, que dominan el mercado mundial de carbón. Será un imposible que ellas ofrezcan transporte gratuito de pasajeros en el tren como compensación a los años que los wayuu han pasado sin acceder a la línea férrea que atraviesa casi la mitad del territorio?  

Con base en la ratificación del Consejo de Estado, se podrían adelantar acuerdos de convivencia con las empresas. En el territorio sagrado de Jepira-Cabo de la Vela, el Parque Eólico Jepírachi, (nombre que significa vientos provenientes del nordeste), las artesanas de distintas castas, venden mochilas tejidas al turismo alijuna. Ellas informan que nunca han tenido acceso a la energía eólica para tejer de noche. Son 16 molinos de viento en el paisaje costero que producen energía limpia y que EPM (Empresas Públicas de Medellín) vende a la mina del Cerrejón. Generoso sería que EPM concediera un poco de esa energía limpia extraída del territorio wayuu a las rancherías que viven del turismo en esa región.

El mismo principio aplicaría con la producción de gas natural de Ecopetrol y Chevron. La distribución de gas natural para cocinar evitaría la deforestación del bosque seco y aliviaría el cansancio de mujeres y niñas que acarrean leña para sus fogones, al tiempo que arrean cabras y crías, necesarias para la alimentación y la dote tradicional.  

En una región donde prima el paisaje de arena, cactus, dividivis y trupillos, los jóvenes están obligados a pasar del burro en extinción, a la bicicleta y a la moto. Allí, a falta de transporte público, camiones privados con placa venezolana, pasan recogiendo gente, niños, agua, gaseosas y enseres domésticos. En alta temporada, caravanas de turistas de todo el país transitan en medio de huellas en el desierto. Mujeres y niños aparecen bajo un sol inclemente, imponiendo pacíficos retenes, con miras a vender sus finas artesanías sin intermediación y recibir una sonrisa, agua y algún comestible.

Trayectos de varias horas por el desierto son una experiencia que debería obligar al Estado a capacitar guías locales trilingües (wayuu - español e inglés) y a conductores diestros en el manejo de trochas de estación seca y de época de lluvias.

El acuerdo comunitario de Hospedajes y Restaurantes de Jepira-Cabo de la Vela, aunque prohíbe el Turismo de Olla que afecta la economía local, existe y deja muchos residuos. Los dueños de hospedajes quisieran tener personal más capacitado para controlar la capacidad de carga de los sitios sagrados más visitados en alta temporada y evitar que se asienten extranjeros en el territorio. Este es un llamado para que el próximo Gobierno nacional y las empresas que extraen la riqueza para exportación, tengan en cuenta la dinámica actual de construcción del turismo wayuu, apoyen e incentiven a las comunidades a mejorarlo, respetando la autonomía y el carácter cultural que lo hace único en el mundo. Riohacha y Uribia, la capital indígena de Colombia, serían lugares ideales para debatir una política migratoria que beneficie a pueblos hermanos para quienes no existen fronteras.

ANAYAWAHS - Gracias en wayuu


P.D.:  Encuentros ambientales como el que organiza Futuribles el 26 de abril en el Gimnasio Moderno en Bogotá son espacios de reflexión permanente sobre el futuro posible. Allí se aborda el análisis de la complejidad de los territorios.

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