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D’Artagnan es el columnista más influyente. Jamás ha posado de neutral, no cree en la objetividad y es un furioso antipastranista.

Semana
23 de octubre de 2000

Desde que Enrique Santos dejó de escribir su columna de El Tiempo para asumir la dirección del periódico, el mundo de los columnistas de opinión perdió a un peso pesado. Yo francamente no entiendo por qué abandonó su columna por cuenta de la tesis bastante discutible de que el director del periódico no puede opinar en nombre propio, que es una de esas tesis que hacen carrera (como la de que los CAI eran utilísimos para la seguridad ciudadana), sin que necesariamente sean verdad. De ninguna manera es lo mismo leer a Enrique en los editoriales, en los que debe esforzarse por emitir opiniones balanceadas de los acontecimientos pero carentes de cualquier rasgo de toque personal. Insisto: las páginas editoriales de El Tiempo piden a gritos su regreso.

Mientras tanto nos ha tocado acostumbrarnos a leer a otros columnistas, sobre los cuales deseo hacer una confesión: mis favoritos son los columnistas samperistas, lo que tiene mucho mérito, viniendo de una lectora tan antisamperista como yo.

Y cuando digo ‘samperistas’ no me refiero a los que apenas son simpatizantes de Ernesto Samper*, sino a los que son fanáticos rabiosos de Ernesto Samper. Los que lo defendieron a capa y espada durante el 8.000, o sea, los que todavía creen que fue a sus espaldas. ¿Y quienes son ellos? D’Artagnan, Carlos Lemos, Felipe Zuleta y Ramiro Bejarano. La crema y nata del samperismo de opinión.

Desde la desaparición de ‘Contraescape’, D’Artagnan se convirtió en el columnista más influyente y leído del país. Jamás ha posado de ser neutral —un columnista neutral es imposible de leer—, no cree en la objetividad —un columnista objetivo es imposible de leer— y es fanáticamente antipastranista, lo cual le facilita tremendamente las cosas a un columnista, oficio que se ejerce mucho más fácilmente cuando se es de oposición que gobiernista. Por cuenta de su bien ganado prestigio D’Artagnan exhibe una gran audacia al plantear los temas de sus columnas. Al punto de que pasa de insinuar la existencia de romances clandestinos de hombres públicos a sugerir la locura de que Luis Alberto Moreno sea el vicepresidente de Horacio Serpa, y no le da ni cinco de pena. Esa audacia les gusta a sus lectores, y ha convertido su columna en lugar obligatorio de lectura de las páginas editoriales de El Tiempo.

Felipe Zuleta y el ex DAS Ramiro Bejarano, recientemente convertidos en columnistas habituales de El Espectador, comparten el mismo espacio en el periódico y el mismo antipastranismo feroz que los caracteriza como columnistas de oposición de primera línea. Uno desde el exilio —Felipe vive en Canadá—, y otro desde la cátedra —Ramiro es un profesor por excelencia—, escriben unas columnas picantes, llenas de humor negro, modernas y dedicadas a liquidar al Presidente, a veces cometiendo la peor de las injusticias pero, como la objetividad y la neutralidad, la justicia no es una virtud que necesariamente tenga que figurar entre las características de un columnista.

Por último está el ex presidente Carlos Lemos, en quien coinciden el oficio de columnista y el papel de estadista. Aunque al igual que los otros tres mencionados Lemos es sistemática y ferozmente antigobiernista, sus columnas revelan a un excelente escritor que opina duro pero sin dimensiones personalistas (excepción hecha de la famosa columna que escribió contra Juan Hernández para responder a las referencias del ex secretario presidencial, la más violenta que se ha escrito en Colombia en los últimos meses).

A mis columnistas favoritos, un consejo de amiga. Que aprovechen el cuarto de hora que están viviendo en su papel de columnistas de oposición. Porque si Horacio Serpa llega a ganar las elecciones, corren el peligro de convertirse en unos ladrillazos y en unos lambones, que son los peores defectos que puede tener un columnista.

(*Ex presidente de la República, como aclaró la semana pasada el periódico El Tiempo en su página editorial, por si algún lector pudiera no saber la columna de cuál Ernesto Samper estaba leyendo).





ENTRETANTO… ¿Será que la solución está en aumentarle la pena al secuestro, como propone el Ministro de Justicia, o en no dejar que se vuelen los secuestradores de las cárceles?

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