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Monseñor Parolín: sea usted ministro del Interior

Parolín sí se haría notar en el interior y sería capaz de levantar este gobierno, cada vez más desgonzado y blandito.

Daniel Samper Ospina, Daniel Samper Ospina
7 de septiembre de 2013

El papa Francisco acaba de nombrar como su segundo hombre de a bordo a monseñor Pietro Parolín en reemplazo de monseñor Bertone que, ya es justo decirlo, tiene nombre de bloqueador solar. Para muchos católicos fue una grata sorpresa haberse acostado la noche del jueves con Bertone y haber amanecido el viernes con Parolín: no en vano estamos ante un miembro metelón de la santa institución que tiene por delante el desafío de modernizarla, por un lado, y el de evitar, por el otro, que la gente se ría cuando el mismo Parolín diga en las homilías “lo tenemos levantado hacia el Señor”.

La hoja de vida del nuevo secretario general del Vaticano es envidiable: Parolín se ha destacado en todas las posiciones, en todas, aunque muy particularmente en la de misionero. En efecto, monseñor encabezó misiones pastorales en Nigeria, México y, más recientemente, Venezuela, donde posiblemente inspiró la famosa frase del presidente Nicolás Maduro, según la cual Nuestro Señor multiplicó los panes y los penes. Nadie duda, pues, de que, con ayuda de Parolín, Bergoglio ganará en presencia.

Hago toda esa introducción porque ha llegado el momento de solicitarle al papa Francisco que nos ceda a su mano derecha para que Santos lo incluya en el gabinete y recupere la popularidad. Porque con el equipo que nombró esta semana, dudo de que lo consiga.

No se me entienda mal. No quiero criticar al presidente, mucho menos tras la reciente crisis ministerial, que permitió la renuncia protocolaria de ministros y altos consejeros: es decir, de unas 250 personas, incluyendo a Juan Carlos Mira, el consejero para las regiones, aquel un muchacho digno de su apellido. Porque mientras las regiones arden, Juan Carlos mira.

No lo quiero criticar, digo, y menos ahora que estrena un reluciente conjunto de ministros reconocidos para cualquiera, cuyos nombres se me escapan en este momento. El de todos, salvo el de Amylkar Acosta: egregio prohombre, prístino, puro, que, como diría Simón Gaviria de Guerra Tulena, representa la sangre fresca del Partido Liberal. 

Sin embargo, yo habría refrescado al gobierno rotando a sus funcionarios más destacados. Pongamos por caso a Luchito Garzón, consejero para el diálogo social: si Luchito no tomó medidas en el único momento en que el cargo que le inventaron tenía alguna relevancia –aquel momento en que la protesta estaba tan prendida como él mismo después de un concierto de don Omar– es porque está tratando de dejar de tomar. 

Y eso no solo es loable sino que explica la frase que legó en aquellos días aciagos, digna de ser tallada en mármol para que no la olviden las futuras generaciones: “El paro no es ni muy muy, ni tan tan”, dijo entonces, mientras daba un brinquito y se subía los pantalones, escurridos como su gestión.

Dicho lo anterior, Luchito, con un par de tragos, destacaría como ministro de Ambiente. Y Gina Parody de Agricultura: que hable con una papa en la boca es un evidente guiño para los paperos. El ministro de las TIC podría haber pasado a la cartera de Salud para seguir repartiendo tabletas como un loco, sean las que sean, sin preguntar si las saben prender. Y Simón Gaviria habría podido ingresar al de Educación, al menos para que la reciba y no se dé por aludido cada vez que el presidente utilice la expresión “tacan burro”. 

Más delicado es el caso de Carrillo. Entiendo que enviar a Federico Renjifo, con todo y novia, a la embajada de París, es una manera de apropiarse de la política del amor que pregonaba el alcalde Petro, transformada por su mujer en la política de los celos. Pero sería una afrenta que no le cedan esa embajada a Fernando Carrillo, el pobre exministro del Interior que durante 15 días tuvo que enfundarse la chaqueta Burberry´s que utilizaba para atender las crisis de la provincia, e ir de un lado a otro sofocando huelgas. 

Se la tuvo que poner dos semanas seguidas, todos los días: ¿creen que es agradable ese plan? ¿Creen que es agradable pasar una noche entera en Tunja, otra noche entera en Ipiales? ¿Cuánto vale lavar esa chaqueta en Classic? ¿Pagará ese gasto el gobierno, al menos?

El ministro Carrillo, por eso, merece irse a París. Y acá entra monseñor Parolín. Porque, a diferencia del desafortunado Aurelio Iragorri, Parolín sí se haría notar en el Interior y sería capaz de levantar este gobierno, cada vez más desgonzado y blandito, y ávido de una reerección que parece imposible.

Mis relaciones con la Iglesia han sido como las de ciertos sacerdotes con sus monaguillos: tirantes. En especial desde el escándalo de pedofilia del padre Rozo: un cura que tenía palito para los niños, por decirlo en términos coloquiales. Pero, seamos sensatos: las dos máximas autoridades del país, el presidente y el vicepresidente, somatizaron sus problemas de próstata en el desempeño del gobierno, que ahora sucumbe ante los paros. Y si alguien sabe de paros, ese es Parolín.

No me cabe duda de que, a diferencia de los nuevos ministros, monseñor Parolín representaría un cambio verdadero. Al menos solucionaría la penosa impotencia gubernamental. Y ayudaría a que Santos no se queme, asunto que parece inevitable aunque se embadurne de bloqueador solar. A menos de que sea marca Bertone.

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