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Balones, hinchas y políticos

Prefieren ver a Juan Guillermo Cuadrado jugando en el Barcelona que en el Independiente Medellín. Quieren a Baca de Pichichi en el Sevilla que haciendo goles en el Junior de Barranquilla.

Yezid Arteta, Yezid Arteta
8 de julio de 2014

Todo tiene su final, dice la canción de Héctor Lavoe. En un país en donde las cosas por lo general terminan mal, causa doble alegría que los chicos de Pékerman concluyeran su participación en Brasil ovacionados por el público y reivindicados por la prensa deportiva internacional. 

Mirando años atrás las cosas eran así: Brasil era un portero y diez “10”. Alemania era la razón convertida en eficacia futbolística. Argentina era explosión y cojones. Holanda era la totalidad como fórmula para reducir al contrario. Brasil, Alemania, Argentina y Holanda, eran. Fueron. Sin embargo disputarán la copa del mundo. Ninguna de estas selecciones ha marcado una diferencia con la pelota y han llegado a las semifinales a trompicones.   

Colombia es, lo digo sin pretensión nacionalista, presente y futuro en el mundo del futbol. Por lo que se ha visto en Brasil – no creo que veamos más que esto - el team dirigido por Pékerman tenía los galones suficientes para traer la copa a casa. No fue y punto. Cada seguidor o comentarista tendrá sus razones para explicarlo.   

La potencia del futbol europeo está en los clubes. Clubes respaldados por vigorosas chequeras y conformados por una élite de futbolistas reclutados en sus divisiones inferiores, los confines de África o las barriadas latinoamericanas. En la Copa Mundo de Brasil las selecciones absolutas de Europa no meten tanto miedo como sus clubes.    

En Amèrica, toda, la mayoría de las arcas de los clubes están vacías. Lo mismo sucede con los estadios. Los nuevos hinchas latinoamericanos siguen con más pasión a los grandes clubes europeos que a los oncenos locales. Prefieren ver a Juan Guillermo Cuadrado jugando en el Barcelona que en el Independiente Medellín. Quieren a Baca de Pichichi en el Sevilla que haciendo goles en el Junior de Barranquilla.        
    
En Colombia los clubes están debilitados desde que la mafia ha optado por inversiones menos visibles. No veo a corto ni a mediano plazo que los equipos colombianos vuelvan a brillar salvo que llegue billete desde afuera. Posibilidad muy remota puesto que para los inversionistas extranjeros es muchísimo más rentable y seguro poner su capital en finanzas, petróleo, oro o carbón que en el Atlético Quindío o en el Boyacá Chicó. Vainas de los capitalistas.  

Otra cosa son las marcas europeas. Varios clubes de Italia, Francia y España, al borde de la quiebra, han sido tomados por magnates estrafalarios con el mismo desdén con el que compran un gatico o un anillo de brillantes para una o uno de sus amantes. Al hincha le importa un cuerno de donde viene el dinero con tal de que su equipo se refuerce y entre a disputar las posiciones de Liga o Champions.  

El futbol crece como expresión sociológica: Chris Wondolowski quien debutó en Brasil con la divisa de los Estados Unidos se volvió un héroe entre los miembros de la tribu Kiowa que habita en el Estado de Oklahoma. Nunca un indígena había destacado tanto en el deporte estadounidense. La sociedad norteamericana ya no cabe en sus costuras y la creciente afición por el futbol viene de los inmigrantes que cruzan la frontera con su lengua, su música, su camiseta y pateando una pelota. 

A los políticos, por su lado, les interesa el futbol más por los votantes que van a los estadios y compran la prensa deportiva que por el placer de mirar un regate o un gol de chilena. Nada más patético que ver por TV la imagen de Silvio Berlusconi, ex primer ministro y propietario del Milán, roncando durante la final de la Champions disputada entre el Manchester United y el FC Barcelona.

La lucha, por ejemplo, por la presidencia del FC Barcelona es igual de importante como la lucha por llegar a la Presidencia de la Generalitat de Cataluña. Més que un Club (más que un Club), es la enseña del Barcelona. Más que un club porque su poderío va más allá del futbol. Son las ramificaciones del club entre el poder político y la gente lo que hace del Barcelona una institución allende de las tribunas del Camp Nou.  

Sabemos del interés de varios políticos colombianos por los caballos, el bochinche, la bronca y los contratos públicos. Con los triunfos de la selección Colombia varios de ellos que, que no jugaban ni con los barrotes de la cuna cuando eran unas criaturitas, se volvieron hinchas de camiseta, bandera, gorro y corneta. Nunca han ido a un estadio y ahora posan de hinchas porque saben que detrás de los jugadores, está la gente, los votos…

En “El Ejercicio del Poder” (L´Exercice de l´Etat -2011), la película de Pierre Schoeller, el personaje central es un ministro de trabajo a quien el presidente ha nombrado para desactivar una ola de huelgas. La encargada de cuidar la imagen del ministro le dice que lleve en la mano un ejemplar del diario deportivo L'Équipe para que la masa de trabajadores crea que él es uno de ellos. Siempre tratando de engañar.   

Los sentimientos a veces van por la calle. Las olas humanas detrás de algo suceden de vez en cuando. Los profesores de sociología que, en su mayoría no gustan de ir a los estadios porque se sienten inseguros entre la gente, a veces no encuentran cómo explicar en sus mamotretos los sentimientos populares, las expresiones nacionales. 

Cuando ocurrió el primer gol que Colombia hizo ante Grecia la señal de televisión internacional dirigió la cámara hacia un hincha que celebraba con una bandera nacional en la que se leía: PAZ PARA COLOMBIA. En dos semanas de competición todo pareció juntarse alrededor de la selección de futbol. Pareciera que un nuevo país, de manos de las nuevas generaciones, quisieran darle un carpetazo a todas las cochinadas que hemos vivido hasta ahora.  

Barcelona es una ciudad que por momentos parece una metrópolis cosmopolita y otras veces se asemeja a una aldea de parroquianos que se miran el ombligo. Por la Rambla, en los bares de los barrios Gótico y Raval, se veían manchas de jóvenes colombianos, cientos, vistiendo la camiseta de la selección y llevando en bandolera las mochilas criollas. En la historia de esta ciudad, que es bastante larga, jamás se había vivido una situación de esta naturaleza con relación a la comunidad colombiana. 

En la archiconocida “La Ovella Negra” de Poblenou, donde se juntan cientos a vivir el futbol, vi, por ejemplo, juntarse a gente que no se quería ver ni en pintura. Juntos por primera vez. Alrededor de un propósito: el apoyo a la selección nacional. Es un buen comienzo. Es buen camino para la reconciliación.  

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