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NADA DISTINTO DE UN PEPINO

Semana
21 de noviembre de 1983

Hace años salió en El Tiempo un aviso que preguntaba: "Desea usted un libro gratis? Asista hoy a la lectura de JA, el primer (y por fortuna último) libro de Fernando Garavito y obtenga un volumen de $ 150 sin costo alguno". Al final, había una nota en letra chiquita: "En caso de que asistan más de siete personas, se pedirá una contribución para insertar en este mismo sitio un aviso que rece: Gracias Espíritu Santo por los favores recibidos". El Espíritu Santo no concedió el favor, y en la lectura sólo estuvieron presentes, aparte del autor, sus padres y dos tías. "Así que el libro no se agotó ni regalado", dice Garavito, quien sin embargo es uno de los mejores poetas nuevos del país, aparte de ser Juan Mosca, el de las entrevistas, y el jefe de redacción de Cromos. Más adelante publicó otra colección de poemas, Agujeros en las medias, en la revista Golpe de Dados, y hace unos días una última serie, esta vez a mimeógrafo, Condenado a vivir.
Estar condenado a vivir es para Garavito algo tan poco heróico o grandilocuente, pero tan condenadamente insufrible como "sentir la presencia de las zanahorias en la nevera", estar enfermo del híçado o bailar en familia el "Cha cha chá del tren" o sea todos los hilos que entretejen la telaraña, sutil pero pegajosa, de lo doméstico.
Domesticado, domado, domiciliado y dominado, es para Garavito la condición que define al hombre por género próximo y diferencia específica. Con vueltas obsesivas de animal enjaulado, el poeta recorre las cuatro esquinas de su casa y de su oficina, esos cosmos irrelevantes y mínimos que lo contienen. "Yo cobrado por mes o por quincenas", "Yo bufón de la reina, yo caldo de restaurante".
"Soy una mancha entera un súsubo de súsubo, un ente, un garavito un mico que hace muecas en su jaula de mico"
A pesar de intento de salir corriendo para huir de una vez por todas de la corrosiva torpeza de lo cotidiano ("salir a la esquina con el perroy perderme a la vuelta de la esquina"), la domesticidad siempre acecha, ataca y atrapa. Se esconde solapada en los tíos que llegaron a monseñores o a coroneles, en las tías abuelas "cargadas de ancianidad y de malos deseos", en las medias de nylon y las cremas para la cara, en los sillones de terciopelo. La castrense organización familiar es una de las trampas ineludibles, y otra la vida conyugal, ese "círculo mágico", ferreamente sellado por la costumbre.
Dentro de ese mundo tan indeseable como inevitable, hay ciertos items claves, los más conspicuos, las primeras piedras de todo el andamiaje, y que son los que más irritan y al mismo tiempo intimídan al poeta: las monjas, los funcionarios públicos, las sopas, los roperos, el pecado, el estornudo.
"Pecar" es un verbo que pesa porque pone de presente el carácter rancio, provinciano y opresor de la "jaula":
"Era necesario darnos muchos golpes de pecho y decir Señor, Señor a cada instante. Sobre nuestras cabezas calan rayos y centellas. Nosotros teníamos siete años y habíamos pecado en muchas formas".
Y "estornudar" es el verbo que mejor retrata su poesía, porque implica hacer en público, aparatosamente, un acto absolutamente privado. Los poemas de Garavito tienen mucho de estornudo porque significan darle la vuelta al guante, violentar la propia intimidad, ventilar ante los ojos de los demás los más tristes trapos sucios de la condición humana.
Evidente y voluntariamente inspirado en Cortázar, el sujeto de estos poemas es un "cronopio" que se resiste desesperadamente ante la presión de una rutina clase-media y cuello-blanco que quiere arrastrarlo hacia el mundo de las "famas". Del tironeo no queda sino la desubicación:
"En un tiempo viví crucíficado
pero nadie se dio cuenta de ello.
Me bajé de la cruz y aquí me tienen.
...
Quise vivir en medio de los hombres.
Me aburrí enormemente. Desde entonces
trago saliva en grandes cantidades.
El intento de zafarse de la camisa de fuerza de la vida familiar y burocrática es infructuoso y doloroso porque equivale al gesto de quitarse la propia cabeza. Así, la disyuntiva es suicida, porque el otro lado de la moneda está en blanco, no contiene nada salvo soledad y crujir de dientes. De un lado zanahorias en la nevera y agujeros en las medias y del otro, nada. AL mostrarlo así la poesía de Fernando Garavito se vuelve una aguda instantánea generacional, al mostrar de cuerpo entero toda una franja de personas que no quisieron ser ni monseñores ni coroneles, pero que tampoco lograron ser nada "distinto de un pepino".

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