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De la democracia y las alitas de cucaracha

Si la democracia, según Winston Churchill, es el peor de los sistemas políticos… salvo por el resto, estamos muy próximos a tener que afirmar que incluida la democracia, todos los sistemas políticos son espantosas dictaduras.

Semana.Com
6 de julio de 2016

Un mensajero en las elecciones regionales explicaba a los dirigentes locales presentes, que tenía el mandato de entregar  “alitas de cucaracha” a quienes apoyaran al candidato que representaba, para lo cual les pidió pasar al salón de enseguida. Resultó que las alitas de cucaracha eran jugosos billetes de cincuenta mil pesos.  Esta escena refleja el manejo de “compras de apoyo” que se dan en las campañas y que se salen de todo control, pues definitivamente no hay aparato estatal, ni coordinación entre las instituciones, que pueda hacer un seguimiento en tiempo real sobre el manejo de dineros en los procesos electorales.

En las campañas que se avecinan, se corre el riesgo de que grandes dineros derivados del narcotráfico y de actividades ilegales, vuelvan a inundar la actividad política. Este es un círculo vicioso del que el país no ha logrado salir. La verdadera descentralización se da con la captura del poder local,  que se negocia con anticipación a las elecciones: los permisos para construir, el cambio de uso del suelo, el manejo de la contratación, son fuentes ilegales de financiación de las campañas, que se vuelven incontrolables por la falta de herramientas y coordinación interinstitucional.

Además, de tiempo atrás quedó demostrada la financiación que de manera ilegal se dio desde Venezuela, sin que la justicia haya dado respuesta al ingreso de dineros extranjeros en la política colombiana, que sin lugar a dudas circuló en efectivo;  como tampoco hubo acción,  por la entrega de “billetes húmedos” (provenientes de tenebrosas caletas), que según comentaron concejales de  lejanos municipios, abundaron en las pasadas elecciones.

Se requiere una reforma electoral agresiva, que blinde las campañas políticas de dineros ilegales y de violación de topes, que si bien pareciera imposible de realizar, podría por lo menos considerar los siguientes puntos:   1-. Dotar a la organización electoral de un bloque especial que actúe en tiempo real dentro de las campañas identificadas como de alto riesgo  2-. Publicación diaria,  de los gastos de campaña, que sea visible a las redes de veedurías 3-. Bancarización total de los recursos de campaña 4-. Entrega de anticipos dentro de términos oportunos  5-. Crear un fondo estatal, que respalde la póliza exigida a movimientos ciudadanos y los  créditos que otorgue el sistema financiero  6-.  Pagar dentro de términos, el valor de  la reposición  7-. Aplicar sanciones ejemplares para quienes violen los topes. 8-. Prohibición absoluta de entrega de dádivas en tiempo de campaña. 9-. Que solo el estado se encargue de la publicidad.  Pero ante todo, que el Gobierno, la organización electoral, la Procuraduría, la Fiscalía y la Policía, creen un bloque institucional que actúe sin celos, sin vanidades, pensando en que la democracia no actúa por sí sola, que requiere unos límites de control y la aplicación imparcial de las normas.

Las consecuencias perversas del punto de no retorno de la corrupción electoral traducida por los hechos narrados, a viles dictaduras, las están viviendo en carne y hueso los hermanos venezolanos. La hambruna  y el desabastecimiento en Venezuela, seguramente no se hubiera dado, si en la expresión más grande de corrupción electoral que  haya visto América Latina en los últimos años, el régimen de Chávez y Maduro no se hubiera dedicado a financiar campañas políticas en otros países, incluida la democracia colombiana.

En últimas, esas mafias se aprovechan de la ignorancia y de la pobreza de la mayoría de los votantes. Porque la gente se deja llevar por quien demuestra opulencia y derroche, sin importar las propuestas o la intención de quienes aspiran a llegar al poder. Lo más difícil de la política no es armar  un programa de gobierno,  lo que importa en últimas,  es conseguir el dinero para los “líderes” que se dedican a llevar a los votantes.

Estamos a tiempo de preservar la democracia y por lo menos, volver a la afirmación de Churchill.