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¿Ninguna razón para votar por Mockus?

La razón nunca ha cumplido un papel determinante en nuestros procesos electorales, y en éste, en particular, parece que tampoco lo está cumpliendo.

Semana
5 de mayo de 2010

Un extraño optimismo, acompañado de congestiones nasales y de fuertes ataques de tos, he venido observando por estos días entre muchos de mis estudiantes. La causa de la gripa, en este insólito panorama, ha sido muy fácil de adivinar, pues obedece a las fuertes lluvias que por estos días caen sobre Bogotá. Pero para saber el porqué de la actitud optimista sí tuve que hacer algunas indagaciones: –¡Estamos con Antanas! –me respondieron sonrientes muchas de las narices rojas entrevistadas–. Entre ellas una que, casi muriéndose de la tos, en lugar de bufanda y chaqueta llevaba puesta una camiseta del partido verde, porque Mockus visitaba la universidad.

Yo celebro mucho que los estudiantes se interesen por la política y que este interés les ayude, incluso, a sobrellevar los males de la gripa. Pero no puedo dejar de lamentar que muchos de ellos, si no todos, se estén moviendo por la emoción más que por la razón, pues al indagar sobre sus razones para apoyar la ‘ola verde’ su entusiasmo sólo atina a responder: –¡Es que tengo gripa, profe!

Ya en otros niveles, entre profesionales de diferentes áreas que también apoyan a Mockus, por ejemplo, sería de esperar argumentos más elaborados, o argumentos, por lo menos. Pero aquí el panorama no es tan diferente. El común de la población mayor tan solo se queja de la politiquería tradicional y espera que Mockus sea la solución. Si bien esto es lamentable, en el estado actual de nuestra democracia creo que resulta completamente comprensible. Porque esta misma politiquería ha mostrado a la política como ‘el arte de persuadir, no importa cómo, para llegar al poder, poder que simplemente se ejerce’; y ha hecho que confundamos la política, así, con la administración del poder y con la manera en que se busca llegar a sus estructuras.

Esto explica por qué la razón, a excepción de la conveniencia inmediata, nunca ha jugado un papel determinante en nuestros procesos electorales. En su lugar, ha sido una cierta emoción (identificada con la satisfacción o insatisfacción, empatía o antipatía, frente al gobierno de turno) la que ha determinado los resultados de estos procesos. Siempre se nos ha persuadido con empatía, más que con razones. De aquí que el manejo de los medios de comunicación haya resultado tan de vital importancia en estos procesos; pues es justamente la publicidad el vehículo principal de la conmoción de las emociones. Y esto sí que lo ha entendido muy bien el gobierno de turno, quien ha contado con un gran poder mediático a su favor. Por eso no es de extrañar que nunca haya valido, ni que valga todavía, argumento alguno en contra de la actual administración: ¿De qué sirve apelar al fracaso de la seguridad democrática frente a la inseguridad en las ciudades, al lamentable hecho de Agro Ingreso Seguro, al horror de los falsos positivos o al escabroso complot forjado en el DAS si, en última instancia, la información se ha presentado al acomodo? De nada, por supuesto. Pero con esto no sugiero, sin embargo, que el Gobierno sea culpable de estas barbaridades, juicio que queda en manos de las autoridades competentes; mi punto es que aun en el caso de que esto haya sucedido a espaldas del Gobierno, son cosas que también van en su detrimento, porque cuestionan su autoridad: esa misma que ha constituido una de sus mayores cartas de presentación.

Así pues, y volviendo al punto, creo que bien podría parecer lamentable que la razón no cumpla un papel determinante en la elección de nuestros gobernantes, ya que esto no nos da mucho derecho a quejarnos después ante un mal gobierno. Porque los programas de gobierno dejaron de interesar hace mucho tiempo: los ciudadanos votan por simple simpatía y los candidatos tan solo esbozan lo que pretenden hacer, lo sintetizan en un eslogan de campaña: ‘Prosperidad Democrática’ Vs. ‘Legalidad Democrática’, en este momento, eso es lo que tenemos. Pero así es nuestra política, qué le vamos a hacer. Si no, permítame preguntarle: ¿realmente ha leído usted los programas de gobierno de los candidatos? ¡Uhmm, qué le vamos a hacer!

Con todo, nunca es tarde para corregir nuestros errores. Porque el arte de la política es otro asunto, más que ‘administración del poder’ o el ‘conjunto de artimañas para llegar a sus estructuras’, es aquello que debe incomodar constantemente a estas mismas estructuras, mediante procesos propiamente deliberativos. Y es por eso que comparto la idea de que estas elecciones, en particular, representan un cambio realmente histórico para nuestro país. Histórico no en el sentido en que, por ejemplo, decimos que fue histórico el 5-0 entre Colombia y Argentina; histórico en cuanto a que puede generar un cambio socio-cultural que re-configure nuestro espacio político en términos de una democracia moderna, realmente deliberativa y liberal. Estas elecciones podrían ser históricas en el sentido de que pueden cambiar, entonces, la manera como nos comprendemos a nosotros mismos y a las cosas: a la sociedad, a la política y al Estado, en este caso.

Esa es, creo yo, una de las razones principales para apoyar al movimiento verde. Estamos ante una gran oportunidad que obedece a la adecuada manera en que este movimiento ha hecho su campaña, bajo un discurso que busca rescatar la muy debilitada institucionalidad en nuestro país. Discurso que, sin ir de la mano de las viejas maquinarias políticas, ha sido bien recibido por los ciudadanos. Pero esto es sólo el comienzo. Es un gran aporte que lastimosamente puede verse opacado por la actitud populista y la necesidad mesiánica de muchos colombianos, de aquellos que ven a Mockus como un ‘salvador’. Por ellos, no por todos los seguidores del partido verde, nuestra democracia sigue siendo débil y visceral.

En mi opinión, no nos debe importar quién sea, propiamente hablando, Antanas Mockus. Nos debe importar qué representa su movimiento, qué puede llegar a ser y qué se verá obligado a ser; porque serán sus mismas cartas de presentación, la institucionalidad y la legalidad, las que finalmente podrán configurar a Mockus como un buen presidente. Pero, por ahora, lo que parece estar determinando la favorabilidad de Mockus es su empatía con el sentir insatisfecho de una gran parte de la población; y si esto es así, y si la fuerza emocional de sus electores se convierte en su único instrumento de gobernabilidad, entonces, paradójicamente, serán ellos su mayor problema: entusiasmados, mal informados, un arma de doble filo.

No nos dejemos llevar, entonces, por el entusiasmo, no es Mockus la salvación de nuestro país; es su movimiento político aquello por lo que realmente debemos apostar a favor de nuestra democracia. Porque, y por más trillado que esto suene, es hora de decirle “No más” a una clase que, de la peor manera posible, nos ha gobernado hasta el presente.