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No es así, Timochenko, no es así

Cuando la población civil se vuelve el blanco preferido y nadie se detiene ante el estado de indefensión, cuando la guerra se degrada y el honor militar sucumbe ante la venganza, no hay epopeya posible. Es el momento en que el único acto heroico es la paz.

León Valencia
26 de noviembre de 2011

Leí su carta. Su adolorido reclamo a Santos por el uso desproporcionado de la fuerza en la muerte de Alfonso Cano, por la exhibición de los cadáveres de los jefes de las Farc dados de baja y la fiesta que acompaña estos momentos de escarnio, por tomar la mano arrancada a Iván Ríos como testimonio para la recompensa.

Es un clamor humano que debía tener eco en una Nación que lleva en su alma un cristianismo compasivo y triste. Pero no lo tiene y eso debía suscitar un interrogante en su corazón.

Quizá las imágenes de los secuestrados con la humillación pintada en su rostro, con la piel lacerada y los ojos anhelantes, con la voz desgarrada por el largo suplicio; esas visiones del horror que el país conoció hace pocos años a través de videos y de fotografías enviadas por los carceleros de las Farc desde las montañas lejanas; o el desgarrador desfile de soldados mutilados en los hospitales militares, han ahogado la compasión en nuestro pueblo.

Usted lo sabe bien. Esta larga guerra es un macabro juego de espejos en el que cada contendiente acosado por memorias vengativas, despojado de valores que la humanidad ha forjado en el abismo de sus grandes conflictos, ha dado en hacerle a su enemigo lo mismo que ha sufrido, lo mismo que en tantos momentos ha soportado. Los paramilitares han estado en eso; las guerrillas están en eso; sectores de la fuerza pública están ahí; la sociedad calla y de vez en cuando alza la voz para condenar o para disculpar, según las preferencias ideológicas.

A estas alturas es inútil reclamar humanidad. Aunque las palabras estén cargadas de verdad y de dolor, suenan siempre a mascaradas. Ya no hay solución que no sea la paz para detener la infamia. Es así, Timochenko. No será prolongando la guerra como se puede parar la ignominia, la propia y la ajena. La persistente violencia ha entrado a saco en el corazón de los colombianos y se ha robado a jirones una porción grande del humanismo que anidaba en ellos. Tenemos que parar el desangre para que el país recupere el pudor y la bondad; para que nadie haga fiesta con la muerte o el secuestro.

Invoca usted el heroísmo de sus hombres y mujeres para denostar al mismo tiempo el valor del contrario. Deténgase a pensar un poco y se dará cuenta de que cuando la población civil se vuelve el blanco preferido y nadie se detiene ante el estado de indefensión, cuando la guerra se degrada y el honor militar sucumbe ante la venganza, no hay epopeya posible. Es el momento en el que el único acto heroico es la paz.

Eso ha sido así siempre, pero lo es más ahora. Hace poco se hizo una calificación de los presidentes de Colombia. Alberto Lleras quedó primero entre los mandatarios. Se ganó ese lugar, entre otras cosas, por haber liderado la paz de los años cincuenta. Difícilmente el porvenir entregará galardones por batallas ganadas o sacrificios realizados en la confrontación que nos aflige, en cambio tendrá un sitio de honor para quienes sean capaces de firmar una paz duradera.

Atrévase usted, Timochenko, a iniciar un proceso de reconciliación y sabrá del heroísmo. Tendrá que enfrentar primero a quienes en sus propias filas lo mirarán como un traidor y harán todo cuanto esté a su alcance para detener su propósito; luego se las verá con un sector de las élites del país que se siente más cómodo en la guerra que en la paz, con esa derecha ligada a las mafias y a la ilegalidad que ha acumulado dinero y poder en medio de la violencia y que se opondrá con uñas y dientes a un final negociado para el litigio; y después, cuando esté en la vida civil, tendrá el reto de defender las ideas sociales que proclama en medio de los halagos y las amenazas. Para estas batallas se necesita más serenidad y más valor que para enviar jóvenes campesinos al sacrifico o al deshonor en una guerra sin futuro.

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