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No metan a San Pedro

Para esas élites políticas el cuidado del medio ambiente va en contravía del desarrollo de las regiones.

María Jimena Duzán
18 de diciembre de 2010

El otro día, en uno de esos noticieros del Senado o de la Cámara, vi que entrevistaban a un representante a la Cámara sobre los efectos del invierno en su región, y el político solo atinó a pedirle a San Pedro Labrador que nos parara el agua y nos trajera el sol. La petición, más que un trillado lugar común, me pareció una insolencia, porque dio a entender que este desastre invernal que nos azota se deriva de un problema personal entre San Pedro y los colombianos. Y que bastaría con arreglar las cuentas con los de arriba para que las cosas se nos resolvieran y todo volviera a su cauce normal. Es decir, para que la sabana de Bogotá no se volviera a inundar de manera catastrófica en las olas invernales ni los ríos Sinú y San Jorge se volvieran a desbordar con la furia que lo han hecho por estos días -al punto que tienen anegados varios barrios de Montería- o para que los barrios, como el que se desplomó en Bello, se pudieran mantener en pie, dando fe del poder de los milagros.

La realidad es que ni siquiera Dios puede arreglar lo que por tantos años dañaron y acabaron las élites políticas. A la sabana de Bogotá le pavimentaron sus humedales e hicieron una segunda pista de El Dorado en uno de ellos; el Canal del Dique quedó mal construido desde el principio y esta es la segunda vez en su historia que se desborda; al río Sinú le cambiaron el cauce para abrirle paso a la represa de Urrá, un megaproyecto que es el culpable del desajuste natural y social de consecuencias incalculables que se vive desde entonces en esa región. La pesca del bocachico se extinguió, se desplazó a la población campesina y la comunidad indígena de los emberá-katíos, que nunca se resignó a perder sus tierras, fue perseguida y sus líderes fueron asesinados por los paramilitares de Mancuso y Carlos Castaño. El propósito por el cual fue hecho el megaproyecto, que era la necesidad de generar energía para la costa, no se cumplió -Urrá solo genera el 3 por ciento de la energía que se consume a nivel nacional-, y en lugar de que las inundaciones se controlaran, lo que se produjo fue un cambio profundo en el ecosistema que fue desecando las ciénagas, las cuales, a su vez, fueron cooptadas por terratenientes para extender sus fincas. Para trancar las aguas, construyeron en esas ciénagas desecadas unos poderosos camellones que hoy han sido desbordados y destruidos por la furia de las aguas. Las poblaciones campesinas e indígenas desplazadas terminaron rebuscándose su nueva vida en los barrios marginales de Montería, que hoy son los primeros que se han inundado. La única que se benefició con la represa de Urrá fue la clase política terrateniente de la costa, que promovió el proyecto hasta salirse con la suya. Revisando los nombres de esa Comisión Quinta que aprobó la represa de Urrá, encontré que muchos de ellos están hoy tras las rejas, acusados de ser colaboradores de los grupos paramilitares, como es el caso de Jaime Manzur y Mario Uribe.

A pesar de que la construcción de Urrá II ha sido en buena hora descartada, el afán por los grandes megaproyectos sigue siendo prioridad para las élites políticas. En fila está la construcción de la hidroeléctrica de Ituango, cuyo impacto ambiental promete ser tan devastador como el que ya produjo la represa de Urrá.

Que yo sepa, ninguno de esos abusos contra el medio ambiente fueron cometidos por San Pedro o por alguno de sus otros compañeros de vida celestial, sino por políticos de carne y hueso que hoy se rasgan las vestiduras y salen a rodear al presidente Juan Manuel Santos cuando dice que las Corporaciones Autónomas Regionales tienen una gran responsabilidad en este desastre, porque se convirtieron en feudos políticos y se olvidaron de cuidar los lechos de los ríos.

A esas élites políticas no les interesa enderezar el cauce de ningún río ni poner en cintura las Corporaciones Autónomas, porque para ellos el cuidado del medio ambiente va en contravía del desarrollo de las regiones. Todavía recuerdo al alcalde de Santa Marta que me presentó hace unos años un proyecto para hacer una especie de parque jurásico en Ciudad Perdida con una tarabita que llegara hasta la playa, dizque para incentivar el turismo en Santa Marta.

Lo único bueno de esta tragedia invernal es que todo lo que se denunció en su momento en materia de atropellos ambientales está siendo corroborado de manera trágica. Y lo que es el colmo: que nos toque a los colombianos aguantarnos el sainete de escuchar a los mismos que impulsaron esta debacle ambiental y social diciendo que la culpa es de San Pedro, mientras se lavan las manos.

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