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No pasa nada

Lo de Santos y Angelino parece un número ensayado entre los dos, como esos del Gordo y el Flaco que en tiempos de la campaña electoral criticaba el caricaturista Vladdo.

Antonio Caballero
26 de febrero de 2011

Es curioso: no pasa nada. Es decir, nada tiene consecuencias. Ni los anuncios del gobierno, ni sus proyectos de ley, ni sus nombramientos (que a veces se demoran meses enteros en cuajar), ni sus acciones de urgencia, ni sus promesas de reformas: la de la Justicia, la del DAS, la de las Regalías. Tampoco tiene consecuencias de ninguna índole -salvo la calma chicha, sin oleaje y sin viento- la agitación del Congreso. Ni los ruidos del aparato judicial. Ni las investigaciones de la Procuraduría, de la Fiscalía, de la Comisión de Acusaciones, de la Contraloría: ni siquiera las de la Contraloría sobre la Contraloría misma, sobre sus preclusiones, sus viajes de recreo, su nómina paralela, su camioneta hecha sobre medidas para el excontralor Turbay. Tampoco pasa nada en otros ámbitos, ni tiene efectos lo que a veces pasa: las crueles liberaciones de secuestrados hechas gota a gota por las Farc no dejan huella, ni aún las más estrambóticas, como la del concejal huilense que andaba por la manigua de chaleco y corbata. Ni las previsiones incumplidas de la mediadora Piedad Córdoba, que tras su 'muerte política' a manos del procurador sigue su vida política como si tal cosa. Ni la atención prioritaria prometida a los estragos del invierno. Pasó el invierno, pasó el veranillo, volvió el invierno... Y la devastación sigue intacta, a pesar del nombramiento a las volandas de un prohombre de la banca a la cabeza de la misión de rescate. Al parecer sigue arreglando los detalles de su retiro de la banca, y como zar de catástrofes no se ha posesionado todavía. Tan no pasa nada en ese campo de lo impostergable que el senador Jorge Robledo pudo descubrir él solito un segundo boquete abierto en el Canal del Dique de cuya existencia no se habían percatado las autoridades, pero que tiene inundados varios pueblos y sigue sin ser reparado.

(Bueno: tal vez sea mejor así. Hay que ver la asombrosa ineptitud del colmatamiento del otro boquete, con la opereta de la supergrúa que los ingenieros desmontaron para poderla traer al lugar del siniestro y después no pudieron volver a armar).

¿Y la famosa Ley de Tierras? Estancada. ¿Y la de Víctimas? Parada. ¿Y el desmantelamiento del DAS? Enterrado: y ahí sigue impávido el señor Felipe Muñoz, mientras sus colegas huyen. ¿Y la re-creación de los ministerios de Justicia y de Ambiente, eliminados por el gobierno de Uribe? En las mismas. Si Álvaro Uribe mostró que no sirve de nada tratar de gobernar mucho, Juan Manuel Santos está demostrando que en Colombia no se necesita gobernar.

Porque lo cierto es que su altísima popularidad sigue intacta: en un 77 por ciento al cabo de siete meses de no hacer nada, o solo cosas inútiles. Viaja por el mundo, sí, como Andrés Pastrana; viaja por Colombia, sí, como Álvaro Uribe. Pero no pasa nada. Los uribistas resentidos dicen que quien de verdad gobierna es el vicepresidente Angelino Garzón, como gobernaba el secretario general Germán Montoya en tiempos de Virgilio Barco. Pero tampoco eso es cierto: tampoco Angelino hace nada. Se limita a proponer modificaciones insignificantes y sin ningún efecto, como que se aumente un tercio de punto extra el alza ínfima del salario mínimo, o se posponga durante unas pocas semanas la abolición de la tabla de fletes que dio pie al paro de los camioneros. Un paro que no sirvió para nada, y que los damnificados colaterales, los sufridos bogotanos, aguantaron como siempre con resignación estoica, sin que pasara nada.

Lo de Santos y Angelino parece un número ensayado entre los dos, como esos del Gordo y el Flaco que en tiempos de la campaña electoral criticaba el caricaturista Vladdo. Pero ya no critica ni siquiera Vladdo. Ni siquiera Osuna. Ni Chócolo. Ni Mico. Y Matador, a fuerza de talento, ha conseguido ser ese híbrido que parecía imposible: un crítico gobiernista.

Juan Manuel Santos sale cinco o seis veces al día en las noticias de la televisión. Pero no hay noticias.

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