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¡No sea sapo!

Mi única sugerencia es que, como en Colombia hay tanta variedad de sapos, el gobierno haga una clasificación rigurosa para que la medida no se desmadre

Daniel Samper Ospina
30 de enero de 2010

Apuesto 100.000 pesos a que puedo demostrarle que Uribe es un dictador -me dijo, desafiante, un compañero de oficina.

- ¡Los apuesto! -exclamé sin amilanarme-: será lo que sea, pero el Presidente es un demócrata.

- ¿Sí? -me retó-. Quiere convertir a los estudiantes en informantes: ¿no es eso de pura dictadura?

Reconozco que no es un punto fácil de defender, y que parece una idea inventada por Pinochet o Fidel Castro. Pero no pienso perder mis 100.000 pesos. Y por eso aplaudo esta medida que tantos problemas le ha traído al Presidente, no sólo por las críticas que ha recibido, sino porque, desde que anunció que le pagaría una mensualidad a cada sapo, en su despacho se agolparon Armandito Benedetti, Héctor Elí Rojas y Sabas Pretelt, entre muchos otros, para reclamar su cheque. Alfredo Rangel exigía un bono de éxito. Rafael Nieto pedía que le pagaran en especie, que lo nombraran en alguna terna. Y Moreno de Caro llegó a Palacio dando brincos con las ancas todas sucias y dejó el piso todo embarrado.

No, señores: la medida no rige para el pasado. Es una medida futurista, que busca educar a las nuevas generaciones y que tiene la sana intención de formar niños que sean idénticos al 'Pincher' Arias: niños que sean sapos desde chiquitos. De lo contrario, si tuviéramos que pagarles a todos ustedes, el país se quebraría: habría que girarle también a la ex ministra de Comunicaciones, que de sapa propuso que transmitieran los consejos comunales por Internet; a César Mauricio Velásquez, que es tan sapo que lo mismo se reúne con obispos que con paramilitares; al mismo Presidente, que de sapo quería ir a Haití, y a Fabio Valencia, que fue.

Y no se trata de eso, ni mucho menos. La idea, simplemente, es formalizar al sapo juvenil. Al principio en las universidades de Medellín, luego en todas las academias, incluyendo la Academia Charlot, y ya al final en todas las órbitas de la sociedad. La meta es llenar todo esto de sapos. Que Samuel sapee a Iván Moreno. Que Jerónimo sapee a Tomás. Que en cada entidad estatal haya un sapo: ¿adivinen quién, que se eche gomina y coma harinas sin remordimientos, podría ser el sapo de la Comisión de Televisión; ¿y quién, que tenga un hermano preso al que le gusten las cuatrimotos, podría ser el sapo de los consejos de ministros?

Mi única sugerencia es que, como en Colombia hay tanta variedad de sapos, el gobierno haga una clasificación rigurosa para que la medida no se desmadre.

Existe un tipo de sapo que es el entrometido: el que anda en un gremio que no es el suyo. Pongo un ejemplo didáctico: José Gabriel en un asado en El Ubérrimo para la cúpula militar, en el que todos estaban vestidos como si fueran capataces. ¿Esa especie puede cobrar la recompensa? Yo pensaría que no. Y no sólo no podrá reclamar el dinero, sino que tendrá que presentar un programa de entrevistas como penitencia.

Avancemos con otros casos. Hay un tipo de batracio conocido científicamente como Juanluzanum batracae, que desde el huevo desarrolla un perfil aguileño bastante sorprendente, y que tiene un sistema motor basado en la adulación como método de avance. ¿Merece bono? No.

Existe, también, el sapo que acusa, o Procuradotur anfibiumm: un anfibio de sangre fría y papada abultada cuyo proceso larvario se da en el agua bendita, y que sólo persigue a las moscas muertas de la oposición: este tipo de sapo no merece reconocimiento económico.

Tampoco renacuajos como el ministro de Agricultura, que, a pesar de su aspecto desarrollado, es apenas un sapo en formación; ni cierto tipo de rana que vive en permanente estado de metamorfosis, se lanza cada tanto a la Presidencia, y siempre encuentra la manera de que el príncipe de turno le dé un beso y la convierta mágicamente en embajadora.

La medida rige solamente para los estudiantes, y así se lo expliqué a mi amigo, el de la apuesta. Pero no pareció convencerle.

- El gobierno de Uribe cambia la Constitución, chuza a los opositores, se toma todos los poderes, comete abusos en nombre de la seguridad… Y ahora quiere una sociedad de informantes: ¿qué es esto si no es una dictadura?

Entonces me iluminé. Como alguna vez dijo el escritor Luis Fernando Afanador, todos los dictadores dejan grandes obras de infraestructura: autopistas fabulosas, aeropuertos modernos, estadios gigantes. He ahí la prueba reina de que Uribe no es un dictador: en siete años de gobierno, el Presidente no ha dejado nada. Acá no hay una sola carretera que sea decente. Lo único que ha construido el Ministro de Transporte es un altar para la Virgen en su oficina, hay que decir que sin ayuda de los Nule: de lo contrario sólo habría una vela rota y dos ladrillos. Por lo demás, más hábil que el doctor Gallego es mi hija de 3 años, que a veces arma torres con fichas. Insto públicamente al ministro a que haga un concurso con ella. Estoy seguro de que mientras él se enreda en 10 licitaciones y trata de vincular a William Vélez, a Odinsa, a los hermanos Nule, mi hija hace la torre en dos minutos.

A mi amigo no lo convenció ese argumento. Ahora me está cobrando. Advierto que es un terrorista en ciernes. Informo a las autoridades que tengo sus datos. Lo entrego si me dan los 100.000 pesos de la recompensa. Me sirven para pagar una apuesta que estoy debiendo.n

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