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No es tan obvio

Aunque las barras lo pidan 100 a uno, no puede el árbitro alargar o acortar el partido 20 minutos. La Fifa podría hacerlo, para el siguiente campeonato

Semana
6 de junio de 2004

El proyecto pasó por mayoría en el primer debate de la Cámara. Pasó por mayoría en el Senado. Y sobre todo pasó porque la mayoría de los colombianos quiere la reelección del presidente Uribe.

Ningún demócrata podría objetar tamaños argumentos, porque la democracia implica decidir por mayoría. Así nos lo enseñaron en la escuela, y eso mismo escribieron los grandes tratadistas.

Y sin embargo, por curiosidad, tal vez algún lector ocioso se pregunte de dónde viene la ley de mayorías. Esta pregunta simple llega al fondo de la filosofía política, mejor decir al mito fundador de la moderna política. Fue propuesto por Hobbes o por Rousseau, y dice que el Estado existe gracias a un pacto donde todos aceptamos ceder libertad a cambio de orden y otros bienes colectivos. Lo de "todos" es crucial, porque otra cosa violaría la autonomía de algunas personas, autonomía que es la base de la ética.

En democracia entonces, todos aceptamos que la mayoría decida cuando hay un desacuerdo. Pero este pacto no es incondicional, pues cada uno acepta someterse a la mayoría siempre que esta se exprese de la manera prevista y sobre el tipo de asuntos previstos.

Por eso en una democracia hay cosas que no puede decidir la mayoría. Para empezar, no puede autoperpetuarse como mayoría, por ejemplo decir que el presidente siempre será del partido X aunque el partido X deje de ser mayoría. No puede prohibir que la minoría logre convertirse en mayoría, porque entonces el "pacto" fundador habría dejado fuera a los que entonces eran minoría. Tampoco puede, digamos, acabar el Congreso o entregarles el poder a las Fuerzas Armadas -porque entonces ya no hay tal democracia-.

Con razón se ha dicho pues que el acuerdo esencial en una democracia es el acuerdo sobre cómo estar en desacuerdo. Hay unas normas marco que no pueden cambiarse, porque sólo ellas dan garantías iguales para todos y son producto del consenso de todos (este pacto es un mito; pero sin mitos no habría sociedades). Por eso también se ha dicho que la política comienza donde el consenso acaba, o sea que los votos no pueden tumbar las bases del Estado de derecho.

Hay otra cosa que no puede cambiar la mayoría. No puede cambiar las reglas de juego para la ronda que se esté jugando. Aunque las barras lo pidan cien a uno, no puede el árbitro alargar o acortar 20 ni 10 minutos el partido; la Fifa podría hacerlo, para campeonatos que no hayan comenzado.

Este es un principio general que nada tiene que ver con si el partido está bueno -ni nada tiene que ver con si alargar el tiempo reglamentario es una gran idea, si mejora el fútbol, si a la gente le gusta o no le gusta-. Tampoco tiene que ver con si el actual es el mejor Presidente de la historia -ni nada tiene que ver con si la reelección en abstracto es una gran idea, si mejora el país, si a la gente le gusta o no le gusta-.

La mayoría puede reelegir a un presidente, pero no puede cambiar el reglamento para reelegir al presidente fulano. Este detalle, que a tantos les parece o inútil o mañoso, separa la democracia de la antidemocracia, el populismo autoritario del Estado de derecho.

Y hablando de detalles, hay otros que complican la idea de "mayoría". ¿Cuál es la base de cómputo, si Uribe mismo pleitea contra el censo electoral? ¿Acaso "todos" tenemos iguales incentivos, o hay quién recibe plata y puesto por su voto? ¿Tenemos igual influjo al definir la agenda electoral? ¿Igual información o sobre todo, igual control sobre lo que "es noticia" y forma la "opinión"?

Estos son vicios viejos, que por tanto deslucen a cualquier "mayoría", no apenas a la que vengo examinando. Pero en igual justicia hay que admitir que los medios, o sus dueños, son más fervientemente uribistas de lo que nunca fueron pastranistas u otros-istas. Y en una democracia mediática esta pequeña diferencia es toda la diferencia.

Me falta hablar de la otra mayoría, la de representantes que aprobó el proyecto. Creí que la absolución comprada de Samper sería el punto más bajito del Congreso. Me equivoqué porque pasó lo mismo pero esta vez lo hicieron los antisamperistas que se decían limpios.