Home

Opinión

Artículo

OPINIÓN

Nombrémoslo rey

Todo está dado para la monarquía. El Presidente, como todo rey, tiene corte propia, la Constitucional. Sus hijos toman posesión de las tierras, y tiene su bufón: pachito

Daniel Samper Ospina
30 de mayo de 2009

Iba a escribir contra la visita del príncipe Felipe a Colombia, pero me sucedió algo que me hizo cambiar de opinión: ahora ya no sólo estoy de acuerdo con que la pareja real haya venido, sino que creo que deberíamos instaurar la monarquía en Colombia.

Pero voy por partes. Al comienzo estaba listo a armar la clásica columna criticando los homenajes que debían aguantar el príncipe y su mujer por haber venido: ya los veía recibiendo las llaves de la ciudad, soportando a los niños vallenatos e, incluso, ante un descuido, obligados a ir a un coctel organizado por Carlos Mattos en su honor.

Pero iba a escribir, como siempre, basado en mi ignorancia. Porque yo de reinados sé poco, la verdad, y de por sí creía que el que había invitado al príncipe era Raimundo Angulo. Incluso, mientras veía el noticiero, hacía comentarios torpes de los cuales me rescataba mi mujer:

—Mira qué vergüenza -le dije mientras pasaban las imágenes de su arribo al aeropuerto-: el gobierno acaba de regalarle un peluche al príncipe.

— No es un peluche -me corrigió ella-: es el canciller, que no se peluquea desde el primer gobierno de Uribe.

—Ah -exclamé, cayendo en la cuenta-: yo pensé que ese era el regalo. Pero ya vi que le dieron fue un llavero.

— Ningún llavero -me dijo con su paciencia habitual-. Es Julito Riaño, el experto en protocolo de la Cancillería. Es el hombre que más ha hecho venias en Colombia, después de Uribe durante el gobierno de Bush.

Desde entonces supe que existía un encargado del protocolo que facilita la presencia de las visitas: les sopla el cargo de la persona que están saludando; les indica por dónde pasar; les dice dónde guardar la billetera y el reloj en caso de que deban visitar el Congreso.

No sé si serviría, pero a veces creo que esa es mi verdadera vocación: ser jefe de protocolo. Se lo iba a comentar a mi mujer, pero me calló; me dijo que si seguía diciendo bestialidades me iban a terminar nombrando en el puesto del doctor Bermúdez, que es aburridísimo. A mí, la verdad, no me chocaría ser canciller: aparte de que me sirve para acumular millas de Aviancaplus, uno no necesita ser muy inteligente. Exige grandes momentos de valentía, eso sí, como el que vivió el mismo doctor Bermúdez esta semana, cuando reprobó a Corea del Norte por sus ensayos nucleares: después del comunicado de la cancillería colombiana parece que el dictador Kim Jong Il quedó temblando. Pero, más allá de eso, es un puesto en el que pagan bien y uno viatica. Y no sé ustedes, pero yo siempre he creído que los viajes hacen que uno se renueve, que uno cambie de piel: tal y como le estaba sucediendo al ex canciller Araújo, que quedó en la mitad del proceso.

Parece que la visita del príncipe a Palacio no fue fácil. Cada vez que uno de los lagartos de la comitiva del gobierno hacía una venia y decía "su majestad", por la fuerza de la costumbre él que respondía era el Presidente. A mí podrán decirme bruto, pero si yo hubiera estado a cargo del protocolo habría puesto una regla para evitar equívocos de esa naturaleza: para referirse a don Felipe debían decir "su alteza"; y para llamar al Presidente, "su bajeza".

Habría intervenido, además, en el menú: ese menú que les diseñaron, sobreactuado como el de todos los pobres cuando invitan a comer a los ricos a su casa, y atiborrado de ingredientes exóticos que difícilmente aguantaría el estómago ya no digamos de doña Letizia, sino de Kápax. ¿Por qué les dieron caracol picauil, pipilongos de yuyo, y cosas semejantes que acá casi nadie come? Puestas así las cosas, y para hacer una obra de caridad, ¿no valía la pena pasar el café con pastillas de Lomotil en lugar de hermezetas, aprovechando que son muy parecidas?

El hecho es que de tanto ver la visita y empaparme del mundo de la realeza, se me ocurrió una idea que puede ser salvadora: y es que en lugar de cambiar a Uribe, deberíamos cambiar de sistema, y nombrarlo rey. Y no lo digo para evitar la farsa cada cuatro años de inventarse algún remiendo costoso e impresentable para que el Padre siga siendo Eterno, sino por asuntos prácticos: acá ya todo está dado para instaurar la monarquía. El Presidente desciende de Ricardo Corazón de León. Como todo rey, además, tiene corte propia, que es la Corte Constitucional. Sus hijos ya saben tomar posesión de las tierras. Y, por vocación y tamaño, Pachito Santos es el bufón que cualquiera sueña con tener en su Palacio.

El único lío es comprar un cetro real, ahora que hay crisis económica. Sugiero ubicar el diente que alguna vez salió disparado de la boca del presidente Gaviria mientras daba una declaración a la prensa. Parece que se trataba de un diente con corona, y eso solucionaría el problema.

Noticias Destacadas