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Nos quieren dar taxis malos y televisión obsoleta

El gobierno no puede decaer en la tarea de impulsar las TIC, debe preservarla de malas decisiones y encomendarla a personas que tengan conocimiento, experiencia y credibilidad.

Semana.Com
9 de junio de 2016

Es desconcertante que cuando el mundo vive la mayor revolución de las comunicaciones de los últimos cinco siglos, los grandes anuncios del gobierno colombiano en materia de tecnología sean el Tercer Canal, el nuevo Canal Uno y una reglamentación para imponer límites y cortapisas a las aplicaciones que reinventaron el transporte.

Hace pocos días Buzzffed, que es uno de los más exitosos y populares medios de la era digital, publicó un video de 45 minutos acerca de dos personas que colocaron bandas de caucho en un melón hasta que lo hicieron estallar. Pocos días después ese video –silencioso y pueril- había sido visto por más de 10 millones de personas. VICE, la plataforma de noticias de mayor crecimiento en el mundo, produce 7.000 contenidos al día y ha logrado reconectar masivamente a los millenials con la televisión a través de programas sin antecedentes en la historia como Weediquette –crónicas de ciencia, cultura y economía aplicadas a la legalización de la marihuana- o Gaycation -contenidos sobre culturas LGTB alrededor del mundo-.

La transformación de la t.v en el mundo es constante y muy profunda. Internet pulverizó las rigideces de los viejos esquemas y ahora la gente ve lo que quiere, cuando quiere, en donde quiere –celular, tablet, computador, etc-.

Colombia, según el DNP, es el segundo país del mundo con mayor consumo de video -4,3 horas/persona/día- y 68% se ve por Internet. Facebook, Google, Apple están concentrando en sus plataformas toda la producción de video en el mundo, incluida la de los colosos de la comunicación. Medios digitales como Netflix o HBO Go crecen 10 veces más rápido que los demás y canibalizan las audiencias cautivas que monopolizaron los medios tradicionales durante décadas. Según el Financial Times, las ganancias de la tv digital en Estados Unidos superarán a las de la tv tradicional y llegarán a 75.3 billones de dólares en 2017.

En medio de esa gigantesca e incesante transformación de modelos, propuestas, contenidos, fuentes de ingreso , cuando colapsan una tras otra muchas de las empresas tradicionales, parece forzado y anacrónico acometer dispendiosos procesos de selección y contratación ante un ente estatal, a la antigua usanza, totalmente de espaldas a las nuevas realidades que impone la tecnología, para crear canales llamados a operar con la Babel de normas, controles y costos elevados que sustentan hace décadas los viejos esquemas. Por sustracción de materia esos nuevos procesos no serán más que una lucha tardía por los restos y los huesos del monopolio que disfrutan desde 1997 Caracol y RCN pero la vertiginosa pérdida de televidentes y de anunciantes minará en poco tiempo el atractivo y el poder de ese negocio, al estilo de lo que ocurrió con las frecuencias de larga distancia telefónica de los años 90 por las cuales se llegaron a pagar grandes sumas y pronto perdieron todo su valor por causa de Internet.

Lo de las aplicaciones es mucho peor. Cuando la mayoría de las grandes ciudades del mundo consolidan estrategias integrales de movilidad basadas en la tecnología – que resulta para todos los efectos el anhelado instrumento que permite que haya mucha más movilidad con menos autos- aquí el Ministerio del Transporte lanza y pretende imponer una deplorable regulación de los sistemas de transporte de economía compartida, construida a la medida de los intereses del monopolio que envileció la actividad de los taxis en nuestro medio y sobre el disparatado y peregrino propósito de imponer límites y cortapisas a las aplicaciones.

La restricción del número de taxis en Bogotá y la obligación de pertenecer a una empresa para poder operar, creó desde los años 90 la figura de los cupos que enriqueció a los dueños del oligopolio, porque esos recursos van a sus bolsillos, no al Estado y no benefician de manera alguna al municipio. Cada cupo llegó a valer 100 millones y más y apenas 17% de los actuales taxistas son dueños de los suyos. Los demás están sometidos a un inmisericorde sistema de explotación en el cual para obtener su sustento y el pago diario que les exige su patrón, tienen que trabajar en larguísimas jornadas, sin prestaciones ni seguridad social.

Las aplicaciones tipo Uber son la puerta de salida para que esos miles de taxistas explotados, tengan la posibilidad de ser empresarios y logren recuperar su dignidad. Es también la herramienta para que los políticos, el gobierno y sobre todo los usuarios se puedan liberar de la dictadura de un monopolio en buena hora destruido por la tecnología. El Estado, el gobierno nacional y los gobiernos locales no deben perseguir las aplicaciones. Por el contrario tendrían que ser quienes más las promuevan porque son altamente efectivas para movilizar más gente con menos vehículos y contundentes para descongestionar las ciudades y mejorar la calidad del aire.

El avance y predomino de la economía compartida son imparables. Las prioridades del país en la materia son apoyar la transformación de las empresas e impulsar el talento digital. El Congreso estudia un proyecto de ley que podría corregir la fútil norma del Ministerio de Transporte y aportaría un marco general apropiado para el desarrollo de la economía compartida en Colombia en todos sus usos: turismo, vivienda, equipos etc-. El gobierno involucró acertadamente al país desde el año 2010 en el desarrollo de las TIC como herramienta para disminuir la pobreza y crear empleo. Es fundamental impulsar mucho más esa tarea, preservarla de malas decisiones y encomendarla a personas que tengan conocimiento, experiencia, autoridad y credibilidad en el cada vez más complejo y especializado mundo de la tecnología.

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