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Nosotros frente al mal

¿Nacemos tal como somos y como seremos, o son la sociedad, la cultura y la experiencia familiar lo que nos moldea y desencadena la bondad o la maldad de cada uno?

Semana
24 de junio de 2006

Cuando trato de imaginar una acción humana que sea mala sin lugar a dudas, pienso en un hombre que después de violar salvajemente a una niña, la asesina a cuchilladas. Es difícil encontrar una representación más simple del Mal a secas y con mayúsculas. Cualquier persona de cualquier cultura definiría esto como un mal absoluto. El que niegue la maldad de un acto así, nos parecerá un sicópata o un degenerado moral. En general los criminales (Hitler, Pol Pot, Stalin, Carlos Castaño) matizaron sus asesinatos con alguna justificación ideológica, y hubo quienes aceptaran esos matices como atenuantes de su maldad. Pero en el caso del violador y descuartizador de niños, no hay secuaces dispuestos a justificar moralmente sus actos.

Cuando en estos días se discute, entonces, sobre el asesino en serie Garavito, que violó y mató a más de 150 niños, estamos discutiendo claramente sobre lo que la sociedad debe hacer para defenderse de un Mal indiscutible. Se dice que Garavito podría salir dentro de pocos años de la cárcel, por haber cumplido, al menos en el papel, con su pena, y supuestamente saldrá regenerado después del castigo. Garavito dice que ahora quiere ser "pastor y congresista, para trabajar en defensa de la niñez".

La primera reacción ante declaraciones como esa, es de rabia e indignación. Algo en nuestra intuición sicológica de lo que es el otro, nos dice que semejante criminal, semejante protagonista del Mal, no podría convertirse nunca en un alma justa, y que aun si esto fuera posible, el daño que hizo (a cientos de niños y a miles de familiares de estos niños) no le permitiría ya nunca regresar como una persona normal a la sociedad. Después de hacer lo que hizo, debería ser siempre un penitente.

¿Pero qué debe hacer la sociedad con una persona que ha cometido las peores maldades? Estamos ahí frente a un problema muy complejo y difícil de decidir, pues en nuestras respuestas estamos diciendo implícitamente cuál es nuestra concepción de la naturaleza y la condición humana. ¿El ser humano es intrínsecamente bueno, malo o neutro? ¿Nacemos tal como somos y como seremos, o son la sociedad, la cultura y la experiencia familiar lo que nos moldea y desencadena la bondad o la maldad de cada uno? En caso de que haya personas biológicamente perversas, o que por influencias familiares o ambientales se han vuelto malas, ¿son susceptibles de cambiar y convertirse en buenas? ¿Se puede volver a armar un huevo roto?

Los jueces de una persona no pueden ser sus víctimas directas. Si un hijo mío hubiera sido víctima de Garavito, la cadena perpetua no sería, para mí, un castigo adecuado, y hasta la pena de muerte podría parecerme insuficiente para pagar su culpa. Tal vez por casos así nuestros antepasados se imaginaron algún día el Infierno: una prisión perpetua donde los malos son torturados sin morir, condenados a arder eternamente. Hay acciones tan malévolas que todo castigo humano nos parece pequeño.

Lo curioso es que la religión que perfeccionó hasta en los mínimos detalles la idea del Infierno, la católica, es la misma que ofrece un perdón completo (en la otra vida) a quien se confiese y esté arrepentido. Para los católicos el Dios justiciero del infierno es también el Dios infinitamente misericordioso capaz de perdonar al peor pecador de la Tierra. Como el alma humana está hecha a imagen y semejanza de la divina, todo pecador puede ser redimido de sus pecados, si se arrepiente. La concepción de algunos credos protestantes sobre el alma humana, es mucho más pesimista que la católica: nacemos con la gracia (y actuamos bien) o nacemos desgraciados y estamos predestinados a la maldad y a la condenación.

La mayoría de las concepciones 'humanistas' del hombre son más católicas que protestantes: creen que el delincuente puede ser redimido. Que en el fondo del corazón humano hay siempre un núcleo de bondad que puede ser rescatado. Sin embargo, los datos más recientes de las ciencias biológicas no nos permiten ser tan optimistas. Muchos niños abusados en la infancia -sostiene la mayoría de los neurólogos-, sufren cambios neuronales irreversibles y la violencia padecida los hace a ellos mismos muchas veces violentos. Pero entonces esos adultos violentos que fueron niños violentados, ¿actúan libremente y son por lo tanto culpables? ¿Y aunque no fueran culpables sino enfermos, no deberían de todas maneras ser apartados del trato social corriente? Para eso existen los manicomios criminales.

Algunos congresistas recién elegidos quieren introducir en el código penal colombiano la cadena perpetua para ciertos delitos. Otros piden incluso la pena de muerte. La concepción liberal de los delitos y de las penas, cree en el papel regenerador de las cárceles y en la capacidad del delincuente de reintegrarse a la sociedad. Pero cuando nos enfrentamos a casos de maldad indudable y aparentemente esencial, tenemos dudas sobre si esa concepción humanista sea la más realista y adecuada. Yo, francamente, no tengo la respuesta.

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