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Nostalgia por la melancolía

En estas épocas navideñas, cuando abunda la melancolía, el escritor Germán Uribe hace una oda a ese sentimiento que, según el autor, está teniendo 'un entierro de pobre'.

Semana
13 de enero de 2006

Una extraña pero ciertamente encantadora exposición se lleva a cabo por estos días en el Grand Palais de la Ciudad Luz. ¿Quién iba a imaginar que sus organizadores se ocuparan de mostrar a través de 250 obras lo que ha significado para la humanidad a través de los siglos la palabra melancolía? 

Sin duda, una estremecedora invocación de un estado de alma más concreto que subjetivo, ave de paso para muchos, tal vez, pero que anidada en no pocos espíritus ha servido con inagotable fidelidad a la sensibilidad y a la inteligencia creadora de resonantes artistas y escritores de todos los tiempos.

Esta muestra, denominada 'Melancolía: genio y locura en Occidente', nos lleva de la mano por el recorrido que entre la antigüedad y nuestros días ha hecho este excitante sentimiento en los corazones y el empeño creativo de figuras como Durero, Doménico Fetti, Goya, Zoran Music (artista vivo de Gorizia-Eslovenia), el sorprendente australiano Ron Mueck, el noruego Edvard Munch y, en fin, muchos otros entre los cuales no podrían faltar Goya y Van Gogh.

Y es que en mi caso personal, y de allí que use como pretexto esta ocurrente exposición parisina cuyo remate cronológico recuerda que en 1988 se empieza a vender el Prozac, hablar de la melancolía me produce una doble sensación. De un lado, temor, tristeza, desasosiego; y del otro, evocación obsequiosa y romántica.

La melancolía tiene un origen remoto. Lo latinos la llamaban melancholiam, y los griegos, melankholia (bilis negra). Pienso que por el hecho de haber sido referida en términos fisiológicos al primero de los cuatro humores del hombre -melancólico, colérico, sanguíneo y flemático-, hasta hace algún tiempo se la tenía como una enfermedad, muchas veces, mortal. Además, desde el siglo IX y por creencias de escritores árabes, se la relacionó con Saturno, e incluso, el mismo poeta simbolista francés Paul Verlaine mantuvo esta correlación de los melancólicos con dicho planeta.

Esta propensión al abatimiento y la congoja que Durero inmortalizara en un grabado a través del cual simbolizó la ineficacia de la ciencia, es definida por el diccionario como una "monomanía en que dominan las afecciones morales tristes".

Hoy día, sin embargo, y aunque parezca discordante, se la considera casi como un artículo de lujo, o como una extravagancia que está por fuera de cualquier contexto racional del hombre moderno. De la melancolía existen múltiples sinónimos, siendo los más sensibles a su interpretación la aflicción, la tristeza, la pesadumbre, el desconsuelo y la cuita.

Pero con los tiempos todo cambia. Incluso, el concepto de melancolía. Ella, en tanto que pasaba de moda, cambiaba de nombre. Identifiquémosla: es un estado anímico, una idea obsesivamente sentida, un sentimiento que bien pudiera ser mandado a recoger, puesto que se quedó como tal, anclado en el pasado. Es decimonónica, o al menos en aquel siglo tuvo su auge más publicitado, y sólo puede producirnos ahora, con fruición, aunque no se crea, una cierta añoranza. Los tiempos modernos agobiados por un mundo vertiginoso, y los cambios de siglo y de milenio, no le ofrecen espacio. ¿Quién puede tener por estos días agotadores, próximos más bien al aguante vital y a la sobrevivencia a secas, tiempo para la melancolía?

Se me ocurre pensar que en el siglo XXI la melancolía, que tantas inspiraciones y suicidios aportó y causó a la humanidad, pasará a ser simplemente un recuerdo insólito pero de grata remembranza.

Es difícil entender su agridulce sabor; tampoco, por qué afectaba señaladamente a los genios, a los artistas, a los poetas y a los escritores. Supongo que pudo haber sido por cierta tendencia natural en ellos al masoquismo como venero de energía creativa. Víctor Hugo afirmaba que la melancolía era la dicha de estar triste. Exacto: masoquismo apremiante, vivificante e instigador. Y Alfredo de Musset, orgullosamente, nos decía: "Yo no lucho contra la melancolía: después de la ociosidad, es el mejor de los males". Porque no hay que olvidar que para la melancolía el gran estimulante, la savia vital de su existencia, era el ocio. Por ello mismo no se podría concebir a un melancólico en medio de la guerra, ni trabajando a brazo partido en una fábrica, ni amaneciendo con el pulso nervioso y los ojos rojizos 'ad portas' de un descubrimiento científico. ¿Cómo imaginarse a un inventor, a un astronauta, a un cirujano en medio de un patético trance de melancolía?  Sin embargo, insisto en que lamento este entierro de pobre que paulatinamente se le viene dando a una expresión de la emoción que con dolores de parto, endulzaba muchas veces el alma de quienes la sufrían.

La melancolía pasó de moda y cambió de denominación. La melancolía, definitivamente, ha muerto. Angustia es su nuevo nombre.

(*) Escritor y columnista
http://www.ubicar.com/GermanUribe

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