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No más conejos

La paz duradera requiere urgentemente de la humildad del Gobierno y las FARC.

Alfonso Cuéllar, Alfonso Cuéllar
25 de noviembre de 2016

No hay peor ciego que el que no quiere ver. El Gobierno y en particular las FARC parecen no haber asimilado -peor, comprendido- lo que realmente pasó el 2 de octubre cuando 6.431.376 personas votaron en contra del acuerdo para terminar el conflicto. No me refiero al resultado en sí, obviamente, sino cuál fue el mensaje principal de los colombianos. Optaron por ignorarlo y escoger a su antojo sus interpretaciones de la derrota. Primero que el huracán Matthew no permitió a miles de habitantes de la costa Caribe ir a las urnas. Luego que los cristianos se confundieron con todo ese cuento de la identidad de género. Y finalmente, después de la entrevista de Juan Carlos Vélez, gerente oficial de la campaña del No, los del Sí y las FARC llegaron a una conclusión unánime: todo fue un fraude, una trampa. Los del No y especialmente el Centro Democrático habían acudido a mentiras. Su triunfo sería, entonces, ilegítimo.

Esa conclusión fijó los parámetros de las negociaciones para llegar a un nuevo acuerdo y ayuda a explicar los cuatro errores de comunicación del Gobierno con los líderes del No, que impidieron un consenso nacional.

Al concluir el Gobierno y las FARC que el rechazo a lo acordado era el producto de una manipulación y no de algo fundamental, se hizo menos necesario alterar sustancialmente dos de los pilares del Acuerdo: no cárcel para la comandancia guerrillera y el derecho a que ésta fuera elegible. Se podía, en cambio, acceder a peticiones menos críticas sin tocar lo esencial. Tenía lógica, al fin y al cabo la otra mitad de los votantes había apoyado el texto original. Y porque la participación política es la zanahoria para que la guerrilla abandone el garrote de las armas.

El problema, sin embargo, es que esas dos concesiones fueron precisamente las que más generaron indignación entre los votantes del No, como lo señalaban todas las encuestas anteriores al plebiscito. Incluso el Presidente Juan Manuel Santos lo reconoció repetidas veces, por eso se presentó el Acuerdo como un paquete y no se permitió votar por partes. Y de todos modos, el Sí perdió.

Hoy, tras la cuarta firma del acuerdo en una ceremonia de 750 invitados, tanto las FARC como la coalición de unidad nacional actúan como si esos temas fueran cosas del pasado, obsesiones de un ex presidente y su grupo de áulicos.

Dos ejemplos de las últimas 36 horas son elocuentes de esta falta de tino: la propuesta de Timochenko, alias Rodrigo Londoño, del establecimiento de un gobierno de transición, y la declaración de un alto funcionario del gobierno planteando la posibilidad de una candidatura presidencial de "Timo". La petición del comandante guerrillero es delirante -exceso de mojitos en La Habana-, pero genera dudas en parte de la opinión. Es igualmente irrespetuoso con las víctimas hablar de una eventual aspiración política del máximo comandante de las FARC antes que éste se haya desarmado y confesado sus crímenes. Falta mucha arrodillada de perdón y verdad antes de contemplar la campaña de 2018.

El poco entusiasmo popular que motivó el evento en el Teatro Colón es un síntoma de lo difícil que va ser la implementación del Acuerdo de paz. Pudo ser diferente, pero desde la misma noche de la debacle del plebiscito se cometieron deslices inexplicables, si el objetivo del gobierno era tender puentes a la oposición. Al reconocer la derrota, Santos se abstuvo de mencionar a los ex presidentes Uribe y Pastrana como ganadores. Un detalle que no pasó desapercibido para uribistas y pastranistas.

Semanas después ante el parlamento británico, el mandatario colombiano atribuyó el triunfo del No a una estrategia de mentiras y desinformación. Así no se construye confianza. El penúltimo gesto desobligante fue publicar el Acuerdo sin compartirlo antes con los promotores del No. Si bien hay versiones encontradas sobre si era una promesa o no, dado lo caldeado del ambiente era aconsejable hacerlo. Es evidente que ese hecho no ayudó calmar los ánimos, como lo reconoció públicamente el senador Iván Duque.

Finalmente, el gobierno y las FARC se equivocaron al negar la reunión de los líderes del No con el Secretariado. Fue mezquino, teniendo en cuenta la cantidad de lagartos que recibió la guerrilla en Cuba. El sólo encuentro hubiera sido una muestra de apertura. En cambio, pulularon los tuits insultantes de las FARC contra los del No.

Siempre se ha argumentado que lo más complejo de una negociación es poner en práctica lo acordado. Son innumerables los fracasos en este campo. Colombia no se puede dar ese lujo. Sería imperdonable.
El plebiscito reveló un país dividido entre quienes están dispuestos a pasar la página y quienes temen que el remedio pueda ser peor que la enfermedad. El Gobierno y las FARC le han dedicado el tiempo a los primeros. Es hora de hablarle a los segundos, y eso arranca con una buena dosis de humildad. Sólo así es posible una paz duradera.

En Twitter Fonzi65

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