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El nuevo oscurantismo

Para los líderes del nuevo oscurantismo en Colombia, el baile de las Farc y los delegados de la ONU es una afrenta contra el proceso de paz. Sin embargo, no pensaron lo mismo de las comilonas y brindis de reconocidos políticos colombianos con los jefes “paras” durante los acuerdos de Santa Fe de Ralito.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
10 de enero de 2017

Durante las negociaciones del expresidente Uribe con Mancuso y Castaño en Santa Fe de Ralito, Córdoba, no solo hubo bailes, sino también ríos de whisky y un acercamiento estrecho entre reconocidos políticos nacionales y los nuevos padres de la patria. Los acercamientos se convirtieron en acuerdos que direccionaron la famosa Ley de Justicia y Paz que dejó por fuera a las víctimas del conflicto y le otorgó a los paramilitares penas irrisorias. Ya olvidamos que de los casi 34.000 miembros de las AUC, solo el 1% fue llamado por la justicia y menos del 0.5% fue a la cárcel.

Echar en olvido la historia es sepultar el pasado. Que un grupo de guerrilleros en La Guajira y otro en el Cauca hayan recibido el Año Nuevo con un baile e invitado a los delegados de la misión de la ONU a participar, ha sido para los líderes del oscurantismo del siglo XXI en Colombia una afrenta que atenta contra la transparencia del proceso de paz. No deja de ser, desde cualquier punto de vista, la puesta en marcha de la cursilería desbordada de una derecha extrema que ha empezado a sentir nostalgia del trueno de los fusiles y del estallido de los cilindros bomba.

Cualquier manifestación de alegría, cualquier visita de François Hollande o de cualquier otra figura relevante de la política internacional a las zonas de agrupamiento, va a ser utilizada por la godarria que lidera el Centro “Democrático” como una excusa para intentar desconectar el proceso de su objetivo principal que es la tranquilidad de todos los colombianos. “Es como meterle motosierra a la esperanza del país”, escribió el periodista Antonio Morales. Pero el asunto se complejiza cuando se intenta satanizar un baile de recibimiento de Año Nuevo, calificándolo de escandaloso, indebido, metiéndole el gusano de la perversidad donde solo había lúdica, porque el baile es eso: un juego donde se reconcilian cuerpo y espíritu con el sentimiento festivo del momento.

Detrás de todo esto, no hay duda, está el deseo visceral de joder, de abrirle las puertas a una crisis que solo existe en la cabeza del mismo sector que, a lo largo de los últimos 53 años de la historia social del país, se ha enriquecido con la guerra, sacándole miles de millones de pesos a las contrataciones estatales de todo tipo. Es el mismo sector que intentó, mediante triquiñuelas jurídicas, expulsar a Gustavo Petro del Palacio de Liévano porque este les revocó la jugosa contratación de las basuras. El mismo que defendió desde su posición de poder el exprocurador Alejandro Ordóñez. El mismo que, como gato bocarriba, soltó ante los medios de comunicación la sarta de mentiras que alimentó los miedos de una gran parte de la sociedad colombiana durante el plebiscito pasado. El mismo que “grita” por Twitter y Facebook que la concesión del premio Nobel de Paz fue el resultado de contrataciones petroleras y no de una larga negociación con “la Far” para terminar de una vez por todas con este mierdero que representa la guerra. El mismo que hoy está promocionando por las redes sociales una revocatoria del actual Presidente de la República porque este se ha propuesto terminar con el conflicto armado interno más viejo del hemisferio occidental. El mismo que, si tuviera la mínima oportunidad, no vacilaría en enviarle el sicario a Santos con el macabro objetivo de desatar el infierno para así alcanzar la Casa de Nariño.

Este sector, que ha hecho parte de todos los desfalcos que se han realizado contra el Estado, pues se robó Foncolpuertos, acabó con el sistema de salud pública para beneficiar a las clínicas privadas, recibió miles de millones por Agro Ingreso Seguro, metió las manos en los hurtos sistemáticos al Instituto de Bienestar Familiar y muchísimos de sus miembros están hoy bajo la lupa de la Fiscalía General de la Nación por los casos de la Refinería de Cartagena y del escándalo de Odebrecht, es el único interesado en que el proceso de paz se vaya a la porra, que un hecho tan trivial como un baile entre guerrilleros en proceso de desarme y delegados de las Naciones Unidas, encargados de la supervisión de que todo salga como se firmó, se constituya en una escándalo de proporciones internacionales y no en un acto de reconciliación en el que “la Far” le dice “adiós a las armas”.

Gritar que ellos como colombianos están interesados en la paz del país, es solo un sofisma de distracción, una forma de ganar tiempo y seguir zurciendo el tejido de mentiras que les dé los réditos políticos necesarios para alcanzar la Presidencia de la República. Si la paz fuera para estos señores una intención verdadera y no política, no estarían por ahí desaforados hablando a través los medios de comunicación de confabulación entre las altas cortes, el Congreso y la Casa de Nariño. No estarían escribiendo sobre ilegitimidad y argucias políticas con las que se impuso a la brava el "fast track” para beneficiar al terrorismo.

A Uribe y a sus seguidores, hay que tenerlo claro, no les interesa la paz de los colombianos. Son, en términos retóricos, aves carroñeras. En palabras del desaparecido Roberto Gómez Bolaño se parecen a la Chimoltrufia, pues cambian de parecer de acuerdo a los intereses circunstanciales, y aun así quieren hacer ver a Daniel Coronell como un mentiroso compulsivo.

Twitter: @joaquinroblesza
Email: robleszabala@gmail.com
*Docente universitario.