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¡Oh democracia!

Es poco probable que los hermanos musulmanes, reprimidos por más de medio siglo, se dejen expulsar mansamente.

Antonio Caballero, Antonio Caballero
6 de julio de 2013

Dos años después de que reventara la primera ‘primavera’ egipcia empieza la segunda, de la misma manera: con un golpe militar del general Abdul Fattah al-Sisi contra la dictadura islamista del presidente Mohammed Morsi, como empezó la otra con un golpe militar del mariscal Mohammed Hussein Tantawi contra la dictadura laica del presidente Hosni Mubarak. 

Teniendo en cuenta que son los militares quienes han gobernado ininterrumpidamente a Egipto desde el golpe militar del general Muhammad Naguib contra la dictadura monárquica del rey Faruq, a mediados del siglo XX, no se puede decir que esta nueva primavera marque de verdad algún cambio: es la repetición del ciclo eterno de las estaciones que año tras año se suceden como las crecidas del Nilo desde el comienzo de la historia.

La televisión nos muestra muchedumbres jubilosas que celebran esta más reciente ‘liberación’ militar en la plaza Tahrir de El Cairo (cuyo nombre, que significa ‘Liberación’, evoca la conquistada por el golpe de 1952). Pero no nos deja ver todavía (escribo esto el jueves) las manifestaciones igualmente multitudinarias, pero furiosas, convocadas contra esta ‘liberación’ por el partido de los Hermanos Musulmanes expulsados del poder, y cuyos jefes –el político Morsi, el clérigo Mohamed al-Badie– están siendo apresados por centenares. 

La división es clara: a la derecha, rodeando al nuevo general salvador al-Sisi, comandante de las Fuerzas Armadas y ministro de Defensa, el Ejército, la Policía (explícitamente se subraya su apoyo), los islamistas moderados encabezados por el Gran Mufti, los cristianos aterrorizados representados por el patriarca de la Iglesia Copta, y la clase media urbana occidentalizante que se manifiesta en la plaza y a la que dice representar el burócrata internacional Mohammed el-Baradei, premio nobel de la paz. 

Y a la extrema derecha, las grandes masas rurales, cuyo único consuelo ante la miseria milenaria es el fanatismo religioso que encarnan los Hermanos Musulmanes. No hay izquierda. Solo las luces de la democracia electoral enfrentadas al oscurantismo de la religión. Y, puestos a votar –un hombre, o una mujer, un voto– en las primeras elecciones libres de la historia de Egipto, gana el oscurantismo. Que de inmediato procede a suprimir el voto femenino (así que un hombre, dos votos).

A la vista del espectáculo, la llamada ‘comunidad internacional’ –esa canastada de víboras– se agita, incómoda y contradictoria. Están contentas las monarquías de Arabia y del Golfo, amenazadas por sus propias agitaciones religiosas. 

Pero también la dictadura siria de al-Assad, que tiene el mismo problema. Y contento Israel, por el desorden. Preocupada Turquía, por ese mismo desorden. Desconcertado Irán: pues los por el momento derrotados Hermanos Musulmanes son musulmanes, sí, pero sunitas, y no, como Dios manda, chiítas, como los ayatolás iraníes. La Unión Europea no sabe de qué lado vender armas, y finge preocuparse por el Museo de El Cairo. El presidente Obama de los Estados Unidos, siguiendo su costumbre, se enrosca como un gato: ni sí ni no; ya veremos.

Pero sobre el terreno lo que hay que temer de este último golpe militar es que no vaya a ser un cuartelazo limpio como los anteriores, prácticamente incruentos todos ellos, sino que desate una guerra civil. Tanto de un lado como del otro hay masas populares, y en ambos organizaciones poderosas: a la derecha el Ejército, a la extrema derecha los Hermanos Musulmanes. 

Hace año y medio, en la segunda vuelta de las elecciones, el país se partió artificialmente en dos mitades. Los laicos por una parte, mezclados y sumados los demócratas liberales y los partidarios del derrocado Mubarak detrás de la candidatura de un exministro de la dictadura; y por la otra los religiosos, mezclados también los moderados con los fanáticos, y sumados a los que votaron por Morsi para impedir el triunfo de los de Mubarak. Ganó el caos. Como exclamaba hace un siglo el poeta Guillermo Valencia, aquí en Colombia, ante el cadáver del asesinado Rafael Uribe Uribe: –¡Oh democracia, bendita seas aunque así nos mates!

La recién estrenada democracia (electoral, al menos) llevó a ese caos en Egipto. El nuevo golpe militar trata de reestablecer el orden mediante la represión, como es lo usual en tales casos. Pero es poco probable que los Hermanos Musulmanes, reprimidos durante más de medio siglo, vayan a dejarse expulsar mansamente de la vida política después de haber conocido, así haya sido brevemente, las mieles del poder. 

Y existe un precedente aterrador, que es el de Argelia. Cuando a principios de los años noventa las elecciones libres dieron la victoria a los islamistas radicales del FIS (Frente Islámico de Salvación), los militares argelinos desconocieron los resultados y desataron una guerra civil que al cabo de más de 15 años todavía supura sangre.