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Opinión: Un nuevo mapa político

Aunque el chavismo ganó un mayor número de gobernaciones, la oposición se llevó las más importantes. Chávez no siempre gana entre los pobres.

Semana
24 de noviembre de 2008

Por más victoriosos que se muestren los seguidores del presidente venezolano Hugo Chávez y su Partido Socialista Unido de Venezuela (Psuv), en las elecciones regionales de ayer la oposición ganó donde tenía que ganar. Hay un nuevo mapa político en la Venezuela Bolivariana, y ese mapa no es tan “rojo, rojito” (el color del oficialismo) como lo quería pintar el autoproclamado socialista del siglo XXI, que recurrió a su ya conocida fórmula de darle una dimensión nacional a unos comicios locales al convertirlos en un plebiscito sobre su figura. En medio de ese juego de “o estas conmigo o estas contra mí”, la oposición fue la triunfadora.

Sí, el Psuv ganó 17 de las 22 gobernaciones en juego. La oposición solo cinco. A primera vista parece una victoria oficialista contundente. Pero no todos los estados valen lo mismo. La mayoría de los venezolanos (más del 60 por ciento) viven en el llamado “corredor electoral” que va de Maracaibo (capital del Zulia, cerca de la frontera con Colombia) a Caracas. Esos estados concentran el peso demográfico y económico del país. Y la oposición ( o los “contrarrevolucionarios”, como los llamó Chávez) se apuntó los más importantes de esa franja.

La oposición partía con ventaja en Zulia, el estado petrolero y el más poblado del país, de tradición opositora, y en Carabobo, el estado industrial. Los análisis previos coincidían en que, para poder cantar victoria, necesitaban ganar también o bien la alcaldía metropolitana de Caracas o bien la gobernación de Miranda (el otro estado clave, que incluye parte de la capital venezolana). Al final, la oposición ganó ambas.

Esas dos victorias tienen un significado especial. Tanto el nuevo alcalde de Caracas, Antonio Ledezma, como el nuevo gobernador de Miranda, Henrique Capriles, derrotaron a pesos pesados del chavismo (Aristóbulo Isturiz en Caracas y Diosdado cabello en Miranda). Y en el caso de la capital, el triunfo se dio a pesar de que el opositor al que favorecían todos los sondeos, Leopoldo López, fue inhabilitado hace meses para presentarse. Toda la periferia del Palacio de Miraflores queda en manos de la oposición.

A esos resultados estelares, por llamarlos de algún modo, se suman Nueva Esparta (que ya estaba en manos de un opositor) y Táchira, otro estado fronterizo con Colombia. También el municipio de Sucre, que tiene más población que muchos estados y merece una mención especial por su carga simbólica. En Sucre está Petare, una de las barriadas pobres más grandes de Sudamérica. Allí ganó la oposición, con lo que rompió el mito de que Chávez inevitablemente siempre gana entre los pobres.

En las últimas elecciones de este tipo, hace cuatro años, la desmoralizada oposición de entonces (que venía de haber sido derrotada en el referendo revocatorio donde Chávez aseguró su permanencia en el poder) solo había ganado en dos estados. Considerando el ventajismo de poner al gobierno al servicio de la campaña, las amenazas del propio presidente y las arbitrarias inhabilitaciones que sacaron de carrera a algunos de sus candidatos más fuertes, el resultado final es redondo para la oposición. Territorialmente, el chavismo sigue siendo mayoría, pero estas elecciones sí marcaron un giro. A diferencia de la periferia y las zonas rurales, las grandes concentraciones urbanas ya no están comprometidas con la revolución socialista del gobierno de la boina roja. O por lo menos no con sus candidatos.

Por supuesto, hay un gran matiz. El chavismo (o el chavismo oficialista, para ser más exactos) también tiene un motivo para celebrar. Se especuló mucho con la ‘disidencia’, como se conoce a los que han tomado distancia de Chávez pero no han pasado a la oposición. Esos partidos y candidatos, que a pesar de declararse ‘revolucionarios’ se negaron a plegarse al Psuv, eran uno de los fenómenos más importantes de estos comicios. Chávez no los bajó de “traidores”. La polarización de la política venezolana tiende a atraer a alguna de las dos orillas y, al final, la disidencia no ganó en ninguna de las gobernaciones donde tenían serías opciones (una de ellas era Barinas, el estado natal de Chávez donde su hermano, Adán, fue elegido). Ese nuevo frente no se abrió en estas elecciones.

Cuando habló anoche, Chávez parecía un comprometido demócrata. Mientras reconocía los resultados, exaltó su respeto a la voluntad de las mayorías. Pero en campaña había amenazado con cárcel y tanques a los candidatos opositores que resultaran victoriosos. También con negarles los recursos de la renta petrolera. Algunos observadores atribuían esas salidas al nerviosismo, pues el mandatario venezolano venía de su primera derrota en las urnas en 10 años, la del referendo constitucional del pasado 2 de diciembre.
 
Como le había explicado a SEMANA en la víspera de las elecciones el analista Luis Vicente León, director de la encuestadora Datanalisis, perder la línea Zulia-Carabobo-Miranda era dramático para Chávez, pues lo dejaba “como un ‘bully’ (matón de escuela) al que le habrían tocado la cara dos veces seguidas, sin poder contestar contundentemente a quien lo reta”. Así ocurrió. Cómo va a reaccionar el presidente es uno de los grandes misterios que deja la jornada de ayer. Nadie sabe con certeza qué tanto había de retórica y qué tanto de advertencia en la andanada de amenazas que lanzó en los últimos días de campaña.


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