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Oportunidad para un Enviado Especial a América Latina

Si bien la ausencia de una política exterior estadounidense más dinámica en América Latina puede resultar entendible por la situación de crisis previa, las actuales circunstancias delinean un contexto por completo distinto y más promisorio para relanzar una política ambiciosa hacia América Latina.

Semana
24 de enero de 2012

En septiembre de 2008, en pleno torbellino de la crisis financiera desatada aquel año, el entonces ministro de Finanzas de Alemania, Peer Steinbrück, afirmó ante el Bundestag, la cámara baja alemana, que “Estados Unidos perderá su estatus como gran potencia del sistema financiero internacional”, y unos pocos meses después, el presidente brasileño, Luiz Inácio Lula da Silva, acusaba a personas “blancas de ojos azules” de provocar la crisis mundial.

Los comentarios, sucedidos como parte de un ciclón de disquisiciones acerca de un declive del poder de Estados Unidos después de los atentados de las torres gemelas en 2001, si bien soslayaban la complejidad de los esfuerzos para enfrentar la amenaza terrorista y la capacidad de resiliencia de Estados Unidos, mostraban los enormes retos que enfrentaría su próximo presidente. También se constituían en heraldo de que en sus prioridades difícilmente iría a estar una activa política en América Latina.

Como lo demostraría la frenética actividad del presidente Obama desde enero de 2009, su agenda estaba volcada a superar los problemas ocasionados por el estallido de la burbuja inmobiliaria, los del sistema financiero, de empleo, la crisis en Afganistán-Pakistán e Irak, así como en aprobar la reforma a la salud.

Algunos esfuerzos de Obama, como su declaración en la Cumbre de las Américas de Trinidad y Tobago en 2009 de que "no hay socio principal y socio menor en nuestras relaciones, las que se basan simplemente en un compromiso de respeto mutuo, intereses comunes y valores compartidos", fueron ahogados por la cacofonía populista antiestadounidense de otros mandatarios latinoamericanos. Al igual, su propósito personal de impulsar una relación especial con los mandatarios de Brasil, Chile y México, al recibirlos en la Casa Blanca en 2009, y con la visita a los nuevos mandatarios de Brasil, Chile y El Salvador, en marzo de 2011, han sido modestos.

Aunque el afán de la diplomacia estadounidense puede ser encomiable, como lo demuestra el que Hillary Clinton haya viajado a la región con más frecuencia que cualquier otro Secretario de Estado en la historia moderna de Estados Unidos, y mantenga su compromiso en programas críticos para combatir el narcotráfico y de seguridad ciudadana en México, Centroamérica, la Cuenca del Caribe, Colombia y otros países andinos, el escenario ha sido desaprovechado.

Si bien la ausencia de una política exterior estadounidense más dinámica en América Latina puede resultar entendible por la situación de crisis previa, las actuales circunstancias delinean un contexto por completo distinto y más promisorio para relanzar una política ambiciosa hacia América Latina. La próxima Sexta Cumbre de las Américas del 14 al 15 de abril en Cartagena, ofrece una coyuntura peculiar para que el presidente Obama pueda presentar nuevos lineamientos de una política hacia la región, y en la que deberían estar presente al menos una agresiva política de lucha interna contra las drogas en Estados Unidos y el compromiso decidido de impulsar la reforma de la política migratoria.

El presidente Obama ha obtenido rotundos éxitos en su política exterior a partir de complejas cirugías políticas que no solo demuestran su extraordinaria capacidad, sino que el declive de Estados Unidos parece no figurar en un futuro cercano. Muchos ya son los ejemplos de esas complejas y en varios de los casos exitosas operaciones políticas, tales como la primavera árabe y la operación en Libia, el retiro de las tropas de Irak, la estrategia en Afganistán-Pakistán, la apertura del régimen de Myanmar, el reciente aumento de tropas en Australia y presencia en el Mar de China Meridional o la estrategia de cercamiento a las ambiciones nucleares de Irán.

A pesar del contexto de hostilidad de algunos gobiernos en América Latina, e incluso en razón de ello, abundan las razones para elevar el estatus de las relaciones entre Estados Unidos y la región, las mismas que deben estar aderezadas por el reforzamiento del trabajo político de quien las conduzca. Es allí la pertinencia de que la administración Obama designara, por ejemplo, un Enviado Especial para América Latina que acometa la labor de profundizar la integración política y económica.

En primer lugar, porque de continuar la recuperación económica y de confianza en los Estados Unidos, la reelección del presidente Obama no es solamente un escenario altamente factible, sino que pudiera ser el de un mandatario con una estatura internacional sin precedentes. Sus logros han permitido cambiar la imagen de Estados Unidos en el mundo y se han revertido en América Latina, como lo evidencia la encuesta Latinobarómetro de 2011, en la que Obama es el presidente mejor valorado y en la que más dos tercios de la población (72%) mostraban una actitud favorable hacia los Estados Unidos, un aumento de 15 a 25 puntos respecto a los niveles de 2008.

En segundo lugar, porque enormes pueden ser las ganancias para el Hemisferio con una más agresiva labor de coordinación política que ejerza un contrapeso al discurso hostil hacia Estados Unidos que enarbolan algunos mandatarios. Aunque en la región han abundado en los últimos 20 años los foros de concertación política, con una tendencia reciente de excluir a Estados Unidos, sus resultados son más bien vagos y retóricos que prácticos. El presidente Obama podría explorar la viabilidad de impulsar la Organización de Estados Americanos o un organismo con mayores facultades para profundizar la integración política.

Adicionalmente, el comercio interregional entre Estados Unidos y América Latina y el Caribe alcanzó los 524 mil millones de dólares en 2009. Pese a que el comercio de América Latina con Asia ha crecido a un ritmo acelerado, Estados Unidos sigue siendo el destino más importante de las exportaciones de América Latina y el Caribe y esta es un destino primordial de sus exportaciones.

Finalmente, en América Latina hay algunos presidentes con un liderazgo constructivo hacia Estados Unidos que pudieran jugar en una alianza más ambiciosa en beneficio de la región como el mandatario de Colombia Juan Manuel Santos, de El Salvador Mauricio Funes o de Chile Sebastián Pinera.

El momento para un relanzamiento de las relaciones entre Estados Unidos y América Latina pasan por una coyuntura singular, entre otros, porque contrario a las disquisiciones que han anticipado un declive del poder y rol de Estados Unidos, la tendencia de superación de su crisis lo puede pronto catapultar para un ejercicio de su liderazgo sin precedentes.

*Ex embajador de Estados Unidos en Colombia y ex presidente del Council of Americas

** Analista político y consultor internacional en Washington D.C.

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