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Otro hueco en la alianza

Una guerra así tiene el problema de que no puede ganarse. Es matemáticamente imposible reducir a cero el riesgo de un ataque terrorista

Semana
21 de marzo de 2004

Antes de septiembre 11, ya existía el terrorismo -y ya los árabes odiaban a los gringos-. Es una historia larga y enredada, que incluye la ocupación británica del Medio Oriente, la creación de Israel, el intervencionismo en tiempos de la Guerra Fría y una serie de bombas en embajadas, aviones y el propio World Trade Center.

Septiembre 11 vino pues a encender un polvorín viejo, que no había estallado porque Estados Unidos estaba absorto en otro asunto: en contener a la Urss. Sólo en ausencia de un Estado rival y de una ideología que les disputara su dominio mundial, podían llegar los gringos a "descubrir" la amenaza del terrorismo árabe.

Y así septiembre 11 en efecto fue el fin de la posguerra fría. Si en 1989 había nacido un mundo unipolar, donde tenemos solo un gran poder, en septiembre 11 se agregaron las características decisivas del nuevo orden mundial. Una, la obsesión con la seguridad frente al terrorismo -incluso más intensa, y menos racional, que la de antes con la guerra atómica-. Dos, la desigualdad entre víctimas potenciales: importan ante todo los gringos, luego los europeos, después los israelíes, atrás los del Tercer Mundo y por último los árabes. Tres, el enemigo no es otro Estado (como ocurría desde el siglo XVI) sino una organización con fronteras difusas -tipo Al Qaeda-. Y cuatro, no es conflicto de poder o de riqueza sino de "civilizaciones": es Islam contra Occidente.

Una guerra con esos caracteres tiene el problema de que no puede ganarse. Es matemáticamente imposible reducir a cero el riesgo de un ataque que puede tomar 100 formas, provenir de 1.000 personas y golpear en un millón de sitios. Es más, los costos de prevención suben a un nivel absurdo mucho antes de que el riesgo disminuya realmente: se estima que Estados Unidos tendría que gastar 28 por ciento de su riqueza en controlar todos los vehículos y viajeros.

La otra opción es acabar las bandas terroristas, o sea extirpar al enemigo en un país extranjero cuyo gobierno no quiere o no puede hacerlo. Pero también aquí los costos son prohibitivos, como pasó o está pasando en Afganistán, Palestina e Irak -los tres casos que tenemos hasta ahora-. Hay el costo político de los soldados muertos en el extranjero (que a Bush incluso podrían costarle la reelección). Hay el costo financiero de la ocupación y la reconstrucción. Y hay además el riesgo militar de dispersarse en demasiados lugares.

Y sin embargo no han agarrado a Osama, ni encontraron las armas de Hussein, ni acabaron las bandas terroristas, ni a fin de cuentas cesaron los atentados en Kabul, Jerusalén o Bagdad. O sea que esos costos son por nada -mejor dicho, son por menos que nada, pues en vez de destruir el terrorismo, la ocupación militar aumenta el terrorismo-. Lo aumenta, primero, al avivar y al extender el odio musulmán contra los gringos. Lo aumenta, segundo, al destruir el aparato de Estado (el Talibán, el del Baas, el de Arafat) y retirarse dejando tras sí el caos (abandono de Afganistán, Irak camino de la guerra civil, Palestina sin gobierno).

Como es obvio que la guerra de Bush es inganable, su grandiosa "coalición" está llena de fisuras y de dudas. Dudas en Estados Unidos e Inglaterra, donde ya nadie duda de que los gobiernos mintieron sobre Irak. Fisuras entre la nueva Europa y la vieja Europa, que en realidad es una disputa sobre el papel de Europa en el nuevo mundo.

Tras la caída de Hitler, y hasta el 89, Europa supo que el peligro era Rusia y la defensa, la única posible, era estar firmemente bajo Estados Unidos: la Guerra Fría fue una guerra europea. Y la posguerra fría, la que va de 1989 a 2002, fue el momento de recuperar la otra mitad de Europa, la del Este, para Europa. Pero en septiembre 11 arranca una nueva fase, no europea, o decididamente menos europea, que enfrenta a Estados Unidos con el mundo árabe -y quizás, de aquí a unos años, con China-.

Es la vacilación entre una Europa sin política exterior que sigue a Washington -la de Blair, la de Aznar- y una Europa que busca política exterior y espacio propio -la de Chirac y Schroeder, la de Zapatero-. Como quien dice entre un mundo donde hay solo un poder y otro mundo donde haya un poder y medio.

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