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¿Palabrerías?

En Colombia no existe una guerra sino una "amenaza a la democracia". La guerrilla no comete secuestros sino "retenciones" y las masacres no son sino "homicidios múltiples". Martha Ruiz, editora de seguridad de SEMANA, desenmascara los eufemismos del conflicto.

Semana
17 de octubre de 2004

Contar lo que ocurre en una guerra es de por sí complicado. Pero contarlo con los vericuetos del lenguaje que se usan en un país retórico es un reto descomunal. Hace algunas semanas un alto funcionario del gobierno de Álvaro Uribe hacía verdaderos malabares semánticos para explicar porqué en Colombia había que erradicar las palabras "guerra" y "conflicto" y en cambio denominar el desangre que vivimos como "amenaza a la democracia". Un general de la República que estaba sentado a mi lado refunfuñaba en su puesto y me preguntaba ¿si no hay guerra entonces para qué Plan Patriota y para qué más soldados?

Y es que aunque estas no son palabrerías sino un debate de hondo calado político, lo cierto que es los propagandistas que actúan en todas las orillas de la guerra han ido inventando un lenguaje lleno de eufemismos que les baja la temperatura a los hechos bélicos. Como si la suavidad de las palabras menguara el horror de la guerra.

De vieja data los periodistas conocemos las trampas del lenguaje guerrillero que no llaman por su nombre a ninguno de sus actos. Al secuestro lo llaman con la muy matizada palabra "retención" que suena como algo temporal y casi casual. A la extorsión la llaman "impuesto de guerra" como si alguien que evada su pago pudiera salvar su vida. Y al asesinato fuera de combate lo llaman "ajusticiamiento" como si fuera un acto de justicia matar a un ser humano indefenso, sin que hubiese mediado ninguna investigación, ninguna defensa. Un "ajusticiamiento" es todo lo contrario a la justicia.

Los paramilitares tampoco lo hacen mal. No admiten que hacen masacres sino que actúan contra "objetivos militares múltiples" como si asesinar a comunidades enteras con lista en mano fuera un enfrentamiento entre combatientes. Y lo peor es que algunas entidades oficiales tampoco usan la descarnada palabra masacre, cuya pronunciación connota un acto cruel, sino que se refieren a "homicidios múltiples". Y ni qué decir de la confusión que se ha armado sobre qué son esos grupos que hoy están en la mesa de Ralito. Muchos denigran de la palabra paramilitar porque se supone que grupos paramilitares son aquellos que ayudan a la labor de los militares. Claro que cuando estos señores de la guerra se extienden en argumentos sobre por qué están en armas uno queda aún más convencido de que son "paramilitares". Otros prefieren que se les llame "autodefensas ilegales" o "autodefensas" a secas. Y como si los oídos de los colombianos fueran muy sensibles, ya no se habla en muchos medios de paras o guerrilla sino de "grupos armados ilegales", frase sin duda exacta para llamar a los que están en guerra por fuera del Estado pero que les quita toda la carga histórica y política a estos grupos. Una guerrilla y un grupo paramilitar no son la misma cosa, por más que tengan idénticos métodos. La guerrilla, y en eso la palabra no tiene equívocos, es un grupo en guerra contra el Estado, mientras los grupos paramilitares creen defenderlo. Y punto.

Pero si de eufemismos se trata, el gobierno está haciendo méritos para llevarse el primer lugar. Suscita cierta molestia entre las autoridades que se hable de capturas masivas, pues considera que ésta no es más que una imprecisión periodística. Prefieren que los reporteros hablemos de "capturas simultáneas" donde las personas son procesadas individualmente pero detenidas en el mismo tiempo y lugar para optimizar la logística. Como si el sutil cambio semántico alterara en algo el hecho de que en estas capturas generalmente sea un mismo testigo el que señala, un mismo fiscal el que firma la orden y que las detenciones sean tan arbitrarias como han demostrado serlo.

Más desconcertante aún son algunos partes de guerra recientes donde aparece que algunos bandidos han sido "neutralizados", sin que el lector pueda darse por enterado si estos murieron, están presos, se desmovilizaron o simplemente se fueron a sus casas. Como si en la guerra, por innombrable que sea, la gente no muriera, ni fuera mutilada o herida.

Y en el caso de los guerrilleros o paramilitares que abandonan a sus grupos la cosa es aún peor. Lo que en términos reales es un acto de deserción, ha sido considerado una "desmovilización" y luego de que el ex guerrillero o ex paramilitar se integra a la vida civil, cuidado con irlo a llamar "reinsertado" porque ahora resulta que se trata de un "reincorporado", pues se integra a la sociedad un ser humano, con cuerpo y todo.

Ello sin mencionar las palabrejas importadas Made in Usa como "los daños colaterales" para hablar del daño que se le hace la población civil en los actos de guerra y que son, más exactamente, destrucción de viviendas, desplazamiento, heridos, muerte de animales, etc.

Posiblemente estos eufemismos en la guerra son parte de una calculada táctica de desinformación. Una estrategia deliberada para no mirar de frente la realidad y tenderle velos con las palabras. O aún peor, puede ser una manera vergonzante de hablar sobre actos y hechos violentos cuya comprensión profunda se nos escapa y de los que ni sus propios autores se atreven a defender a rajatabla. O quizás, en el mejor de los casos, estos eufemismos son el reflejo de una sociedad enredada en las palabras que ya no sabe si llamar a un viejo "persona de la tercera edad", "adulto mayor" o cómo diablos. O que inventa frases rimbombantes como "personas en situación de desprotección" o "inseguridad alimentaria" para hablar de los pobres y del hambre, otra de nuestras tragedias cotidianas.

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