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Por fin… un Papa terrenal

Para los tiempos que corren, su Pontificado ciertamente más parece un salvavidas para la fe católica, que un tránsito habitual en la Silla de Pedro.

Germán Uribe, Germán Uribe
15 de octubre de 2013

Veamos un poco lo que Jorge Mario Bergoglio, el nuevo Sumo Pontífice romano de 76 años, primer papa latinoamericano y primer jesuita al frente de la Iglesia Católica, ha resultado ser desde que asumió el 13 de marzo pasado como Obispo de Roma, sucesor de Pedro, Jefe máximo de la Iglesia Católica y Vicario de Cristo en la tierra. 

Es ostensible el generalizado hechizo que causa, no tanto por su origen geográfico, como por sus reiteradas posiciones respecto a numerosos temas mundanos, teológicos y de doctrina, así como por el uso de un lenguaje popular y callejero que de alguna manera se aproxima con mayor eficacia a los intereses morales y espirituales de la gente.  

He leído por ahí dos duras aseveraciones que buscan aterrizar el sentido y razón de ser del Papa Francisco en tanto que máximo símbolo espiritual y religioso de los creyentes católicos, ambas respetables como quiera que exteriorizan opiniones libres, pero a mi modo de ver un tanto exuberantes, quizás producto del impulso a la negación a cualquier postura o principio que no se ajuste a nuestra conveniencia o parecer, ejercicio muy propio de la naturaleza humana. 

El uno plantea que la crisis de las ofrendas, diezmos, primicias y limosnas en Europa venía afectando las arcas del Vaticano, lo que hizo que el Colegio Cardenalicio en su último Cónclave dirigiera su mirada hacia América Latina como la región con mayor número de creyentes -y de ignorantes, habría que agregar-, y por ende susceptible de cumplir con mayor generosidad con estas dádivas. 

El segundo, que dada la división en Europa entre el laicismo racional y los extremismos musulmanes y de derechas, Latinoamérica sería la mejor opción. Vaya uno a saber si alguno de estos dos rumores tiene algún grado de seriedad o son simples instrumentos de saboteo. 

En todo caso, a lo que me acojo para emitir mi admiración por el regreso a lo terrenal del subjetivo y pomposo papado, ahora como buscando la forma de afianzar los pies sobre el piso de lo que por siglos se ha mantenido patas arriba en medio de preceptos etéreos, no es otra cosa que este Francisco Papa llamando a las cosas por su nombre y sin el acostumbrado ropaje temerario y engañoso de lo sibilino y velado.

Y es que ya, en tan corto tiempo, su catálogo de opiniones puntuales y crudas, pero tan cálidas y acertadas para millones de católicos en el mundo, y su talante desenvuelto, sencillo y tan común como lo podría ser el más común de sus feligreses, ha podido hacer por la imagen del catolicismo, el papado y la Roma Vaticana, mucho más de lo que pudieron haber hecho la suma de los múltiples papas que lo antecedieron. 

No sé si para los “funcionarios” de la Iglesia y sus “refinados” fines estos meses del papado de Francisco hayan sido oportunos y benéficos. Más tarde lo sabremos. Pero para los tiempos que corren, su Pontificado ciertamente más parece un salvavidas para la fe católica, que un tránsito habitual en la Silla de Pedro. 

Afirmando todo lo que afirma, lo que ha hecho este papa es lo más parecido que podamos encontrar a una implosión vaticana, no teológica, por supuesto, pero sí de interpretación y lenguaje, de sentimientos y apreciaciones, de confianza y regreso a la Iglesia de Cristo. Como dijo Florence Thomas, “agregando a lo divino, algo de humano”.
    
Un breve repaso de sus opiniones es suficiente para colmar de aplausos y simpatías a este argentino sorprendente quien, como su compatriota el Che Guevara, concluyó que a la gente no se la representa e interpreta con postulados y discursos ininteligibles, sino con el ejemplo, la práctica y la pasión sincera expresada desde las mismas entrañas de los desposeídos de la tierra, como llamaba Frantz Fanon a los millones y millones de hombres y mujeres oprimidos y desvalidos del planeta. 

Quien descarta el apartamento pontificio para vivir y paga un hotel de su propia billetera, usa un Renault-4, visita lugares que otros evitaban por miedo al contagio social o corporal, reitera que no es infalible -¡quienes lo precedieron lo eran!-, también afirma cosas como estas:

“El actual sistema económico -el capitalismo- nos está llevando a una tragedia”.

“¡Donde no hay trabajo no hay dignidad! Y esta tragedia es la consecuencia de un sistema que idolatra a un dios llamado dinero".

Los ancianos "están siendo víctimas de una eutanasia encubierta" por ser considerados "improductivos".

“La corte es la lepra del papado".

“Señora, deje de plancharle las camisas”, le aconseja a una madre con hijos solteros mayores.

“Nunca he sido de derechas”.

Reprocha a los eclesiásticos llamándolos “funcionarios”, “analistas de laboratorios” y no médicos en “un hospital de guerra”.

“Es necesario ampliar los espacios para una presencia femenina más incisiva en la Iglesia”. 

“El genio femenino es necesario en los lugares donde se toman decisiones importantes” y hay que “elaborar una teología profunda de la mujer”. 

“Una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta “Dime, Dios cuando mira a una persona homosexual ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?”.

En fin, a este Papa Francisco se le puede definir como una refrescante brisa de comprensión solidaria y fusión con el pueblo que viene desafiando las tradiciones sofisticadas y los rancios vicios de la Iglesia Católica.

guribe3@gmail.com

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