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La verdad brillará...si no gana el uribismo

Ya no se trata de votar para continuar la guerra sino de escoger que tipo de paz queremos vivir.

Julia Londoño, Julia Londoño
7 de abril de 2017

El anuncio de la creación de una Comisión de la Verdad y la solicitud del ex ministro Diego Palacio para que su caso sea considerado por la Justicia Especial para la Paz (JEP) abren una luz de esperanza sobre la posibilidad de que los colombianos sepamos la verdad sobre nuestros años de guerra.

Conocer la verdad completa será sumamente difícil sino imposible, pero reconstruir la verdad histórica y obtener la verdad judicial serán dos elementos fundamentales para entendernos como sociedad y sentar las bases de un futuro distinto. Pero no se trata de un proceso fácil, ni tampoco de algo que esté asegurado. Mientras algunos sectores del país consideren que es posible el retorno del uribismo al poder, no estarán interesados en contribuir seriamente al esclarecimiento de los miles de hechos que ensangrentaron nuestro pasado.

Los Acuerdos de Paz contemplan generosidad en las penas a cambio de contribuciones sinceras a la verdad y a la reparación de las víctimas, pero mientras la guerrilla encuentra en esa opción la única forma de transitar el camino de la reconciliación con la sociedad a la cual agredieron por décadas, en el otro bando todavía consideran que es posible cerrar el conflicto sin asumir ningún tipo de responsabilidades propias.

Con éxitos sucesivos se han ido acotando los términos inicialmente acordados en La Habana sobre las obligaciones en torno a la verdad. Los ajustes realizados tanto después del plebiscito de octubre, como los introducidos en el debate parlamentario han ido dibujando un horizonte de posibilidades para escapar a la obligación de contribuir a que los colombianos, y en particular las víctimas, accedan a conocer las causas, las motivaciones y las acciones con que se desarrollaron los hechos de la guerra. Y la guerra no se libró solamente en el campo de batalla, transcurrió también en el imaginario colectivo que se elaboró en torno a ella, en la información que recibimos y en la interpretación que nos dieron de lo sucedido. Muchas de las cosas que nos contaron quizás no ocurrieron del modo en que nos lo presentaron, pues hubo un esfuerzo deliberado para “ganar las mentes y los corazones” de los ciudadanos, tal como enseñan los manuales bélicos.

No todas las sociedades han cotejado su pasado con el fin de superar sus heridas, pero en nuestro caso el modelo de justicia que hemos acogido implica que sacrifiquemos el castigo que usualmente se aplicaría, a cambio de recibir una gran dosis de transparencia en el desvelamiento de lo ocurrido. Lamentablemente, un sector de la sociedad, cuya vocería política ejerce el uribismo, insiste en que la responsabilidad sea asumida solo por una de las partes en contienda, intentando aplicar un modelo que solo funciona cuando la terminación de la guerra es fruto de una clara victoria militar sobre el otro.

Por esto resulta tan importante que ese sector no triunfe en las elecciones del próximo año. La expectativa de ese retorno al poder funciona hoy como una gran barrera de falsa protección para quienes deberían aprovechar también para reconciliarse con la sociedad, dejando de negar lo ocurrido. Mientras muchos colombianos crean que la vuelta de Uribe al poder a través de alguno de sus candidatos es una opción realista no estarán dispuestos a sacrificar su cómodo refugio de impunidad y silencio.

El voto en 2018 resolverá si queremos conocer lo que pasó o si preferimos poner una venda sobre nuestro pasado. Ya no se trata de votar para continuar la guerra sino de escoger que tipo de paz queremos vivir.

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