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El macartismo criollo

El paramilitarismo, aunque ya no tan frentero como en los tiempos del gobierno Uribe, sigue en su misión de exterminar del territorio colombiano todo pensamiento de izquierda.

Joaquín Robles Zabala, Joaquín Robles Zabala
4 de mayo de 2017

Declaraciones mal intencionadas, acusaciones infundadas, denuncias, persecución y una larga “lista negra” con los nombres de todos aquellos “sospechosos” de ser comunistas fue uno de los tantos periodos oscuros de la historia política de los Estados Unidos. Los detractores del entonces senador Joseph McCarthy, creador de la iniciativa,  le llamaron “macartismo” a ese tenebroso episodio. Los menos conservadores generalizaron con la expresión “cacería de brujas”. Fue uno de los momentos más álgidos de la llamada “guerra fría” porque la paranoia entre los dirigentes y funcionarios del país más poderoso del planeta se encontraba a flor de piel. Nadie estaba exento de ser señalado por el dedo acusador. Militares, senadores, funcionarios, deportistas, escritores, científicos y actores de Hollywood engrosaban cada día la indeseable lista. Contradiciendo el principio jurídico de la presunción de inocencia, el acusado debía probar que no era culpable de los señalamientos.

La “guerra fría” llegó a sus últimos días con el nacimiento de la Perestroika de Mijail Gorbachov y la desintegración de la Unión Soviética, que derrumbó el legendario Muro de Berlín, pero desde entonces no ha faltado quien quiera revivirla. Donald Trump ha dicho en reiteradas ocasiones que uno de sus objetivos como Presidente es “regresar a los Estados Unidos a su grandeza”, aunque la definición de “grandeza” en boca del magnate de las inmobiliarias no hace referencia sólo a lo económico y militar, sino también al poder político y su capacidad de influir en las decisiones de las otras naciones.

En Colombia, esa “cacería de brujas” no surgió con la muerte del líder liberal Jorge Eliécer Gaitán hace 69 años, sino con la célebre Masacre de las Bananeras de 1928. Impedir a toda costa las reformas sociales y políticas que beneficiaran a los obreros y campesinos dio origen a ese río de sangre cuyo cauce fue extendiendo sus orillas y atravesó sin obstáculos la historia de Colombia. El surgimiento de “los pájaros” y “chulavitas” fue la respuesta de un Estado conservador que luchaba porque nada cambiara. Desde entonces, abogar por reformas y beneficios laborales ha sido, literalmente, una lucha contra la corriente, una estigmatización que siempre termina en persecución política, acusaciones infundadas y, por supuesto, en muertes.

Lo que no ha entendido la llamada “oposición” del expresidente, que de “oposición” solo tiene el nombre, y que sigue en su lucha frenética porque el río de sangre no pare, es que la única manera de cerrar este ciclo de violencia es con acuerdos entre las partes en conflicto. No siempre el fuego se combate con el fuego. No compartir ideas no convierte a dos personas en enemigas. No estar de acuerdo con las injusticias sociales y la corruptela política no es un asunto de “castrochavismo” ni de comunismo sino de simple justicia.

Sin embargo, para Uribe Vélez y sus socios la cosa sigue siendo de extremos: o es blanco o negro, nunca gris. Gustavo Petro sigue siendo un guerrillero aunque dejó de serlo hace un poco más de 25 años. Piedad Córdoba es una guerrillera vestida de civil aunque nunca se le haya comprobado nada. Hollman Morris sigue siendo un periodista al servicio de la Farc sin importar que las injurias hayan sido desmentidas por la Corte Suprema de Justicia y los señalamiento hechos por el expresidente no dejen de ser solo calumnias. El colectivo de abogados José Alvear Restrepo, según el senador del Centro Democrática José Obdulio Gaviria, defiende las causas de las Farc aunque haya tenido que tragarse sus afirmaciones ante los magistrados de la Corte Suprema de Justicia. A varios amigos periodistas y profesores se les acusó, sin prueba alguna, de ser miembros de la guerrillera de las Farc. Varios de ellos fueron asesinados con el contubernio de un puñado de fiscales que hoy siguen en sus cargos o recibieron ascensos. Otros fueron perseguidos, maltratados en su buen nombre y ahora tienen demandado al Estado por varios millones de dólares, todo esto durante el largo y tortuoso gobierno del “mejor presidente de la historia de Colombia”.

No cerrar esa profunda brecha de la violencia parece ser la estrategia de la “oposición”. Es el río revuelto del que hace referencia el refrán, pero, sobre todo, es mantener abierta las puertas del statu quo. El paramilitarismo, aunque ya no tan frentero, sigue en su misión de exterminar del territorio colombiano todo pensamiento de izquierda. Los asesinatos sistemáticos de 130 líderes cívicos en el trascurso de un año, y que involucra a algunos desmovilizados de las Farc y defensores de los Derechos Humanos, parecen corroborar que los ríos de sangre continuarán.

Twitter: @joaquinroblesza

Email: robleszabala@gmail.com

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