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Parece que fue ayer

El beneficiario quedó reelegido, los compradores gozando de las mieles del poder y los comprados en la cárcel

Daniel Coronell
22 de agosto de 2009

AYidis y a Teodolindo también les decían que no iban a tener problemas. Gracias a ellos, modestos suplentes, la reforma que permitió la primera reelección presidencial fue aprobada en la Comisión Primera de la Cámara, la única instancia en la que el 'articulito' estuvo realmente en riesgo.

Ese último fin de semana de mayo de 2004 -unos días antes de la crucial decisión-, Yidis Medina aseguró en una declaración que seguía indecisa sobre la reelección y pendiente de "concertar con el gobierno planes para el desarrollo de Barrancabermeja y la zona del Magdalena Medio".

Teodolindo Avendaño, de quien casi nadie había oído más allá de Caicedonia, estaba en lo mismo. El único periodista que se molestó en ir a buscarlo ese domingo, recibió una sonriente respuesta del ocasional parlamentario. Definiéndose indeciso frente a un nuevo período presidencial, declaró : "Vamos a ver lo que pasa la semana entrante en la Comisión Primera de la Cámara".

De esos dos ilustres desconocidos dependía, en ese momento, el futuro del hombre más poderoso de Colombia. Unas semanas antes de lo que parecía un golpe de buena suerte, eran un par de "don nadies" que calentaban sofás en las antesalas de funcionarios de tercer orden implorando un favorcito, llevando la hojita de vida, pidiendo la citica para el alcalde.

Súbitamente ellos, ninguneados caciques de media petaca, se habían convertido en el eje de la política nacional.

Eran invitados frecuentes a la Casa de Nariño, se sentaban en mesas exquisitamente servidas, hablaban con el Presidente de la República. Ya no hacían antesala, por el contrario, los Ministros del Despacho les pedían cita. "Cómo está de linda, doctora". "Hacía rato no oía algo tan inteligente, doctor". "Una ambulancia no más, eso no tiene problema". "Mire que eso es hacer patria, hijita". "Los compromisos serán cumplidos".

Esos compromisos eran puestos, contratos de obras públicas y notarías.

Por unos buenos días, en los corredores del Capitolio, ellos fueron el paradigma de la gestión parlamentaria. Sus logros burocráticos y presupuestales eran la comidilla de todas las conversaciones. Quizás el único cuarto de hora comparable lo había tenido un lagarto de Córdoba a quien el azar había convertido en investigador de un Presidente emproblemado.

Sin embargo, el éxito es casi siempre desmemoriado. Pocos recuerdan en la cumbre a quien entregó esos cinco centavos que hicieron el peso. El olvido es más fuerte aun cuando existe un pasado pecaminoso.

Los imprescindibles aliados de unos meses atrás empezaron a convertirse en presencia incómoda en los escenarios del poder. "Qué pena, doctora, que si lo llama más tardecito, que está muy ocupado". "Hubiera llegado cinco minutos antes lo habría encontrado". "Poco a poco, sin afanes". "Tal vez el mes entrante".

De plazo en plazo, y de excusa en excusa -ya en los últimos pagos de esas conciencias compradas a crédito- se vino a descubrir cómo había sido el negocio.

El beneficiario quedó reelegido, los compradores gozando de las mieles del poder y los comprados en la cárcel.

En los círculos palaciegos a nadie le preocupa ya la suerte de Teodolindo, que pasará ocho años preso pagando el intercambio de favores. A Yidis sí la tienen en cuenta, pero para mal. Hacen todo lo posible por cobrarle el atrevimiento de haber contado lo que pasó. La "doctora querida", la "hijita que hacía patria" hoy es presentada como la mayor criminal de la historia.

Mientras tanto -otra vez en vísperas de una votación definitiva- se repite la estrategia. Los nombres son otros, pero los métodos son iguales.

Los hoy halagados por el poder mañana serán desechados, olvidados y abandonados a su suerte. Sobre ellos caerán las culpas, el triunfo será de otros.

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