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París-Dakar

Que los países pobres no se atrevan a practicar el proteccionismo. Dejarían de ser pobres y eso constituiría un crimen intolerable contra la civilización

Antonio Caballero
6 de agosto de 2001

Titulo esto así, ‘París-Dakar’, como el prestigioso rally automovilístico, por librarme de la acusación de populismo que me harían los ex trotskistas convertidos al neoliberalismo si lo titulara ‘Ricos y pobres’. Pero es que sobre ricos y pobres, sobre París y Dakar, acabo de leer un artículo en una revista tan poco populista como es The Economist, esa cañonera del neoliberalismo. Trata sobre la pesca en aguas del Africa Occidental, donde están algunos de los países más pobres del mundo: Mauritania, Senegal, Guinea-Bissau, Cabo Verde. Y se me antoja casi una fábula moral, como las de Esopo o las de La Fontaine sobre las zorras y las uvas, los cuervos y los quesos. O más bien una fábula inmoral. Parece calcada, pero exactamente al revés, del famoso aforismo confuciano sobre la generosidad: “Si quieres ayudar a un pobre por un día, regálale un pescado; si quieres ayudarle para toda la vida, enséñale a pescar”. Cuenta cómo se hace para robarle un pescado a un pobre, y encima cobrárselo. Dice The Economist:

“No es sólo la Unión Europea la que busca el pescado del Africa Occidental. Los japoneses, los coreanos, los rusos y los chinos están también allá. Las pequeñas flotas industriales de la propia Africa Occidental, más millares de piraguas, están pescando lo mismo. Los bancos de peces del mar frente a Dakar han disminuido de tal modo que, desesperado, el gobierno (de Senegal) ha empezado a arrojar al mar viejos automóviles para crear arrecifes artificiales que atraigan de nuevo a los peces”.

Automóviles viejos. Comprados, cuando nuevos, a Europa, al Japón, a Corea, a Rusia, a la China: los países miserables del Africa Occidental, que sólo tienen ‘pequeñas’ flotas pesqueras (y miles de piraguas), no tienen una industria automotriz propia; de modo que pagan sus automóviles —los de sus presidentes, sus generales, sus ministros— con las divisas obtenidas gracias a, supongo, la venta de pescado: el que había en las aguas off Dakar antes de que vinieran las flotas industriales de la Unión Europea, el Japón, etcétera, a pescarlo hasta la extinción. Ahora que tienen que tirar los viejos automóviles al mar para que el pescado vuelva ¿con qué van a comprar nuevos? Supongo que vendiendo en las tiendas de artesanías exóticas de París o de Tokio las piraguas tradicionales que todavía les quedan. Pero esos automóviles nuevos pronto serán viejos, Podrán echarlos otra vez al mar, claro. Pero ya no tendrán con qué pescar. Así que toda la pesca de los nuevos arrecifes artificiales se la llevarán las flotas europeas o japonesas. Y los ex pescadores de piragua de Dakar se morirán de hambre.

(Sus presidentes, sus generales, sus ministros, vivirán para entonces en la Unión Europea con el dinero obtenido por la venta de las piraguas y guardado en ese país off Europa, y que no tiene flota pesquera pero sí tiene secreto bancario, que se llama Suiza).

Esos países pobres podrían, quizá, reclamar para ellos mismos la exclusividad sobre los bancos de peces de sus propias aguas. Pero no: sería contrario a los principios sagrados del neoliberalismo, que consisten en que los ricos pueden ser proteccionistas, pero los pobres no. Así se hicieron ricos los países ricos, desde Europa hasta el Japón y Corea, pasando por los Estados Unidos: gracias al proteccionismo, que siguen practicando —y no sólo en la pesca, sino en la industria y en la agricultura—. Pero que no se atrevan a practicarlo los países pobres: dejarían de ser pobres, y eso constituiría un crimen intolerable contra la civilización.

Me dirán los neoliberales, ex trotskistas o no: lo que pasa es que los automóviles que el gobierno del Senegal arroja al mar para crear arrecifes artificiales que atraigan a los peces para que puedan pescarlos las flotas de Europa y del Japón son viejos automóviles despedazados en ese prestigioso rally automovilístico que hacen los ricos desde París hasta Dakar.

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