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PARO Y SUBVERSION

Antonio Caballero
14 de diciembre de 1998

De Tipacoque salimos de madrugada unos sesenta en el destartalado bus verde del municipio: un bus que el gobierno de Misael Pastrana le donó al colegio allá por el año 72. "Objetivo, el pueblo" ¿recuerdan? Pero no venían sólo los tipacoques. En buses de los colegios, en ambulancias de los centros de salud, en flotas, en tractomulas, en jeeps particulares, entaxis, venían miles de personas de todo el Norte de Boyacá y de García Rovira en Santander, de Soatá, de Capitanejo, de El Cocuy, de La Uvita y Boavita por la carretera del Norte, y de Socha y Tame por la ruta de los Libertadores, en una marcha multitudinaria y pacífica sobre Tunja o incluso sobre Bogotá para exigirle al gobierno el cumplimiento de viejísimas promesas: promesas incumplidas desde los tiempos del bus de Misael Pastrana, y aun desde mucho antes, desde el gobierno del general Rafael Reyes a principios del siglo.Nada excesivo, la verdad sea dicha. La pavimentación de las vías de acceso: la del Norte, que en los mapas de Invías figura como rectificada y pavimentada hasta Cúcuta desde hace más de treinta años, pero en la realidad nunca lo ha estado; la de los Libertadores, que sigue siendo casi la misma trocha para mulas que usaron ellos en las guerras de la Independencia. Pedían también la condonación de deudas a la Caja Agraria de los pequeños campesinos, quebrados por el saqueo de las cajas cooperativas. Y el cumplimiento de viejos compromisos adquiridos con los maestros y con los trabajadores de la salud. Y agua potable. En fin: simplemente reclamaban atención del Estado para esa región siempre olvidada, parte de la inmensa Colombia 'real' siempre olvidada. (La otra Colombia, la 'política', se sabe cuidar sola: así, los parlamentarios acaban de subirse sus pensiones de retiro a más de diez millones de pesos al mes por barba.) Venían viejos y jóvenes, maestras de escuela y transportadores y concejales de pueblo, campesinos y médicos, y algún cura, encabezados por una docena de alcaldes. Por primera vez en decenios, tal vez en más de un siglo, el Norte de Boyacá estaba en movimiento. No llegamos ni a Tunja. En Belén nos bloqueó la policía con los fusiles terciados. Corrían rumores. El paro cívico del Norte iba a ser declarado subversivo, y la marcha pacífica disuelta a tiros. Por la razón de siempre: en Colombia toda protesta es subversiva. Y por el pretexto habitual: el paro cívico estaba respaldado por la guerrilla.Me imagino que sí. En toda esa vasta región, que ni siquiera sale en los periódicos, hay guerrilla en los últimos años, desde El Cocuy hasta Socha, desde Onzaga hasta Belén. En toda la Colombia 'real' hay hoy guerrilla. Pero no es que haya protesta porque hay guerrilla, como sostienen sistemáticamente los gobiernos. Es exactamente al revés: hay guerrilla porque hay razones para la protesta. La guerrilla en Colombia es la forma extrema _y creciente_ que ha adquirido la protesta desoída. No hubo tiros, sin embargo, porque esta vez la marcha era muy grande. En Belén se apiñaban más de dos mil personas, y otras más empezaban a subir desde La Palmera, decididas. De modo que el gobernador de Boyacá acabó resignándose a venir al pueblo a conferenciar con los alcaldes que coordinaban la marcha. Les dijo lo de siempre: que no había plata. Que así como los municipios no tenían plata, el departamento tampoco, y la Nación todavía menos. Y que nos veíamos en la próximas elecciones.Pero esta vez no funcionó lo de siempre. La muchedumbre, indignada, no permitió que el gobernador se escabullera en su helicóptero y lo obligó a comprometerse desde el balcón de la alcaldía a traer al día siguiente nada menos que a tres ministros para firmar acuerdos con los organizadores del paro y de la marcha. Quisieron luego, en el gobierno, cambiar la cita para Sogamoso, lejos de la gente movilizada. La gente apartó entonces a pulso los camiones de la policía y avanzó hasta Cerinza, al otro lado del Valle. En el Alto de Cerinza esperaban las tanquetas Cascabel del Ejército con los cañones desenfundados. Pese a todo, algún rastro de sensatez debía de quedar en Bogotá. A alguien se le ocurrió que sería una temeridad provocar a una de las pocas regiones del país que todavía no están totalmente incendiadas, y que más valía negociar. De modo que viajaron a Boyacá los representantes del alto gobierno. No a Cerinza, pero sí a la vecina Santa Rosa; y no los prometidos tres ministros, sino uno solo _el de Transporte_, flanqueado por el director de Vías y tres gobernadores. Y se sentaron con los alcaldes, y firmaron unos acuerdos: por lo visto sí había plata. No mucha: 5.016 millones de pesos para arreglar carreteras. Pero se levantó el paro, se desbloquearon las vías, y la gente volvió a sus pueblos, donde los recibieron con voladoresA ver si esta vez cumplen.En todo caso, es de suponer que el presidente Andrés Pastrana se está quejando ahora amargamente de la irresponsabilidad demagógica de su difunto padre Misael, que donó aquellos buses hace treinta años en vez de dejar que la gente siguiera protestando a pie, que es más difícil.