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PEQUEÑA ANTOLOGIA DEL DISPARATE

Semana
1 de julio de 1985

El disparatorio, como la arepa antioqueña y la hormiga santandereana, forma parte de las mejores tradiciones colombianas. La cultura tiene esa ventaja: mezcla lo grande con lo pequeño, combina el universo con la parroquia, hace la union entre el clavicémbalo del maestro Puyana y el tiple remendado de un serenatero boyacense. Cultura es, naturalmente, la obra de García Márquez pero también es el verso que escribe el poeta Negrette en su casita de San Bernardo del Viento. Hace imprimir sus décimas en una imprenta pobre de Lorica y el domingo, que es dia de mercado, se va de pueblo en pueblo por las tierras prodigiosas del Sinú vendiendo sus hojas volantes a los campesinos que llegan de sus parcelas a vender barato y comprar caro.
Cultura es el carriel con escapulario del paisa andariego. Es el caballero de Bogotá que se ufana de su sombrero francés, pero también es el sombrero de vueltas que los indios de Tuchin fabrican en noches de luna llena para que no se destiñan los colores. Es la señora de Medellin que se convierte en diseñadora de modas pero también es--según la estrofa inmortal de Gonzalez-la capa del viejo hidalgo que se rompió para hacer ruanas.
Desde tiempos inmemoriales, quizas desde los años en que Florentino González y Vargas Tejada intentaban tumbar a Bolivar escribiendo versos, Colombia goza fama de ser un país de poetas. No hay aldea, vereda, caserio, rancho o barrio que no tenga el suyo propio. Casi todos son malos, desde un punto de vista estrictamente estético, pero lo que pasa con la poesia es lo mismo que pasa con los amigos y con la madre de uno: que hay que recibirlos sin beneficio de inventario y sin hacerles la contabilidad de sus defectos y virtudes.
Según el diccionario, un disparatorio es cualquier escrito que está lleno de disparates y locuras gramaticales.
Para ser exactos, y para dejar a un lado tantas divagaciones, es conveniente decir de una vez por todas que en Colombia el disparatorio se ha convertido en una nueva forma poética, en la que el autor, con la creencia de que está haciendo las cosas bien --como Carvajal-introduce un despropósito verbal en su obra.
El disparatorio debe ser auténtico espontáneo, natural. Es por eso que desprecio a los versificadores de cafetín urbano que producen disparatorios a sabiendas de lo que hacen, con la sola intención de inventar un chiste y hacerse los graciosos. Estos arribistas del disparatorio no figurarán jamas en la antología que estamos recopilando con Alfredo Iriarte, un periodista y escritor experto en la materia, porque esos a duras penas son clientes para "Sábados Felices".
Les voy a presentar a continuación algunos de los mas memorables ejemplos de disparatorios colombianos. Empecemos por aquel mensaje que un bardo anonimo de Gigante, en el Huila, le envía a su amigo en una población cercana: Si vas para Pitalito me saludas a Evaristo que mucha pena me da no haberlo podido visto...
Iriarte descubrió una joya en algún lugar del altiplano. Es la desgarradora historia del poeta pueblerino que llega a visitar a su novia y la encuentra en cama, aquejada de grave enfermedad, como si fuera una versión boyacense de Margarita Gautier.
Estremecido, acongojado, adolorido y entristecido, el poeta afila su pluma y escribe: Pálida como la muerte yo te vi y en ese instante sentí la misma angustia que sentiste ti.
El otro. día, en una callecita de Valledupar, en medio del jolgorio del festival vallenato, estaba un musico desconocido tocando sus obras maestras. Se le veía la pobreza a leguas en el acordeón remendado con alambres. Y, mientras cruzaba la esquina con Consuelo Araújo. Le oí esta joya incomparable: El día en que la conocí yo mi amor le ofreci y ella me dijo que sí y esta canción le compusi...
En María la Baja, en un recodo de los caminos polvorientos de Bolivar refieren la historia del poeta que se levanto una madrugada de verano en busca de tema. Sacó la mariapalito para mecerse en la puerta de su casa y en ese momento un bellisimo turpial que volaba por ahi rozó su cabeza con las alas de la inspiración.
He aqui el resultado en rima: Ave que vas volando al regazo de tu nido: ¿será que estás culeca o será que nos has punido?
A la gente le produce risa el disparatorio. A mi no. Me parece que cada uno de ellos tiene más ternura que gracia. Son bellos y elementales como las abarcas del campesino costeño o como las ovejas sucias de barro que uno ve en los campos de Cundinamarca.
Son un producto de la tierra, como la yuca o la arracacha, como el matarratón o los morichales llaneros.
Pero admito que, a veces, hay algunos que son menos tiernos y más risueños. Esa es la historia del poeta de Riosucio, en Caldas, que una noche, pasado de copas, intentó burlarse del marica del pueblo. Lo remedaba en la cantina, imitaba sus movimientos afeminados, quiso propasarse. Y el otro, como suele suceder, sacó la mano y le puso un ojo negro.
Entonces el pobre poeta, malferido y cojo, se vengó con la única arma cuya dotación conoce y domina: la poesia. Escribió estas lineas que son como una maldición del Evangelio: ¡Maldito el hombre que nació mujer! Más la valiera que alguien le diera un tiro por doquier...
Son cientos, miles de disparatorios. Un día de estos, en que tengamos tiempo, paciencia y plata, Iriarte y yo--con la colaboración de todo el que desee contribuir con un disparatorio--publicaremos la gran antología. Para que no pase con ellos lo mismo que con el condor. Para que no se extingan.-

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